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Blog de Luisgé Martín

El infierno son los otros

Los cómplices y los asesinos

Archivado en: Vargas Llosa, Daniel Zamudo, Obispo Reig, Homofobia

Con Mario Vargas Llosa es difícil estar de acuerdo cuando se pone en sus artículos de opinión la peluca de Margaret Thatcher y empieza a predicar ese liberalismo de croupier de casino que tanto les gusta a los neoliberales que gobiernan el mundo. Pero esos artículos no son tantos como se cree -al menos desde que se apartó de la política peruana-, y se ven a mi juicio compensados, en cualquier caso, por esos otros en los que se ocupa de flagelar la ranciedad de las costumbres y el moho de la moral dominante.

Hoy publica el diario El País uno en el que, bajo el título "La caza del gay", reflexiona sobre el asesinato del homosexual chileno Daniel Zamudo (en la fotografía), a quien unos descerebrados torturaron y humillaron a causa únicamente de sus gustos sexuales. El artículo de Vargas Llosa me gusta no sólo por la brillantez del desmenuzamiento social, por la precisión del análisis psicológico (si se puede llamar así) y por la ambición de la radiografía, que no se conforma con juzgar el hecho. Me gusta sobre todo porque es un texto irritadoDZ, casi colérico a veces, con ese tono ofendido que hay que emplear en estas ocasiones sin que valgan medias tintas ni indulgencias ideológicas o religiosas: lo que es intolerable no puede ser amparado por nada.

Se suele creer -y se suele decir- que estos actos son responsabilidad de quienes los cometen y que hay siempre una minoría violenta permeable a la sinrazón y propensa a divertirse con el sufrimiento ajeno. Los que mataron a Zamudo decían ser neonazis, y los neonazis, ya se sabe, son brutales. Bastaría con extirparlos del cuerpo social para que esas cosas no ocurrieran. Vargas Llosa, sin embargo, no comparte esa idea complaciente: "Esta idea del homosexualismo se enseña en las escuelas, se contagia en el seno de las familias, se predica en los púlpitos, se difunde en los medios de comunicación, aparece en los discursos de políticos, en los programas de radio y televisión y en las comedias teatrales donde el marica y la tortillera son siempre personajes grotescos, anómalos, ridículos y peligrosos, merecedores del desprecio y el rechazo de los seres decentes, normales y corrientes. El gay es, siempre, "el otro", el que nos niega, asusta y fascina al mismo tiempo, como la mirada de la cobra mortífera al pajarillo inocente". Está hablando de Latinoamérica. En España, por fortuna, las cosas han cambiado mucho, pero no han cambiado del todo.

Esta misma semana, el obispo de Alcalá, monseñor -o lo que sea- Reig, ha lanzado un sermón en una misa televisada en el que decía una serie de disparates sobre la homosexualidad (y no sólo sobre la homosexualidad). Se dirige a "las personas que, llevadas por tantas ideologías que acaban por no orientar bien lo que es la sexualidad humana, piensan ya desde niños que tienen atracción por las personas del mismo sexo, y a veces para comprobarlo se corrompen y se prostituyen, o van a clubs de hombres nocturnos. Os aseguro que encuentran el infierno".

Es difícil decir más majaderías, extravagancias e insensateces en tan pocas palabras. Monseñor no ha conocido a un gay en los días de su vida (salvo a algunos de sus colegas en las Conferencias Episcopales o en los órganos correspondientes, que ya están mayorcitos y tienen todo bastante descubierto). Monseñor no tiene idea -o finge no tenerla, que es más probable- de la sexualidad humana. Monseñor, en fin, es un mamarracho que, vestido al modo de cualquier drag queen de las que actúan en los "clubs de hombres nocturnos" -¡qué hallazgo de expresión!-, predica con palabras de fuego.

Monseñor Reig está detrás del asesinato de Daniel Zamudo. Cada vez que un obispo, un juez, un político, un locutor radiofónico o un profesor dice barbaridades como ésas está detrás del asesinato de Daniel Zamudo. Hemos discutido últimamente en este blog, más agriamente de lo que se debería, si uno se mancha o no con las opiniones que escucha, si uno preserva su integridad moral, su decencia y su probidad al exponerse ante discursos dementes. Si uno, al amplificar con su consentimiento y con su bendición juicios irracionales e insidiosos, no se vuelve de alguna manera compinche del rufián y colaborador de sus desafueros.

En la larga cadena que va desde el obispo Reig -o el de alguna diócesis de Chile, que seguramente dirá cosas parecidas o peores- hasta los neonazis que torturan y asesinan, ¿en qué momento comienza la culpa directa? ¿Al hacer chistes de maricones? ¿Al murmurar con asco sobre el hijo afeminado de la vecina? ¿Al dar explicaciones científicas manipuladas y falsas en un programa de televisión? ¿Al bloquear leyes antidiscriminatorias en el parlamento? ¿Al despreciar y humillar verbalmente? ¿Al señalar con el dedo y poner la diana para que los de la esvástica rematen la faena? ¿Dónde deja uno de ser un ciudadano inocente en ejercicio de su libertad y comienza a ser simplemente el cómplice de un asesinato y de miles de asesinatos diferidos?

Es difícil trazar una línea exacta y recta, lo sé. Pero esté donde esté la línea, queda claro que el obispo de Alcalá se encuentra del lado de los asesinos, no del de los ciudadanos libres e inocentes. Queda claro que muchas de las humillaciones, de las vejaciones, de las palizas, de los suicidios, de las depresiones y de las muertes de homosexuales que se produzcan a manos de descerebrados las habrá alimentado él.

 

Publicado el 8 de abril de 2012 a las 13:00.

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Luisgé Martín

Luisgé Martín

Un blog con olor a azufre y a carne quemada. Ciberllamas en las que arderán todos: no habrá ningún títere al que le quede la cabeza sobre los hombros. El convencimiento es claro: el infierno existe y son los otros. Basta con abrir los ojos y mirar el mundo alrededor. Hablaré de libros, de películas, de canciones y de paisajes extranjeros, pero siempre con el tridente desenvainado.

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Biografía: Madrid, 1962. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Gerencia de Empresas. Autor de los libros de relatos Los oscuros (1990) y El alma del erizo (2002), la colección de cartas Amante del sexo busca pareja morbosa (2002) y las novelas La dulce ira (1995), La muerte de Tadzio (2000), ganadora del Premio Ramón Gómez de la Serna, Los amores confiados (2005) y Las manos cortadas (2009, publicada, como la mayor parte de su obra, por Alfaguara). Ganador del Premio del Tren 2009 "Antonio Machado" de Cuento, que convoca la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, con el cuento Los años más felices.

 

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