Archivado en: Embajadas autonómicas, Crisis, Manipulación
Se ha puesto de moda disparar contra algunas cosas (contra muchas cosas) para exorcizar los males que nos rodean. Hay que buscar culpables, pimpampums, monos de feria a los que derribar. Las consignas, como en el mejor fascismo, se repiten mecánicamente sin la más mínima reflexión ni el menos análisis. Es verdad que la mayoría de estos sofismas los ha introducido la derecha neoliberal, que es quien tiene casi todas las barracas en el parque de atracciones, pero los corifeos no tienen muchas diferencias ideológicas. Si se pregunta hoy a un falangista, a un democratacristiano, a un socialdemócrata y a un maoísta por las embajadas autonómicas, todos comenzarán a echar por la boca sapos con más o menos verrugas. Ni un instante para la cavilación o el estudio.
Vaya por delante que no tengo datos contables ni numéricos, por lo que es posible que mis valoraciones sean relativas. Pero no conozco a nadie que haya puesto esos datos contables y numéricos sobre la mesa para argumentar. Las embajadas autonómicas son oficinas que las Comunidades Autónomas han abierto por todo el mundo. Sobre todo Cataluña y el País Vasco, lo que las convierte en elementos altamente sospechosos. Lo que se ha transmitido a la opinión pública es que esas oficinas son chiringuitos de alto copete para colgar la bandera, hacer folletos en catalán o euskera y organizar convites con ministros y autoridades de los países de destino.
Algo de eso habrá, no digo yo que no (como en todas las embajadas, dicho sea de paso), pero lo cierto es que esas oficinas tienen fundamentalmente un sentido comercial. Es decir, pretenden abrir mercados, poner en contacto a empresarios de la comunidad correspondiente con las redes del país en el que estén ubicadas, facilitar exportaciones o intercambios mercantiles. Es decir, serían, por definición, oficinas plenamente rentables, porque gracias a ellas se abriría el mundo al fuet, al txacolí e incluso al salmorejo cordobés.
¿Pueden hacer esa tarea las embajadas del Reino de España? Sin duda, pero a costa probablemente de ampliar su personal, de modo que lo comido por lo servido. ¿Cuál es la ventaja de que el chiringuito sea autonómico y no nacional? La misma de todas las descentralizaciones: mayor cercanía, mayor conocimiento de la realidad y mayor vínculo emocional, lo que, si nada está pervertido, aumenta la eficacia de la gestión.
No me cabe duda de que, como en otros asuntos, se han producido adulteraciones y desenfrenos, pero habría que denunciar esas adulteraciones, y no el sistema en su totalidad. A mí hace ya años que me abruman y me irritan las perpetuas reivindicaciones de los nacionalismos catalán y vasco y el folclore jurídico que se gastan, pero al César lo que es del César.
Lo más desolador de todo esto es ese campo franco que se ha abierto para la necedad. "Esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza" ha resucitado más briosa que nunca. Nunca hemos sido un país que destacara por su propensión al pensamiento, pero al menos durante algunos periodos nos ha dado vergüenza que fuera así y hemos tratado de disimularlo.
Y como addenda: esta y otras falacias que se difunden van en la misma dirección de desacreditar lo público. Se sigue insistiendo en transmitir que los males de España están en la deuda pública (nacional o autonómica) y en el despilfarro. Por cada vez que se diga, habrá que repetir dos veces que es mentira, que el problema de España lo ha creado la deuda privada: la de las familias, estimulada por la banca para librar crédito, y la corporativa, la de las empresas que compraron y compraron sin mesura.
Publicado el 25 de julio de 2012 a las 22:45.