El martes cené con unos amigos entre los que se se encontraban dos o tres ministros de Economía, varios subsecretarios de Hacienda y un vicepresidente para Asuntos Económicos que pugnaba conmigo por el puesto. Al cabo de unos minutos, los dos postulantes a la vicepresidencia estábamos discutiendo sobre la fiscalidad alemana. Mi oponente decía que la fiscalidad alemana era mucho más justa que la española y controlaba mejor la defraudación de impuestos y yo decía que ambas fiscalidades eran muy parecidas. Por supuesto, ni que decir tiene que ni mi oponente ni yo teníamos ni idea de fiscalidad alemana, pero en los fragores de las sobremesas estas cosas pasan.
En realidad estábamos hablando de lo de siempre, de si España es todavía un país bananero en algunos aspectos fundamentales o si es homologable (aunque sea para mal) con cualquier país europeo y, como paradigma, con Alemania. Yo tengo la sensación, que ratifico siempre que viajo, de que no hay muchas diferencias. El espectáculo belga de estos días no es muy edificante, por ejemplo. Los tejemanejes del ministro de Exteriores alemán de los que me enteré hace unos días gracias a mi corresponsal centroeuropeo José Ovejero (escritor al que hay que leer, por cierto) no pasarán precisamente a la Historia de la Honestidad Política. El bochorno de los gastos privados que los parlamentarios británicos cargaban a la cuenta de los erarios públicos no será quizá superado nunca en España. Y de las arenas movedizas italianas no sabría elegir un ejemplo, de entre los miles que hay, para darles aquí. Los españoles, desde los presidentes del gobierno hasta los albañiles, somos bastante parecidos a los franceses o a los alemanes. Y las estructuras en las que nos movemos igual de perfumadas o de fétidas.
Mi amigo vicepresidente ponía un ejemplo que siempre me escandaliza y que me hizo dudar. "¿Tú crees que en Alemania", me preguntó, "cuando estás haciendo una compraventa de una casa los notarios se salen de la sala para que las partes puedan intercambiar el dinero negro sin estorbos?" No lo creo, la verdad. Me acuerdo que una vez, en un pueblecito cerca de Frankfurt, fui a cruzar una carretera que tenía un semáforo y después de mirar a un lado y a otro, viendo que en los horizontes no había ningún coche, comencé a atravesarla a pesar de la luz roja, acompañado de los amigos que me acompañaban. Una señora que estaba esperando pacientemente la luz verde nos echó una bronca terrible por violar las reglas, a pesar de lo absurdo de su espera. Si esa señora fuera notario y me ve intercambiando un sobre de dinero no contemplado en las escrituras de compraventa, me manda a prisión sin dudarlo. No sé si en Alemania se maneja dinero negro en la compraventa de inmuebles. A lo peor en lugar de intercambiárselo en la sala del notario se lo intercambian en el portal o en la salchichería de la esquina.
Pero las cosas, a la hora de gobernar, son siempre más poliédricas. Mi amigo vicepresidente decía que lo que había que hacer era atajar ese dinero negro que se defrauda en vez de bajar el sueldo a los funcionarios. Si damos por bueno que en Alemania, a pesar de que ese dinero negro está atajado, también les han bajado el sueldo a los funcionarios, el problema se complica. Si añadimos el hecho incontestable de que muchos de los que compran pisos -es sólo una metáfora, entiéndanlo- son funcionarios, el enrevesamiento es colosal, porque muchos de ellos preferirán una bajada de sueldo a tener que tributar por lo que han hurtado a la vista del notario. Y si, por último y sobre todo, nos preguntamos cómo demonios (por no usar palabrotas) se ataja eficazmente el dinero negro, el fraude fiscal de las empresas, el IVA de las reformas y de las chapuzas que no se paga y todos esos fraudes, pequeños y grandes, que encadenamos, entonces el cisco ya está montado. A mi amigo vicepresidente le estaba jaleando una amiga subsecretaria de Hacienda y de Asuntos Sindicales que normalmente se lleva la factura de las cenas que celebramos para dársela a una amiga autónoma -y pobre, según dice como disculpa- para que se la desgrave. Creo que este ejemplo es un buen retrato del país o del mundo en el que vivimos.
A veces, cuando nos sentamos a arreglar el mundo, no nos damos cuenta de que el mundo que tenemos que arreglar es éste en el que vivimos, no uno que nos inventemos. Yo estoy de acuerdo con todo lo que se me ponga a la firma. Con acabar con el fraude fiscal, con retirar las subvenciones a la iglesia, con gravar a las grandes fortunas y con subir las pensiones mínimas el doble. Pero hay que saber cómo se hace eso con los ciudadanos que uno tiene y con el patrimonio material e intangible que se administra. No digo que no se pueda hacer nada, pero resulta descorazonador escuchar soluciones que exigirían, para poder implementarse de verdad, el exterminio de tres cuartas partes -al menos- de los lugareños.
Todo esto ha sido un preámbulo para llegar al asunto central, que lo ilustra a la perfección. A la mañana siguiente, después de esa cena de ministros y altos cargos de la economía mundial, me enteré de que al parecer hay ya en España clínicas que están ofreciendo fórmulas para adelantar el parto a las mujeres embarazadas que salen de cuentas después del 1 de enero, cuando el Gobierno dejará de pagar los dos mil quinientos euros por bebé. Si con un pase mágico de fórceps nos ganamos ese dineral, aunque el niño salga con la cabeza un poco apepinada, vamos a por ello sin vacilación. No he tenido tiempo de llamar a mi compañero vicepresidente para preguntarle cómo solucionaría él esto. ¿Quitándole la paga a los sietemesinos, por si acaso? ¿Mandando inspectores a los paritorios? Tampoco sé qué pasaría en Alemania en una situación semejante, lo confieso. Pero de lo que sí estoy convencido es de que esto es una casa de putas, y no porque las madames del Gobierno se empeñen. Y digo esto a pesar del tremendo error que ha cometido Zapatero ayer: en un partido como el que jugábamos, con una defensa cerrada de jugadores muy altos, lo sensato habría sido sacar a Llorente en lugar de a Torres.
[Una postdata al post: mi amiga María, experta en asuntos natalicios, me informa de que, como yo sospechaba, en Alemania los embarazos tienen una duración muy parecida a la española, pero a la inversa. Allí las clínicas trataban de alargar los partos para que el bebé naciera después de la fecha en que el Gobierno empezaba a poner un pan debajo del brazo de cada niño. Está claro que si Zapatero hace una crisis de Gobierno el ministro de Hacienda tendrá que ser un ginecólogo].
Publicado el 17 de junio de 2010 a las 02:45.