Archivado en: Acontecimientos capilares, Sánchez Dragó, Felipe González
Esta semana fui a cortarme el pelo y descubrí que detrás de la primera capa, a la altura de las sienes (de la sién izquierda, sobre todo), había un mechón de canas. Mi primer mechón de canas. La barba, que es bastante rala, ya me blanqueaba desde hace tiempo, pero el pelo lo había mantenido recio y oscuro.
La vida, la más verdadera, está trazada con estos ritos de paso, muchos de ellos capilares: la salida del vello púbico, el bozo del bigote, las primeras entradas en la frente, la calvicie. Uno sabe dónde está gracias a ellos. Es verdad que hay calvos de veinticinco años y que algunos ancianos mantienen melenas negras sin teñir, pero más allá de las variaciones genéticas, esos acontecimientos biológicos son como los ruidos del segundero de un reloj: hacen correr el tiempo.
No escribo en este blog desde hace semanas y tengo canas quizá por la misma razón: porque la cabeza me da vueltas en otras esferas y no me quedan energías. He reingresado en la vida laboral, que es como tener una enfermedad crónica. Seguramente si me detectaran una diabetes, una cardiopatía o una artrosis, pasaría tiempo sin ponerme delante del ordenador a desahogarme en un blog. Estaría todo el día leyendo libros médicos, ensayando las formas de inyectarme la insulina o haciendo ejercicios de rehabilitación ósea. La vida laboral es eso, incluso cuando el tipo de enfermedad pertenece, como las venéreas, al género de las deseables.
He pasado estos dos meses haciéndome propósitos diarios de escribir aquí, pero los ratos libres que he tenido los he dedicado a la vida social, a la lectura o a la pereza, que es algo que cada vez reivindico con más empeño. He dejado pasar temas más que apasionantes. El Premio Nobel a Vargas Llosa, cuya última novela es gris y cenicienta, lo que no empaña en absoluto el merecimiento del premio. Las fornicaciones navokobinas de Sánchez Dragó, con quien pasé unos días en Estambul -sin ninguna intimidad, aunque conseguí enterarme de que se tiñe el pelo- mientras arreciaba el escándalo, que me salpicó cómicamente. La entrevista de Millás a Felipe González, cuyos efectos resumen a mi modo de ver muchos de los males de la sociedad en que vivimos: la mentira, la manipulación y la mediocridad de quienes miran. Etcétera.
En estos dos meses ha ocurrido también algo trascendental: ha nacido mi sobrina Eva. Con mucho pelo, como puede verse en la fotografía. Sigo pensado que dar vida a alguien es la mayor de las crueldades que pueden cometerse, pues la vida, racionalmente contemplada, no es algo apreciable. Y es, además, algo que se acaba. Pero a pesar de eso, quizá no haya nada más conmovedor que sujetar a un bebé entre los brazos.
Estoy algo melancólico por mis canas. Me gustaría que la vida durara más y que no se nos fuera entre los dedos con tanta facilidad. Aunque dicen que a los cadáveres les sigue creciendo el pelo después de muertos. Mientras tanto, a los vivos les sale cada vez más caspa.
Publicado el 20 de noviembre de 2010 a las 15:45.