La austeridad I
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Aplicando la lógica familiar a la política de estado, la austeridad es sin duda una cosa excelente. No hay que gastar más de lo que se tiene, salvo en los casos en que se trate de hacer inversiones que de otro modo no podrían acometerse. O incluso, para ser exactos, ni siquiera en estos casos, pues cuando yo pido un préstamo hipotecario para comprarme una casa doy por supuesto que durante el año ganaré lo suficiente para pagar las doce mensualidades correspondientes, de modo que, aunque se cree una deuda, no habría déficit.
Esta lógica familiar es aplastante, y como la derecha mundial, según explica a la perfección Georges Lakoff, se rige por presupuestos sacados de la cartilla de la familia tradicional -el autoritarismo paterno, la jerarquización, la recurrencia a valores morales que se cumplen sólo en apariencia...-, los partidos conservadores la están esgrimiendo orgullosamente cada vez que pueden. Pero las lecciones básicas de economía son más complejas. Por eso las cuentas no salen y cada vez vamos a peor, con amenaza de nueva recesión o de flaqueza perpetua.
La lógica familiar, no obstante, se aplica sólo de boquilla, porque gobernar tiene sus servidumbres. Este fin de semana largo de Madrid lo he pasado en una cabaña apartada de la Sierra. La cabaña no estaba tan apartada como para que no se oyeran los fuegos artificiales de las fiestas de los pueblos del alrededor. Y en uno que visitamos pudimos ver las fanfarrias, las luces decorando las calles, las limonadas y bizcochos servidos en la plaza principal y algunas otras galas de las fiestas patronales. Si una familia se queda sin recursos, lo primero que hace es dejar de salir al cine, retirar al niño de las clases de hípica, suspender las vacaciones y quitarse el vicio del tabaco, no dejar de llenar la nevera. En asuntos macroeconómicos, sin embargo, somos más torcidos: recortamos los presupuestos de educación y de sanidad y dejamos de construir infraestructuras, pero no suspendemos las fiestas patronales ni un año. A lo mejor los bizcochos eran más baratos y en las fanfarrias había menos gente. En Navidad, como el año pasado, encenderemos menos bombillas en las calles y repetiremos los diseños de los árboles luminosos. Pero ay de aquel que predique la austeridad completa en estos asuntos. Se le acusará de aguafiestas (nunca mejor dicho) y se le retirarán los votos. "Con toda la desgracia que vivimos cada día, ¿no tenemos ni siquiera derecho a un poco de distracción?", dirán los más acérrimos.
Porque gobernar, ya se sabe, es un equilibrio en el que, en cualquier latitud y en cualquier época, no pueden faltar nunca las dosis justas de pan y de circo.
Publicado el 13 de septiembre de 2011 a las 00:45.