El aviso, de Paul Pen
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Siempre he dicho que la lectura está sobrevalorada en su función social: no creo que los que leen se hagan más listos ni mejores personas, sino más bien al contrario. Pero hay algo en la lectura que tiene pocos parangones: el placer que produce. En eso sí me dan un poco de pena las personas que nunca se aficionaron a leer, como me dan pena las personas a las que no les gusta viajar o las que, por decisión o por imposibilidad, no se acuestan con nadie.
Por eso cuando cae en tus manos uno de esos libros que te embeben (que te enganchan, se suele decir en el argot editorial, pero a mí la expresión me repugna un poco, porque remite al bestsellerismo rampante), lo que se siente es algo parecido a cuando desnudas por primera vez a alguien que te gusta. Cuando has empezado un libro que te hace estar esperando el próximo rato de lectura con ansia, como si fuera una necesidad fisiológica y no un ejercicio intelectual, hay que celebrarlo con gusto, aprovecharlo al máximo. Es igual que un orgasmo largo. No siempre esos libros se quedan grabados en tu vida, del mismo modo que no te casas con todas las personas a las que has desnudado (bueno, creo que algunos sí), pero el placer ya es irreversible. Se te queda en el cuerpo.
Acaba de pasarme con El aviso, la primera novela de Paul Pen, que ha publicado RBA en su serie negra. He sentido con ella esa necesidad de entrar en el mundo imaginario que crea -muy imaginario- y dejarme vivir allí. Es una novela turbia sobre el destino, sobre el sentido último de la vida, sobre la imposibilidad de corregir lo que está trazado. Está llena de intriga, pero no es propiamente una novela de intriga. Está llena de terror, pero no es en absoluto una novela de terror. Me ha recordado (a pesar de su lejanía) a ese concepto de la literatura fantástica que tenía Julio Cortázar, ese mundo extraño que irrumpe en el mundo real sin que aparentemente ocurra nada, sin que la cotidianeidad se rompa del todo. Desazona, pero antes hechiza.
Me pasé la segunda mitad de la novela reescribiéndola, pensando que los personajes deberían haber actuado de tal o cual manera y que la resolución de las cuestiones deberían haber sido estas y no las otras. ¿Por qué? ¿Porque el autor lo resuelve mal? No, en absoluto: porque la novela tiene una arquitectura con tantas posibilidades narrativas que sirve de experimento creativo para cualquier lector con imaginación (y mucho más para cualquier lector escritor). Sería una buena novela de trabajo en las escuelas de escritura, porque estimula el pensamiento narrativo.
Y hay que agradecerle al autor sobre todo el final. En algún momento me temí lo peor. Pero al cabo fue lo mejor.
Publicado el 5 de septiembre de 2011 a las 00:30.