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Si yo me entero de que la vecina del quinto, casada con el presidente de la comunidad, se está acostando con el vecino del tercero y flirtea con el conserje, al que convence con sus artes de seducción para que le dé material de limpieza y bombillas nuevas de la comunidad para su uso privado, me asiste el derecho de ir a hablar con el presidente y ponerle al corriente de los adulterios de su esposa, y de demostrar en una Junta de Vecinos que el consumo de lejía que tenemos es excesivo porque la mencionada adúltera sustrae garrafas enteras con la permisividad enamorada del conserje. A esa señora hay que pararle los pies como sea, porque si no cualquier día comienza a robarnos el correo y se encama con el administrador de fincas para desviar fondos vecinales a sus cuentas.
Habrá quien piense que el método de la delación es desleal y siniestro y habrá quien crea que mi visión del mundo es cándida por escandalizarme de algo tan común como que las mujeres del quinto se acuesten con los vecinos del tercero y le sisen limpiacristales y cremas enceradoras al conserje. Pero incluso ésos deberán reconocerme que algún bien puede derivarse de mi delación. Seguramente ahorraremos en intendencia y consumibles, evitaremos que los carteros comerciales, ante la desatención del conserje, nos llenen los buzones de propaganda infame, y sortearemos el riesgo de un desfalco o de una prevaricación.
Ahora bien, si al hilo de esa circunstancia yo aprovecho para explicarle al marido cornudo que su mujer va contando por ahí sus problemas de erección y pongo un aviso en el tablón de anuncios de la comunidad describiendo lo que piensa la señora de cada uno de los vecinos -el del segundo derecha es un hortera vistiendo, a la del cuarto centro le huele el aliento, al del bajo le ayudan sus padres a pagar el alquiler, la del primero parece lesbiana y el del ático se va de putas los viernes por la noche-, la cosa cambia. Me convierto en un deslenguado incontrolable y arbitrario.
Pero si, ya que he aprendido el método y tengo el hábito, aprovecho más aún para revelarles a cada uno lo que el otro piensa o cuenta de él -el del ático querría acostarse con la del primero, pero no puede porque es lesbiana; la del cuarto centro está convencida de que el del segundo derecha usa tangas; la del primero ha visto al del bajo entrando a uno de los comedores sociales; y el conserje asegura que el presidente viene más de un día apestando a alcohol-, entonces ya no hay remedio: he convertido una causa justa en un entretenimiento de verdulera. Es posible que el presidente despida al conserje, que el del bajo le descerraje la puerta a la del primero para robarle, que el hortera le meta caramelos mentolados a la del cuarto centro en el buzón con una nota sarcástica y que el del ático comience a organizar orgías ruidosas todos los fines de semana.
O sea, una gran obra.
Publicado el 12 de diciembre de 2010 a las 12:30.