El sectarismo sectario
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En España se habla mucho de sectarismo. Es posible que en otros países también y que los males sean parecidos o iguales a los de aquí. Viajo mucho, pero nunca he vivido en otro lugar ni he llegado a tener una conciencia precisa de los males diferenciales que aquejan a otras sociedades respecto a la nuestra, salvo, quizás, a la italiana. Digo todo esto porque tal vez en todas partes se cuezan las mismas habas.
Me parece, sin embargo, que hay un rasgo muy español que tiene que ver con la Transición y con la educación política que en aquella época recibimos. La generación de mis padres no tuvo educación política: crecieron y vivieron durante el franquismo, y en el franquismo -ya se sabe- ni Franco se metía en política. En la Transición, en cambio, crecimos escuchando a todas horas que cualquier opinión era respetable. Todas las ideas debían estar en pie de igualdad, no había que denigrar ninguna.
De aquellos polvos vienen estos lodos, creo yo. Hemos aprendido a callar ante cualquier desmán, y a quien no lo hace, aunque sea razonando, se le acusa de sectarismo. Se recuerda muy a menudo, con ironía, esa actitud futbolística de algunos españoles: a los de mi bando, como a los de mi equipo, les perdono todo y les río todas las gracias; a los del bando contrario, en cambio, sólo les injurio. Sin embargo, no se recuerda tan a menudo -o no se recuerda en absoluto- la actitud ameba de muchos otros españoles, que crecen y se multiplican cada vez más: todos los bandos son iguales, todos los comportamientos son iguales, todas las opiniones son iguales.
Sólo así puede explicarse que un lector de este blog acuse a otro de pensar que la Guerra Civil fue "una guerra de buenos y malos" y añada que tiene "la certeza de que si hubiera ganado el otro bando, el horror hubiera sido exactamente el mismo". ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? En 1977, en 1980, nadie habría puesto en duda que la Guerra Civil fue una guerra de buenos y malos, o, si ustedes lo prefieren, para no parecer más sectario de lo que soy, de malos contra muy malos. En 1977 nadie habría dudado de que si hubiesen ganado los republicanos el horror habría sido muy distinto, la reconciliación habría llegado mucho antes, los fusilamientos y los encarcelamientos habrían cesado y la prosperidad española habría comenzado con décadas de anticipación.
Hoy, en cambio, si hablas mal de Jiménez Losantos tienes que hablar mal a la vez de Gabilondo. Si hablas mal de la COPE, tienes que menospreciar también a la SER. Si criticas las tonterías de Aznar tienes que hacer inmediatamente una glosa de las necedades de Zapatero. Todo es equidistante, un círculo perfecto cuyos radios tienen la misma medida.
El otro día escribí un post sobre Pedro J. Ramírez. Ningún lector me discutió los argumentos (eran irrebatibles, puesto que sólo citaba dos textos documentales que probaban una mentira), pero varios me acusaron enseguida de sectario: para poder criticar a Ramírez tenía que criticar a Cebrián, para poder criticar a El Mundo tenía que criticar también a El País. Un lector lo proclamaba transparentemente: "En cuanto a las mentiras periodisticas, El País, periódico de referencia para la izquierda, tiene una historia, no solo de mentiras, sino de silencios complices (incluso con delitos de sangre), que quien esté libre de culpa tire la primera piedra". Los delitos de sangre a los que se refería, por supuesto, eran los de los GAL, como él mismo aclaró después. Es el ejemplo perfecto de lo que a mi modo de ver está ocurriendo en España: la falsedad campea a sus anchas, la tergiversación se ufana de sí misma y la ignorancia se exhibe sin pudor.
¿Qué ocurrió con los GAL realmente? En 1982 José Barrionuevo es nombrado Ministro de Interior e inicia una tarea política desastrosa. Curiosamente, sin embargo, es el ministro más apreciado por la derecha. Hay una imagen célebre e insólita de un discurso de Barrionuevo en el Congreso aplaudido por los diputados de Alianza Popular mientras los diputados socialistas disimulaban para no tener que aplaudir. Fraga, en esos años, decía que "el mejor terrorista es el terrorista muerto".
En los años previos, un periodista joven llamado Pedro J. Ramírez escribía su crónica en ABC, donde trabajaba entonces, diciendo que "el desenlace de esta guerra psicológica [entre ETA y el Estado] depende de que el Ejército tome conciencia de que está siendo utilizado por un enemigo inteligente y de que sea capaz de instrumentar una respuesta adecuada con la misma frialdad y el mismo cálculo. Medios no le faltan para ello. La dificultad a la hora de darles operatividad podría estribar en la actitud pusilánime que caracteriza" a la UCD de la época.
Tres años más tarde ya era flamante director de Diario 16 y escribía editoriales con la misma intención pero mucho menos sutiles. En uno de ellos decía: "Ante los que han hecho del crimen todo un fin en sí mismo, no cabe más que una contundente acción represiva que conlleve la eliminación de su presencia en la calle y su exterminio físico si es preciso". Tres días después reiteraba: "No hay derechos humanos a la hora de cazar al tigre. Al tigre se le busca, se le acecha, se le acosa, se le coge y, si hace falta, se le mata". Les aconsejo que pinchen en los links y lean los textos íntegros, porque no tienen desperdicio.
Cuando ya gobernaba Barrionuevo, el 23 de octubre de 1983, Ramírez escribe: "A Barrionuevo no habría que cesarle por estar consintiendo acciones irregulares en el sur de Francia, sino por cosechar tan pocos éxitos, a pesar de la infinita buena voluntad con que ejerce el cargo. ¿Existe alguna fuerza política o social de cierta relevancia dispuesta a reclamar la cabeza de González por esta circunstancia? Desde luego que no." Y el 4 de noviembre de ese mismo año: "Es preciso cerrar filas en torno a este buen Gobierno que tenemos, formado por hombres competentes y patriotas, dispuestos a conciliar los valores esenciales de la libertad y seguridad. Sus aciertos en la lucha antiterrorista deben recibir aplauso, y sus errores comprensión".
¿Les parece mentira? ¿Les parece increíble? Corran a las hemerotecas. Los que en aquella época teníamos edad (y sectarismo) suficiente lo recordamos bien. Y según los estudiosos de las obras de Ramírez hay en aquellos años más de setenta editoriales y artículos firmados en los que se defiende la guerra sucia.
Pero no he acabado. ¿Qué hacía en aquella época El País, ese periódico que según mi lector tiene las manos manchadas de sangre? El País, que por entonces dirigía todavía Cebrián, denunciaba la guerra sucia y ponía en duda la respetabilidad del Gobierno y de su Ministro del Interior. Hasta el punto de que Barrionuevo, en marzo de 1985, interpuso una demanda contra el periódico por las informaciones que éste había dado sobre el asesinato de Santiago Brouard y sobre las dificultades que el Gobierno estaba poniendo a la investigación judicial.
La historia periodística de los GAL también fue de buenos y malos, ya ven. Como pueden imaginar, nada de todo esto es un descubrimiento mío. Es algo sabido, publicado, republicado y multiplicado. Cualquier escéptico tiene la posibilidad de comprobar su veracidad acudiendo a una hemeroteca (en el caso de Diario 16, que no está digitalizado; en el caso de ABC o de El País puede hacerse la comprobación desde casa, a través de internet). ¿Cómo es posible, por lo tanto, que se siga diciendo lo que se dice? La Esfera de los Libros (la editorial del grupo de Ramírez, por cierto) acaba de publicar una contundente e interesante biografía de Goebbels: quizás ahí estén las respuestas a esta pregunta.
Todos dicen mentiras, The New York Times y Granma (por poner un ejemplo que seguro que es muy del gusto de algunos de mis lectores), pero The New York Times y Granma no son iguales, no están a la misma distancia del centro del círculo, no son las dos caras de una moneda. Uno es blanco y otro es negro, uno es bueno y otro es malo. Podemos matizar todo lo que ustedes quieran, y estaré de acuerdo en hacerlo, pero la esencia no cambiará. Y convertir en parejas especulares de Iñaki Gabilondo, Wyoming o Cebrián a Jiménez Losantos, Hermann Tersch y Pedro J. Ramírez es simplemente (sin querer ofender a nadie, y menos aún a mis lectores) un desatino. Una majadería. Una estolidez. O, si alguien lo prefiere, un complejo de culpa mal llevado y perfectamente psicoanalizable.
Por hoy ya he predicado suficiente, pero volveré.
Publicado el 3 de marzo de 2010 a las 00:00.