El tostón de los del 68
Archivado en: Félix de Azúa, Izquierda, Mayo del 68
Debo reconocer que estoy un poco harto de los sermones y las reprimendas de los lumbreras de esa generación que en 1968 -por poner una fecha simbólica- tenían veintipocos años y querían hacer la revolución, y que hoy, en el siglo XXI, están en la sesentena y quieren purgar todos sus pecados de juventud en carne ajena. Félix de Azúa es uno de ellos, y desde luego de los más insistentes y cargantes. Ayer publicó en El País el artículo que, con variaciones de orquestación, como los compases del Bolero de Ravel, publica cada semestre, ya sea a propósito del Estatuto de Cataluña, de la memoria histórica o de que el Pisuerga pasa por Valladolid. En este caso es porque un amigo suyo le ha regalado un libro -Sobre el olvidado siglo XX, de Tony Judt- cuya lectura le ha permitido descubrir, con mucho alivio, que él y sus colegas fastidiosos del 68 no son "un cultivo cizañero al que divierte poner a parir el espectáculo gubernamental", sino unos sabios sensatos y fundamentados. Es decir, que leyendo el libro se ha dado cuenta de que no es que se haya vuelto muy de derechas -no soportaría ese baldón sobre su conciencia-, sino que la izquierda es muy mala.
Y para demostrarlo nos vuelve a hablar de lo terrible que fue el estalinismo y de lo equivocados que estaban los intelectuales que defendían a los soviéticos y a los maoístas. Como ven, un tema nuevo, muy de actualidad y del que no se ha escrito nada. Y además polémico y candente, porque en los periódicos, en los cenáculos y en debate público hay innumerables defensores del estalinismo y del maoísmo. "Sigue siendo uno de los más dañinos errores de la izquierda no aceptar que entre un nazi negacionista y un estalinista actual no hay diferencia moral", escribe Azúa, sentencioso, admonitorio. Hagamos comentario de texto. ¿De quién está hablando? ¿A qué individuos se refiere? ¿Quién dice hoy que un estalinista tiene más autoridad moral que un nazi? No digo yo que no haya alguien, incluso dos docenas, pero ¿justifica la existencia de esas docenas que Azúa nos dé una homilía cada vez que le pica la conciencia? O a lo mejor es que estamos llamando "estalinista actual" a Bibiana Aído, por ejemplo, o a Joan Pigcercós, y en ese caso, claro, los que consideran que no hay diferencias son más. ¿Habrá oído hablar este señor de la socialdemocracia y del eurocomunismo, por ejemplo? ¿Le bastarán esos sistemas ideológicos como reconocimiento de errores o necesitará que a través de una güija resucitemos a Sartre para que nos reconozca que, en efecto, Camus tenía razón y el maoísmo era una mierda? ¿Habrá que encarcelar hoy a cualquiera que se proclame comunista, para evitar en el futuro las purgas y los gulags?
Examen de conciencia, arrepentimiento y propósito de enmienda: son los tres pasos de una buena confesión, según el Catecismo, y Azúa los ha cumplido perfectamente. Estoy seguro de que ha sido absuelto de sus pecados, incluso si entre estos hubiera estado el de simpatía por los Jemeres Rojos camboyanos, pongamos por caso. Pero creo innecesario que los padrenuestros y las avemarías de su penitencia tengan que ser públicos y divulgados en un periódico de difusión nacional. Me parece excesivo, francamente.
"Aún hay gente que dice amar la dictadura cubana ‘por progresismo' y el actual presidente del Gobierno (uno de los más frívolos que ha ocupado el cargo) se ufana de ello", dice Azúa en el artículo. Ya sé que meterse con Zapatero da mucho pedigrí. Da una elegante independencia ideológica, cordura intelectual e incluso limpieza de sangre, es como comprarse ropa de marca en mercadillos. Pero mentir es pecado, aunque se mienta por una buena causa, como es el caso. ¿Cuándo se ha ufanado el presidente del Gobierno de la dictadura cubana o cuándo se ha ufanado de que haya gente que la ame? (Porque la sintaxis de Azúa no es muy limpia y no se entiende bien cuál es el complemento del verbo, quizá porque su propósito era únicamente meter en la misma frase los sintagmas "Zapatero" y "dictadura cubana").
La izquierda no existe, esta es la conclusión. O mejor dicho: la izquierda que debería existir no existe, y la que existe mejor que no existiera, porque todos son perversos y van a ir al infierno de cabeza. Y todo eso a pesar de que "sería sencillo que la izquierda recuperara su capacidad para armar las conciencias, inspirar entusiasmo y ofrecer esperanza en una vida más digna que su actual caricatura. Bastaría con decir la verdad y enfrentarse a las consecuencias". Yo siempre me pregunto por qué estos pelmazos del 68, que en España no hicieron nada cuando por edad les correspondía, acaban siempre sus murgas justo donde deberían empezarlas. Si es tan sencillo, ilústrenos. Contágienos el entusiasmo. Riéguenos con su lucidez. Y deje ya de una vez de hacer el propósito de enmienda a nuestra costa, por favor.
Qué fatiga.
Publicado el 21 de febrero de 2010 a las 12:30.