Qué jóvenes éramos
Archivado en: Crisis, España, Transición, desamor
Yo he conocido parejas que después de diez, veinte o treinta años de amor y convivencia más o menos feliz -con lo que esto quiera decir: no hay diez años de felicidad ni de enamoramiento- han llegado a la ruptura, y que en ese momento, coléricos o desencantados, han abominado de todo. Han dicho encendidamente: "Ha sido todo mentira, todo una ilusión, todo un fuego de artificio que no tenía sustento. He estado engañado diez, veinte, treinta años, he estado viendo lo que no era real, la luminiscencia de una estrella inexistente".
Cuando vemos a parejas así nos parecen lamentables, aunque los queramos. Sabemos que deliran, que están arruinando lo único que pueden conservar: un amor que existió realmente, que tuvo su sustancia y que dio, durante muchos años, sus frutos verdaderos: noches inolvidables, viajes irrepetibles, una madurez emocional particular, quizás hijos... Nos dan ganas -yo a veces lo he hecho, metafóricamente- de abofetearlos y de recordarles que están drogados por el rencor, por la desesperanza o por cualquiera de los efectos narcóticos de la vida, y que justamente en ese estado no deben dar opiniones contundentes.
Algo así nos está empezando a pasar como sociedad y como país. Ahora todo, según se oye, es una cloaca y un sumidero. La Transición fue una gran mentira y un error tremendo. La Movida no existió. La modernización ideológica y social de España no tuvo nunca lugar. El Rey es igual que Franco. La verdadera literatura es la que se hacía durante el franquismo. Y todos los políticos, desde Suárez hasta Cayo Lara, son unos farsantes.
Hay algo de todo eso que se convierte en profecía autocumplida o en análisis autodemostrado en el propio acto de la enunciación (lo que debe de ser una figura retórica de cuyo nombre no me acuerdo): si decimos esto es que un poco imbéciles seguimos siendo y que la historia, en efecto, no ha hecho el lavado generacional que tenía que haber hecho.
Pero no es verdad. Nada de todo eso es verdad. Es muy duro que te dejen después de diez o veinte años, es difícil entender que esa mujer con la que pasaste tantas noches y con la que viviste tantos sueños se haya convertido en una extraña con la que no tienes nada en común, pero aquellos días existieron, y, lo que es más importante, dejaron en ti una huella que no se puede borrar. El amor fue real, y la metamorfosis que produjo en los que lo vivieron también lo fue. Tenemos muchas cosas de las que quejarnos, muchas barricadas que levantar y muchas miserias que lamentar, pero no deshagamos la memoria. La autocompasión es provechosa para sobrevivir, pero no es sana. Es, de hecho, una enfermedad mental.
Publicado el 23 de julio de 2012 a las 23:30.