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Blog de Luisgé Martín

El infierno son los otros

Retorno a...

Archivado en: Guías, París, Londres, Viajes

ParísHubo dos o tres años que di clases de márketing editorial en uno de los másters de edición -el mejor de todos, no sólo por mis clases, sino por el director, que lee de vez en cuando este blog y que por lo tanto debe ser adulado como corresponde- que tanto proliferaron en la pre-crisis. En esas clases me gustaba usar como ejemplo estrella las guías de viaje, que son un producto versátil, dinámico, adaptable a diferentes nichos de mercado y en el que las variables del márketing lucen más. Hay guías para todos. Para pobres, para ricos, para turistas superficiales, para viajeros cultos, para snobs, para mochileros... Es un terreno apasionante para innovar y para buscar respuestas. Incluso ahora, cuando parece uno de los productos editoriales más amenazados por internet, por la posibilidad mágica que brinda la red de actualizar en tiempo real los datos y de ofrecer interactividad en el viaje, siguen siendo un pequeño filón editorial.

Me han regalado los dos primeros títulos de una nueva colección de guías que se titula Retorno a... Comenzamos retornando a París y a Londres. Las publica La Esfera de los Libros y están concebidas por Daniel Córdoba-Mendiola, que escribe en colaboración estas dos primeras. Y pertenecen a esa estirpe de guías -hay antecedentes ilustres, como la colección de Gallimard que en España editó hace muchos años Acento, de la mano de Miguel Azaola y Luis Suñén- hechas más para leer en casa, para consultar, para aprender, para recordar..., que para llevar en la maleta y utilizar durante el viaje. Guías con un cierto toque exquisito, para gourmets espitiruales.

Las guías que acaban de regalarme tienen un aire cool y un cierto regusto intelectual, lo que a veces parece contradictorio pero casi nunca lo es. Están hechas, como su nombre indica, para personas que ya han estado en una ciudad. No tienen el propósito, por lo tanto, de abrirle sus puertas como si fuera nueva. Ofrecen algunos datos prácticos -lugares monumentales claves, restaurantes, transporte-, pero no pretenden competir con las guías al uso, que son casi siempre repertorios interminables de direcciones y teléfonos. Su propósito es más personal: buscar los rincones íntimos de cada ciudad, las callejas que tienen una historia, los barrios con sabor. Buscar lo que casi nunca se encuentra en los viajes: la vida verdadera de la ciudad. La mayoría de las veces que pisamos una ciudad que nos gusta nos vamos con la sensación de que no podríamos conocerla bien salvo que viviéramos en ella una temporada. Retorno a... no remedia eso, sería imposible. Pero trata de pintar el paisaje de otra forma.

Sus primeros capítulos se abren bajo el epígrafe "Volver como...", que se completa con un buen número de lugareños ilustres. Volvemos a París como Pablo Picasso, como Amélie, como Coco Chanel, como Proust o como Man Ray, entre otros. A Londres regresamos bajo el auspicio espirutual de David Bowie, de Bridget Jones, de Virginia Woolf o de Norman Foster. Para sostener entre las manos estas guías, por lo tanto, es necesario al menos tener una idea de quién son estos individuos. Hace falta un cierto nivel cultural. Cada uno de esos personajes alumbra un barrio, una zona, y nos permite ir de su mano por la ciudad.

Leyendo algunas partes de estas guías, o simplemente ojeándolas, he sentido el placer de entrar en una ciudad fascinante ya vista. La primera vez que estuve en París o en Nueva York o en Londres tuve que ir tachando los hitos fundamentales: museos, ruinas, iglesias, torres, palacios. Disfruté como disfruto siempre que viajo, pero con un cierto estrés militar. Cuando he vuelto, sin la obligación ya de ver lo que vi, he podido pasear, perder el tiempo en compras, entrar a un museo sólo para ver un cuadro o una sala, concentrar mi antención en los barrios que más me interesaban... Es otro ritmo, otro viaje. Retorno a... promete algo así. Un viaje detenido, una mirada de turista que vive allí. Al final de cada guía, cuatro personas -los autores y otras dos personas autorizadas- eligen las cosas de la ciudad que personalmente les enamoran. Son lugares, momentos, ruidos, horas, fiestas, rituales... Cualquier cosa. Por último, se ofrecen unas páginas en blanco con indicaciones -un recurso un poco adolescente- para que el lector retrate su viaje. Su regreso. Eso es lo que estas guías quieren dar: un trozo de vida allí.

Son una excelente idea para un regalo. Si tienen un amigo chiflado por París o Londres (no sé qué otros títulos pueden estar en la cocina), ya saben qué comprarle para su cumpleaños.

Publicado el 1 de julio de 2010 a las 01:15.

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Corazón que no siente

Archivado en: Ojos que no ven, ETA

Hace veinte años traté de leer el libro de relatos Los encuentros, de J. Á. González Sainz, pero no pude acabarlo. Acabo de buscarlo en mi biblioteca y tiene todavía la marca en la página en la que lo abandoné. Lo recuerdo como un libro premioso, preciosista, de aire denso y casi impenetrable. Quizá llegué a él antes de lo debido, como ocurre a veces. El hecho es que cuando volvió a publicar no hice intención de leerle. Tampoco a principios de año, cuando Anagrama editó Ojos que no ven. Pero el otro día, en Santillana del Mar, en una comida con escritores, dos de ellos lo recomendaron especialmente, añadiendo además asuntos morbosos que lo hacían más interesante. Como soy todavía de naturaleza curiosa, lo compré enseguida y lo leí. Es una de las grandes novelas que están ahora en las mesas de novedades.

Ojos que no ven habla de ETA. No se menciona ni una sola vez el nombre de la banda, ni el nombre de una población o una geografía, ni se da ninguna referencia concreta, pero las coordenadas son indudables. Muchas veces hemos lamentado que no hubiera más literatura sobre la historia reciente del País Vasco, sobre el terrorismo de ETA. Seguramente todo tiene su tiempo. Es posible que el miedo -o la cobardía, como se prefiera- haya contribuído a ello, pero también el hecho de que los tiempos de la literatura no son los de la crónica. Tal vez a partir de ahora comiencen a florecer las novelas sobre ETA.

Ojos que no ven es una novela premiosa, preciosista, de aire denso. No cuenta ninguna historia singular. No tiene ritmo de thriller ni hurga en los procesos históricos. Cuenta la miseria moral. La degeneración de una sociedad atravesada por el miedo, por la impunidad y por la infamia. Cuenta de un modo simple el nudo mismo del desvarío. Llegará el día en que nos preguntemos cómo pudimos vivir -unos más que otros- consintiendo que al disparate se le dieran otros nombres en el País Vasco. Ojos que no ven no hace otra cosa: se pregunta serenamente cómo fue posible, cómo es todavía posible ser tan canalla o tan imbécil.

Publicado el 29 de junio de 2010 a las 00:45.

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Saramago

Archivado en: Saramago, Premio Nobel

El día 8 de octubre de 1998 estaba yo sentado en el stand del Grupo Anaya de la Feria de Francfort, descansando, cuando pasó frente a mí José Saramago. Iba con aire despistado, Saramagobalanceando en su mano una cartera de cuero muy vieja y oteando el panorama de los estantes llenos de libros. Yo había leído poco antes Ensayo sobre la ceguera, uno de los libros que más me han impresionado nunca, y Casi un objeto, una colección de relatos en la que había dos o tres cuentos magistrales, irrepetibles. Le vi pasar frente a mí con admiración. Con envidia.

Tres o cuatro horas más tarde, la noticia corrió por la Feria, sobre todo por las vecindades ibéricas: Saramago acababa de ganar el Premio Nobel de Literatura. Como soy un poco adolescente de espíritu, me emocionó esa casualidad, la de haber visto a uno de los escritores que más me habían conmovido en los últimos tiempos justo en los momentos previos a que la gloria le cayera encima. Recordé su forma de caminar, balanceándose, solitario, sin gente que le acosara. Recordé su cartera vieja, de profesor chiflado. Pensé que seguramente el que yo vi iba a ser uno de los últimos paseos anónimos que Saramago daría en su vida, sobre todo en un ambiente como ése de la Feria del Libro. A partir de ese momento le abrumarían la fama, el asedio, los requerimientos. El amor de los demás, que a veces es una losa. Me he acordado muchas veces de ese instante. El filo de una navaja que pude contemplar.

Él se enteró de la concesión del premio en el aeropuerto, pero ya no se fue. Se quedó allí, en la que en esas fechas es cada año la capital del libro. Esa noche, su editorial española, que era y es la mía, Alfaguara, le organizó una pequeña fiesta en una habitación del hotel (si no me falla la memoria) Frankfurter Hof. Fue sólo un brindis humilde, hecho casi a su pesar. Saramago estaba cohibido, avergonzado de tanto honor. Saludó a quienes le saludaban, dijo unas palabras de agradecimiento. Me acuerdo de que me sentí feliz. Feliz de que alguien a quien yo había leído con devoción ganara un premio que le reconocía. Y feliz de que alguien tan poco engolado -en un mundillo en el que el engolamiento es lo habitual- pudiera estar ahí, en el centro del mundo. Tal vez creí en ese instante que la justicia existe a veces.

No siempre he estado de acuerdo con las actitudes políticas de Saramago, pero me ha parecido ejemplar que las tuviera sin fatiga ni reposo, hasta el último aliento. Me gusta la gente que se mancha las manos y cada vez desprecio más a los que se las lavan continuamente. Incluso con aquellas palabras que no he compartido he tenido la sensación de que estaban dichas por un hombre bueno. Hoy leo, con estupor, que el Vaticano aprovecha su muerte para denigrarle. Cada vez va estando más claro quiénes irán al cielo y quiénes al infierno cuando llegue el día del Juicio Final.

Publicado el 20 de junio de 2010 a las 10:45.

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La economía, las matronas y los sietemesinos

Archivado en: Economía, Alemania, España,

El martes cené con unos amigos entre los que se se encontraban dos o tres ministros de Economía, varios subsecretarios de Hacienda y un vicepresidente para Asuntos Económicos que pugnaba conmigo por el puesto. Al cabo de unos minutos, los dos postulantes a la vicepresidencia estábamos discutiendo sobre la fiscalidad alemana. Mi oponente decía que la fiscalidad alemana era mucho más justa que la española y controlaba mejor la defraudación de impuestos y yo decía que ambas fiscalidades eran muy parecidas. Por supuesto, ni que decir tiene que ni mi oponente ni yo teníamos ni idea de fiscalidad alemana, pero en los fragores de las sobremesas estas cosas pasan.

En realidad estábamos hablando de lo de siempre, de si España es todavía un país bananero en algunos aspectos fundamentales o si es homologable (aunque sea para mal) con cualquier país europeo y, como paradigma, con Alemania. Yo tengo la sensación, que ratifico siempre que viajo, de que no hay muchas diferencias. El espectáculo belga de estos días no es muy edificante, por ejemplo. Los tejemanejes del ministro de Exteriores alemán de los que me enteré hace unos días gracias a mi corresponsal centroeuropeo José Ovejero (escritor al que hay que leer, por cierto) no pasarán precisamente a la Historia de la Honestidad Política. El bochorno de los gastos privados que los parlamentarios británicos cargaban a la cuenta de los erarios públicos no será quizá superado nunca en España. Y de las arenas movedizas italianas no sabría elegir un ejemplo, de entre los miles que hay, para darles aquí. Los españoles, desde los presidentes del gobierno hasta los albañiles, somos bastante parecidos a los franceses o a los alemanes. Y las estructuras en las que nos movemos igual de perfumadas o de fétidas.

Mi amigo vicepresidente ponía un ejemplo que siempre me escandaliza y que me hizo dudar. "¿Tú crees que en Alemania", me preguntó, "cuando estás haciendo una compraventa de una casa los notarios se salen de la sala para que las partes puedan intercambiar el dinero negro sin estorbos?" No lo creo, la verdad. Me acuerdo que una vez, en un pueblecito cerca de Frankfurt, fui a cruzar una carretera que tenía un semáforo y después de mirar a un lado y a otro, viendo que en los horizontes no había ningún coche, comencé a atravesarla a pesar de la luz roja, acompañado de los amigos que me acompañaban. Una señora que estaba esperando pacientemente la luz verde nos echó una bronca terrible por violar las reglas, a pesar de lo absurdo de su espera. Si esa señora fuera notario y me ve intercambiando un sobre de dinero no contemplado en las escrituras de compraventa, me manda a prisión sin dudarlo. No sé si en Alemania se maneja dinero negro en la compraventa de inmuebles. A lo peor en lugar de intercambiárselo en la sala del notario se lo intercambian en el portal o en la salchichería de la esquina.

Pero las cosas, a la hora de gobernar, son siempre más poliédricas. Mi amigo vicepresidente decía que lo que había que hacer era atajar ese dinero negro que se defrauda en vez de bajar el sueldo a los funcionarios. Si damos por bueno que en Alemania, a pesar de que ese dinero negro está atajado, también les han bajado el sueldo a los funcionarios, el problema se complica. Si añadimos el hecho incontestable de que muchos de los que compran pisos -es sólo una metáfora, entiéndanlo- son funcionarios, el enrevesamiento es colosal, porque muchos de ellos preferirán una bajada de sueldo a tener que tributar por lo que han hurtado a la vista del notario. Y si, por último y sobre todo, nos preguntamos cómo demonios (por no usar palabrotas) se ataja eficazmente el dinero negro, el fraude fiscal de las empresas, el IVA de las reformas y de las chapuzas que no se paga y todos esos fraudes, pequeños y grandes, que encadenamos, entonces el cisco ya está montado. A mi amigo vicepresidente le estaba jaleando una amiga subsecretaria de Hacienda y de Asuntos Sindicales que normalmente se lleva la factura de las cenas que celebramos para dársela a una amiga autónoma -y pobre, según dice como disculpa- para que se la desgrave. Creo que este ejemplo es un buen retrato del país o del mundo en el que vivimos.

A veces, cuando nos sentamos a arreglar el mundo, no nos damos cuenta de que el mundo que tenemos que arreglar es éste en el que vivimos, no uno que nos inventemos. Yo estoy de acuerdo con todo lo que se me ponga a la firma. Con acabar con el fraude fiscal, con retirar las subvenciones a la iglesia, con gravar a las grandes fortunas y con subir las pensiones mínimas el doble. Pero hay que saber cómo se hace eso con los ciudadanos que uno tiene y con el patrimonio material e intangible que se administra. No digo que no se pueda hacer nada, pero resulta descorazonador escuchar soluciones que exigirían, para poder implementarse de verdad, el exterminio de tres cuartas partes -al menos- de los lugareños.

Todo esto ha sido un preámbulo para llegar al asunto central, que lo ilustra a la perfección. A la mañana siguiente, después de esa cena de ministros y altos cargos de la economía mundial, me enteré de que al parecer hay ya en España clínicas que están ofreciendo fórmulas para adelantar el parto a las mujeres embarazadas que salen de cuentas después del 1 de enero, cuando el Gobierno dejará de pagar los dos mil quinientos euros por bebé. Si con un pase mágico de fórceps nos ganamos ese dineral, aunque el niño salga con la cabeza un poco apepinada, vamos a por ello sin vacilación. No he tenido tiempo de llamar a mi compañero vicepresidente para preguntarle cómo solucionaría él esto. ¿Quitándole la paga a los sietemesinos, por si acaso? ¿Mandando inspectores a los paritorios? Tampoco sé qué pasaría en Alemania en una situación semejante, lo confieso. Pero de lo que sí estoy convencido es de que esto es una casa de putas, y no porque las madames del Gobierno se empeñen. Y digo esto a pesar del tremendo error que ha cometido Zapatero ayer: en un partido como el que jugábamos, con una defensa cerrada de jugadores muy altos, lo sensato habría sido sacar a Llorente en lugar de a Torres.

[Una postdata al post: mi amiga María, experta en asuntos natalicios, me informa de que, como yo sospechaba, en Alemania los embarazos tienen una duración muy parecida a la española, pero a la inversa. Allí las clínicas trataban de alargar los partos para que el bebé naciera después de la fecha en que el Gobierno empezaba a poner un pan debajo del brazo de cada niño. Está claro que si Zapatero hace una crisis de Gobierno el ministro de Hacienda tendrá que ser un ginecólogo].

Publicado el 17 de junio de 2010 a las 02:45.

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La economía, el bazo y el espinazo

Archivado en: Economía, Crisis

Antes de ayer, en la Feria del Libro, escuché a dos hombres discutiendo acaloradamente mientras avanzaban por las casetas sin demasiada atención. "O sea que Alemania es también un desastre, ¿no?", decía uno con énfasis. "Que la Merkel es una inútil y una derrochadora, ¿verdad?" El otro sonreía con ese gesto de desdén que pone quien se siente superior y no puede responder a argumentos insustanciales sin rebajarse. Acababa de saberse que Alemania iba a aplicar un plan de recorte tan brutal como el español y que en todas partes, por lo tanto, cocían habas.

Cuando llegué a casa, vi que en Facebook el escritor Tino Pertierra había colgado en su muro un pensamiento semejante: "Alemania anuncia un gran recorte. ¿Aunque Zapatero lo hubiera hecho bien habría que haber dado el tijeretazo?", decía más o menos. De la pregunta colgaban un par de decenas de respuestas a la pregunta, evidentemente enconadas.

Yo, como todos los españoles en mayor o menos medida, llevo discutiendo de economía durante meses. En cualquier sobremesa o en cualquier reunión social -de amigos o de enemigos- se habla de la crisis, de las medidas del Gobierno y de las opiniones del FMI, la OCDE, Trichet y la Santísima Trinidad sobre la situación. Discuto, como siempre, con cierta furia, planteando preguntas que desde la postura de mi contertulio no tienen respuesta. Y es entonces cuando todos dicen la frase mágica: "Y yo qué sé. Yo no soy economista". No falla nunca. Ni una vez. En cuanto buscas las contradicciones o los absurdos, se lo pones en bandeja: "Y yo qué sé. Yo no soy economista".

Por ejemplo, ahora todo el mundo dice que si el Gobierno (Zapatero, en realidad, que es Mefistófeles) hubiera hecho recortes hace dos años, cuando empezó la crisis, no habríamos llegado a esta situación lamentable y los ajustes no habrían tenido que ser duros. Esto no es un disparate: es simplemente una gilipollez. Algo insostenible por cualquier economista, sea cual sea la escuela a la que pertenezca y el color político que tenga. Hace dos años nadie en el mundo reclamaba ajustes, sino todo lo contrario, porque de lo que se trataba era de empujar la economía, y si recortas el gasto público la economía se contrae aún más. Se puede acusar al Gobierno (con razón o sin ella) de gastar mal, pero no de gastar mucho. Y sin embargo la idea se ha hecho ahora hegemónica: pensamiento único. La última persona a la que se la escuché fue a un escritor famoso; es decir, a alguien instruido, que lee periódicos y tiene una cierta formación.

Hace un mes Zapatero decía que no quería acelerar la reducción del déficit porque se resentiría el crecimiento. Ahora, cuando ha pegado el tijeretazo, los que se lo exigían se echan las manos a la cabeza y dicen -unos hipócritamente; otros estúpidamente- que la economía va a crecer menos, que eso provocará más paro y por lo tanto más gasto en prestaciones y menos recaudación.

El espectáculo que se está produciendo me parece fascinante. Es parecido una vez más al del fútbol. Ojalá ganemos el Mundial o lleguemos a la final, pero si no es así, la culpa va a ser de Del Bosque. Porque en el alma de cualquier español habita un seleccionador nacional y un ministro de economía. Tenemos la alineación ideal y las recetas oportunas, aunque no seamos entrenadores ni economistas.

Yo estudié algo de economía (de macroeconomía) hace años, y me parece una disciplina tan apasionante como escurridiza. Saqué una conclusión que puede aplicarse casi sin excepción: "Lo que es bueno para el bazo es malo para el espinazo". Si bajas los tipos de interés se dispara la inflación. Si los subes, se retraen el consumo y la inversión y se frena el crecimiento, con el consiguiente aumento del paro. Si aumentas el gasto público, aumenta el déficit. Si lo reduces, disminuye la actividad y por lo tanto la recaudación. Y así hasta el infinito. Es como los medicamentos, a partir de una determinada edad: las pastillas para dormir te destrozan el hígado, los comprimidos para la alergia te estriñen y las pomadas para las contracturas musculares producen dermatitis.

Hace unos meses, cuando el Gobierno español habló de especuladores, muchos torcieron la sonrisa y se burlaron. Ahora, cuando Sarkozy y Merkel hablan de especuladores y piden que se tomen medidas contra esas operaciones, nadie tuerce la sonrisa ni dice nada. Cuando España hace un recorte, es por la torpeza y la mala gestión de su gobierno. Cuando lo hace Alemania, es por prudencia y por previsión. Cuando Francia aprueba una medida de auxilio financiero es por reflejos. Cuando la aprueba España es por improvisación. No sólo somos sectarios e ignorantes: seguimos siendo paletos. "Y yo qué sé. Yo no soy economista".

El Gobierno ha cometido errores, evidentemente. Quizá más que otros gobiernos, quizá menos, no lo sé. Uno de ellos -sin efecto real en la marcha de la economía, pero sí en su credibilidad y su prestigio- es haber dicho que íbamos a salir de la crisis al mismo tiempo que los demás. ¿Cómo va a salir España de la crisis al mismo tiempo que Francia y que Alemania? España no es Francia ni es Alemania. Les voy a poner un ejemplo que tengo muy a mano. Mi hermana está embarazada. Tiene un trabajo y vive en Madrid. Quiere hacer unas sesiones de pilates para embarazadas, como hacen obsesivamente las madres de hoy en día con el fin de mantenerse en forma y facilitar el desarrollo del feto y el posterior parto. Pero no quiere dejar el trabajo. Pues al parecer en Madrid no es posible. No hay centros de pilates que ofrezcan sesiones para embarazadas después de las siete de la tarde. Madrid es una ciudad con más de tres millones de personas y con más de medio millón de parados. No sé cuántas embarazadas habrá ni cuántas de ellas estarán buscando sesiones semejantes, pero estoy seguro de que muchas. ¿Cómo es posible que a nadie se le ocurra montar una empresilla para ofrecer ese servicio? No tengo respuesta. ¿Es culpa de Zapatero? Seguramente: podía habérselo dicho a Sonsoles, que está desocupada, y haber abierto un centro.

Los gobiernos cada vez mandan menos, que es lo que se pretendía. Cada vez tienen menos margen de maniobra, que es lo que se buscaba. Y además juegan los partidos con los jugadores que tienen. En este Mundial, con Busquets, Xabi Alonso, Cesc y Xavi en el centro del campo es posible que podamos ganar. Hace años, cuando los balones los tenía que sacar Alexanco desde la defensa, dando pases de veinte metros, haber pasado de cuartos habría sido un milagro. Y sin embargo nos lo creíamos. Como lo de salir de la crisis al mismo tiempo que Alemania.

¿No ha llegado el momento de hacer la revolución?

Publicado el 9 de junio de 2010 a las 21:45.

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Mourinho II: El triunfo o el amor

Archivado en: Real Madrid, Mourinho, Éxito

MouHoy estoy metafísico y, como siempre, melancólico. Me da por pensar en cosas graves y en asuntos profundos. ¿Es mejor ser admirado o ser querido? ¿Es mejor vencer o convencer? ¿El triunfo nos da siempre la felicidad o a veces nos la quita? ¿El fin justifica los medios?

El Real Madrid es uno de los clubs con más hinchada en todo el mundo, pero es también uno de los más aborrecidos. Los éxitos históricos están sin duda detrás de una y otra actitud: hay mucha gente mediocre que sólo se arrima a los ganadores para poner un poco de color en su vida y hay mucha otra gente resentida que los detesta únicamente por pura envidia. Pero el asunto es mucho más complejo y fascinante. Las razones por las que alguien puede pasar una semana deprimido por la derrota de su equipo o por la victoria de su equipo rival son profundidades del alma humana -nada excepcionales y cada vez más extendidas- que soy incapaz de descifrar. Es verdad que todos los colores las pueden poner en sus vitrinas, pero creo que los triunfadores de raza mucho más que los perdedores de siempre. Chus García Sánchez, conocido en el mundo editorial como Chus Visor, atlético de pro, asegura que los verdaderos "sufridores" no son los hinchas del Atleti, como se dice siempre, sino los del Real Madrid. Y tiene más razón que un santo. La costumbre de la derrota hace callo en el espíritu y convierte el fracaso en una forma de vida llevadera. Los hinchas del Madrid, en cambio, empiezan a echar espuma por la boca al primer revés y se descomponen cuando pierden. Después de un año sin títulos, tienen que medicarse. Y después de dos se dispara el índice de suicidios. Cuando he ido al Bernabéu he escuchado los peores insultos que un hincha puede decir a sus propios jugadores o a su entrenador. Los madridistas sí que sufren.

Un madridista lúcido -hay varios, aunque parezca mentira- decía hace poco, a propósito de Mourinho: "¡Lo que nos faltaba! Si ya nos odiaban, ahora vamos a ser el centro de la diana". Es verdad. Pero Mourinho le va al Madrid como anillo al dedo, es su digno representante. Porque además de la gente que odia al Madrid por pura envidia, hay mucha otra que lo odia por su prepotencia, por sus aires de permanente superioridad, por su fanfarronería de matasietes, por su chulería incomparable. Por su forma de devorar a sus propios hijos, hoy Pellegrini -que, no lo olvidemos, ha conseguido más puntos en Liga que ningún otro entrenador anterior del Real Madrid-, ayer Del Bosque. Por su manera de hacer un equipo a base de talonario, obscenamente. Por esa búsqueda ansiosa, desesperada, irracional del triunfo. Y a ese estilo le concuerda a la perfección Mourinho. Mou.

"Los resultados deciden quién es el mejor", ha dicho hoy en la rueda de prensa de su presentación, en la que ha estado inusualmente discreto. ¿Es verdad? ¿Los resultados deciden quién es el mejor? Ése es quizás el gran error de nuestro tiempo. Nos pasamos todo el día lamentándonos de la pérdida de valores, del descrédito del esfuerzo personal, del prestigio de la fama frívola, y luego encumbramos a un individuo que representa eso simplemente: lo que cuenta es el resultado, al precio que sea, sin matices, sin adjetivos. Secamente. Es posible que el Real Madrid de Mourinho gane la Liga, la Champions e incluso el Festival de Eurovisión, pero tiene asegurada una antipatía cada vez mayor. Entre el Madrid de Mourinho y el Barça de Guardiola, una liga -la que más importa- ya está sentenciada.

En el mundo en que vivimos, ¿no es mejor fracasar?

Publicado el 31 de mayo de 2010 a las 21:15.

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Mourinho I: Pan y circo

Archivado en: Mourinho, Fútbol, Real Madrid, FMI

Mourinho -Mou para los amigos, aunque al parecer no tiene muchos- va a ganar diez millones de euros por temporada. Es decir, 27.397 € por día. O, si lo prefieren, 1.141 € por hora (por todas las horas, incluyendo aquellas que dedique a dormir, a follar o a hacer los deberes con sus hijos). Se convertirá, así, en un mileurista por hora. Todo ello después de que el Real Madrid pague la cláusula de rescisión de contrato que tiene pendiente: algo más de cien millones de euros, que seguramente será recortada por el Inter en agradecimiento de los servicios prestados.

No sé si a la hora en que escribo esto Dominique Strauss-Kahn, el Presidente del FMI, habrá llamado ya a Florentino Pérez exigiéndole contención en los momentos difíciles que atravesamos. Si no lo ha hecho aún, estoy seguro de que lo hará de inmediato. Del mismo modo, tengo la certeza de que los mercados financieros, comenzando por Caja Madrid, van a retirar de inmediato su confianza al club merengue, con pánico ante el futuro, y van a encarecer su deuda hasta límites quizás insoportables. Almunia y el Presidente de la OCDE intervendrán para pedirle a Florentino rigor presupuestario y una reforma en su política laboral que permita despedir -por ejemplo- a Guti sin tantos miramientos. Es posible que Obama todavía no se decida a telefonear a Florentino, pero lo hará cuando se confirme el fichaje de Maicon por otra cantidad millonaria. Y si acaso se añade el de Ribéry o el de otra estrella semejante, no me extrañaría que llegara a mandar a Hillary Clinton a o al vicepresidente Biden a resolver el conflicto personalmente.

La prensa será implacable. Pedro J. dedicará la portada de El Mundo varios días a censurar la dilapidación de dinero, la inmoralidad de esas cifras en los tiempos que corren y, sin duda, la responsabilidad subsidiaria que tiene Zapatero en el fichaje, que, además, ha sido improvisado. Publicará una fotografía de Rajoy ante la cola del paro en la que se distinguirá con precisión a Manuel Pellegrini. El País, por su parte, hablará de burbuja futbolística y desgranará una serie de argumentos macroeconómicos que iluminen la sinrazón del fichaje y la perversión del mundo en que vivimos. ABC y La Razón pedirán elecciones anticipadas en el club blanco. Y Público ofrecerá una entrevista con Pep Guardiola y mostrará una tabla comparativa de los números del Barça y del Real Madrid.

Pero lo que más expectativas me despierta es ver la reacción de los ciudadanos, del pueblo. No cabe duda de que los socios del Madrid, los primeros perjudicados, se darán de baja inmediatamente del club, indignados ante esa política de despilfarro y lujo desarrollada por su presidente. La mayoría de ellos son jubilados, parados, jóvenes mileuristas (mileuristas por mes, no por hora), obreros manuales, y no podrán aceptar esa suntuosidad esperpéntica: se inscribirán en masa en el Atlético de Madrid o, aún más, en el Alcorcón. ¿Habrá disturbios en el Bernabéu, quemarán el estado? No cabe descartarlo, aunque si Rubalcaba y Granados coordinan bien sus policías podrán evitarlo. Será en todo caso una ocasión irrepetible para que periodistas y fotógrafos indaguen en el fondo del corazón humano: trabajadores decepcionados, amas de casa iracundas, estudiantes rabiosos, ancianos llorosos quemando el carnet de socio después de cincuenta años de fidelidad. Se podrá bucear en las contradicciones del alma humana: la emoción de unos colores contrapuesta a la sensatez de una política. Por fin habrá llegado el momento de decir ¡basta!

 

Publicado el 27 de mayo de 2010 a las 18:30.

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Cavilaciones venecianas V: Clinc clinc clinc clinc

Archivado en: Italia, Déficit, Impuestos

El Gobierno de Berlusconi acaba de aprobar el plan italiano para superar la crisis. Además de recortes, hay medidas recaudatorias. Una de ellas, bautizada como "el impuesto de vacaciones", grava con hasta diez euros a cada turista que se aloje en Roma. Y dado que la ciudad italiana está completamente endeudada, deja al arbitrio de la corporación municipal la decisión de adoptar otras medidas semejantes, como la de cobrar un euro a cada pasajero que embarque o desembarque en un avión.

Las primeras veces que estuve en Italia, con esos pantaloncitos fashion y esa delgadez anémica que tanto añoro ahora, estuve también en Francia, en Austria, en la antigua Yugoeslavia, en Holanda, en Alemania, en Grecia e incluso en Hungría. Viajábamos en tren con un billete que entonces se llamaba Inter Rail y que ahora no sé si se llama igual. Muchos días dormíamos en las estaciones de tren y nos duchábamos en baños públicos. Comíamos bocadillos. No llevábamos casi dinero en el bolsillo. En toda Europa podíamos usar el Carnet Joven (por entonces existía algo así) para entrar a los museos y a los lugares artísticos de interés turístico. En toda Europa menos en Italia.

Desde entonces, siempre que he ido a Italia (y esta última vez también) he tenido la sensación de que estaba saldando yo solo la deuda de su balanza de pagos. Hay mil sitios que ver -iglesias, torres, museos, basílicas, campaniles, batipsterios, palacios, foros, ruinas- y en todos hay que pagar. Es mejor llevar la billetera en la mano siempre, porque si se guarda en el bolsillo cada vez que se paga una entrada, se puede llegar a tener un esguince de muñeca. Las tarifas, además, son probablemente las más caras de Europa. Cualquier museo de medio pelo cuesta más que el Louvre, el Prado o el British, y en cualquier claustro pintoresco tienes que usar billetes, porque las monedas de calderilla ya no llegan. A veces he llegado a imaginar que, a esos precios, los italianos podrían vivir sólo de administrar su patrimonio. Y si encima ponen un poquito de Mont Blanc por aquí y otro poquito por allí, mucho mejor.

Ahora, en Roma, diez euros más. De momento. Sono pazzi questi Romani!  

Publicado el 26 de mayo de 2010 a las 18:45.

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Cavilaciones venecianas IV: Reloj no marques las horas

1983

2010

Publicado el 25 de mayo de 2010 a las 19:15.

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Cavilaciones venecianas III: Si Visconti levantara la cabeza

Archivado en: Aristocracia, Visconti, La Fenice

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La Fenice, uno de los teatros líricos más importantes y refinados del mundo, puede ser visitada por los turistas. El día en que fuimos a hacerlo estaban representando los últimos ensayos de un Don Giovanni de Mozart, de modo que no permitían merodear por el patio de butacas libremente: había que entrar en uno de los palcos de la primera o segunda planta y desde allí contemplar la sala, esplendorosa.

Pero mientrar hacíamos la cola para sacar los tickets de entrada, en el vestíbulo del teatro, se puso a nuestra espalda un matrimonio de turistas en la cincuentena (o en la sesentena; no adolescentes, en ningún caso). Él llevaba una tarrina de helado de chocolate y la comía con franca voracidad. Seguramente acababan de terminar el almuerzo en alguno de los restaurantes de la zona y le apeteció redondear el paladar con un helado italiano. Podía haberlo comprado y haberse sentado a comerlo en las escalinatas del teatro, pero eso tal vez le pareciera un miramiento excesivo. Se pusieron a la cola con la tarrina.

La cola avanzaba lentamente porque la despachadora de tickets iba explicando a todos los turistas que había unos ensayos y que no podrían andar por el teatro como Pedro por su casa. Nosotros estábamos detenidos en un pre-vestíbulo, con un mostrador desatendido que debería ser, en días de ópera, el guardarropa. Al individuo, que charlaba con su esposa animadamente, le dio tiempo a terminar su tarrina. Con desempacho, se limpió bien la boca con una servilleta de papel, la embutió dentro de la tarrina junto con la cucharita, y lo dejó todo encima del mostrador del guardarropa. En La Fenice, no en el Zoo de Oregon ni en el Parque de Atracciones de la Warner.

Era estadounidense, claro. A estas alturas de siglo podría haber sido de Zamora, de la Toscana o de la Bretaña francesa, pero era genuinamente estadounidense. Ese desprecio a lo que antes llamábamos modales es típicamente norteamericano, y, como todo, se va expandiendo. Nos comportamos como niños consentidos que no pueden esperar diez minutos y comerse el helado fuera. Niños que sobre todo no entienden por qué tienen que comerse el helado fuera y no pueden dejar los restos en el mostrador de La Fenice (o, si la cola hubiera ido más rápida, en un palco, por ejemplo).

Yo tardé mucho en entender que la nostalgia con la que hablaban algunos (Visconti, ya que estamos en Venecia) de la aristocracia, de ese mundo refinado y reglamentado, distante, formal, iba más allá de la añoranza de unos privilegios perdidos y del deseo de perpetuar un mundo en derrumbe. La nostalgia era en realidad el miedo a que un día los turistas entraran en La Fenice en chanclas, con los dedos de los pies sucios del polvo de la calle, y comiendo tarrinas de helado mientras un tenor daba su do de pecho. Pero las cosas -es una profecía de anciano, lo sé- van a peor: no tardaremos en ver que los turistas entran en La Fenice comiendo el helado en cucurucho, que mancha más.

Publicado el 23 de mayo de 2010 a las 12:00.

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Luisgé Martín

Luisgé Martín

Un blog con olor a azufre y a carne quemada. Ciberllamas en las que arderán todos: no habrá ningún títere al que le quede la cabeza sobre los hombros. El convencimiento es claro: el infierno existe y son los otros. Basta con abrir los ojos y mirar el mundo alrededor. Hablaré de libros, de películas, de canciones y de paisajes extranjeros, pero siempre con el tridente desenvainado.

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Biografía: Madrid, 1962. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Gerencia de Empresas. Autor de los libros de relatos Los oscuros (1990) y El alma del erizo (2002), la colección de cartas Amante del sexo busca pareja morbosa (2002) y las novelas La dulce ira (1995), La muerte de Tadzio (2000), ganadora del Premio Ramón Gómez de la Serna, Los amores confiados (2005) y Las manos cortadas (2009, publicada, como la mayor parte de su obra, por Alfaguara). Ganador del Premio del Tren 2009 "Antonio Machado" de Cuento, que convoca la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, con el cuento Los años más felices.

 

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