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Blog de Luisgé Martín

El infierno son los otros

La pérfida clase política

Archivado en: Jesús Gil, Berlusconi, Camps

En los años 90, cuando Jesús Gil y Gil comenzó a hacer de las suyas en la política marbellí, primero, y andaluza, después, el resto de los españoles, sin demasiada distinción de color ideológico, no éramos capaces de comprender bien cómo un bufón corrupto de esa calaña era capaz de arrasar electoralmente en Marbella, en Estepona y en alguna otra ciudad. Sus negocios sucios, su tono chabacano, su aspecto chanflón, su grosería y su discurso populista y demagógico eran, de tan puros, casi una caricatura. Seguramente si Santiago Segura hubiera querido pintar, en vez de a un detective, a un especulador inmobiliario metido a empresario futbolístico y luego a político, no se le habría ocurrido un retrato más exagerado. Torrente no se aleja mucho del perfil grueso, grasiento, maloliente y esperpéntico de Jesús Gil.

Sin embargo, ganaba elecciones vez tras vez. Le procesaban por haber hecho un traspaso ilegal de dinero público al Atlético de Madrid mediante la argucia de la publicidad en las camisetas, pero daba igual: eso le reafirmaba ante su electorado, le multiplicaba los votos. "Es que está dejando Marbella muy bonita", decían algunos de los vecinos en la tele cuando les preguntaban. "Y ya no hay putas", decían otros.

Después empezaron a caer, como baldones, los procesos judiciales por mil y un caso de corrupción que llegan hasta hoy (no olvidemos que Roca y Julián Muñoz mamaron de los pechos de Jesús Gil), y se fueron descubriendo uno a uno los aquelarres políticos que se habían hecho. Robo de dinero público, especulación, nepotismo de la peor especie, sobornos, amenazas, chantajes... Chicago años 30. A nadie le sorprendió demasiado porque ya llevábamos años esperando que se destapara algo parecido. Como mucho, nos deslumbraron algunas imágenes de mal gusto o de megalomanía provinciana, como aquellos animales disecados o aquel Miró colgado en un cuarto de baño.

Igual que siempre, se aprovechó para insultar a los políticos. Todos, salvo los del PP, habían acabado entrando en el juego de Gil y cambiando su silencio o su complicidad por dinero. Todos tenían las manos manchadas. Se dijeron las mismas cosas de siempre. Que la política es una basura, que son todos iguales, que sólo buscan robar, que no se puede confiar en ellos... No oí a nadie decir, sin embargo, que los marbellí, considerados al menos como cuerpo electoral, eran imbéciles. Imbéciles y también cómplices, porque ellos, como nosotros, no podían ignorar lo que se estaba cociendo, en una y otra dimensión. Ellos, como nosotros, veían a aquel Torrente con las camisas abiertas hasta la cintura y la pelambrera de macho asomando en la pechera diciendo simplezas, disparates y barbaridades de cualquier especie sin que le temblara la voz. Y luego le votaban.

Hay mucha gente que en las sobremesas de las comidas, cuando surge una conversación política, dicen al hilo de cualquier asunto, con indignación: "Es que los políticos se creen que somos tontos". Pues sí, lo creen, pero con razón. Lo somos. Yo llevo años preguntándome cómo Berlusconi es el presidente de uno de los países más hermosos y cultos del mundo. Como alguien que es capaz de acumular con evidencia todos los males -corrupción, prevaricación, abuso de poder, manipulación informativa, asociación mafiosa, machismo decimonónico, torpeza internacional y ahora delitos sexuales- puede seguir teniendo el respaldo electoral para gobernar un país. Han preguntado a los italianos ahora, después del escándalo de prostitución de menores que le salpica en estos días, el enésimo, y el 49% cree que debe dimitir. ¡¡El 49%!! Ni siquiera una mayoría. Llegará algún tiempo en que, como a Gil, se le pongan todas las vergüenzas al sol, con cifras, con testimonios, con atestados policiales, con fotografías. Y entonces volverá a hablarse de la maldita clase política, pero nadie dirá nada de los italianos.

De Francisco Camps no tengo ya ánimo para hablar.

Publicado el 24 de enero de 2011 a las 01:00.

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Feliz año nuevo

Archivado en: Obama, Sarah Palin, Álvarez Cascos

Muchos estadounidenses opinan que Obama es comunista. Sarah Palin asegura que la teoría de la evolución es un cuento chino. El obispo de Córdoba dice que la Unesco quiere que el 50% de la población sea homosexual. Y Álvarez Cascos afirma que lo que a él le interesa es el bien común, en este caso el de los asturianos.

¿Qué hacemos? ¿Los respetamos? ¿Consideramos que son opiniones tan respetables como cualesquiera otras?

Que ustedes tengan buen año. Y que alguien les arme de paciencia. Porque nos espera una pelea dura.

Publicado el 2 de enero de 2011 a las 23:45.

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Tony Judt y Mercedes Milá

Archivado en: Tony Judt, Gran Hermano, Paul Krugman

Tony JudtAcabo de terminar de leer Algo va mal, del historiador británico Tony Judt, y estoy aún sacudido por la emoción. No es un libro emocionante, pero me emocionan cada vez más la lucidez, la transparencia y la capacidad de ordenar las cosas con sensatez y contención.  Leo a Lluís Basset citando a Paul Krugman: "Cuando los historiadores contemplen retrospectivamente los años 2008 a 2010, creo que lo que más les desconcertará será el extraño triunfo de las ideas fallidas. Los fundamentalistas del libre mercado se han equivocado en todo, pero ahora dominan la escena política más aplastantemente que nunca". Ése es el punto de partida de Algo va mal. La radiografía de una sociedad sin discurso moral, anestesiada, entregada a las ceremonias del becerro de oro en todas sus formas y colores. Una sociedad en la que se llama democracia de manera recurrente al mero cálculo de las mayorías: las audiencias, las ventas, los votos. La diversidad, el respeto a las minorías, la interlocución con los grupos diferentes o la búsqueda de la cohesión social mediante la reducción de las brechas que existen en el reparto de la riqueza o en el acceso a la educación, han desaparecido sencillamente del discurso o se han convertido en puro papel mojado, en retórica hueca.

Hoy leo en el periódico que Tele 5 va a sustituir CNN+ (la cadena que Prisa ha decidido cerrar dada su falta de rentabilidad) por un canal de Gran Hermano. Veinticuatro horas de Gran Hermano. Las cámaras de la casa enchufadas todo el tiempo y Mercedes Milá haciendo resúmenes y entrevistas para agitar la coctelera. Reemplazamos CNN+ por Gran Hermano-24 horas. Es inevitable reconocer el mundo en el que algo va mal. El mundo en el que la democracia -o su sucedáneo- se construye cada vez más sin información o con la información manipulada, en el que el debate o la discusión argumentada se sustituyen por el adocenamiento o la demagogia, en el que se llama cultura a www.seriesyonquis.com y cosas semejantes, en el que a muy poca gente le inquieta que Mercedes Milá, otrora agitadora, sea ahora un icono de la basura.

Lean al menos a Tony Judt.

Publicado el 27 de diciembre de 2010 a las 14:15.

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Wikileaks

Archivado en: Wikileaks

Si yo me entero de que la vecina del quinto, casada con el presidente de la comunidad, se está acostando con el vecino del tercero y flirtea con el conserje, al que convence con sus artes de seducción para que le dé material de limpieza y bombillas nuevas de la comunidad para su uso privado, me asiste el derecho de ir a hablar con el presidente y ponerle al corriente de los adulterios de su esposa, y de demostrar en una Junta de Vecinos que el consumo de lejía que tenemos es excesivo porque la mencionada adúltera sustrae garrafas enteras con la permisividad enamorada del conserje. A esa señora hay que pararle los pies como sea, porque si no cualquier día comienza a robarnos el correo y se encama con el administrador de fincas para desviar fondos vecinales a sus cuentas.

Habrá quien piense que el método de la delación es desleal y siniestro y habrá quien crea que mi visión del mundo es cándida por escandalizarme de algo tan común como que las mujeres del quinto se acuesten con los vecinos del tercero y le sisen limpiacristales y cremas enceradoras al conserje. Pero incluso ésos deberán reconocerme que algún bien puede derivarse de mi delación. Seguramente ahorraremos en intendencia y consumibles, evitaremos que los carteros comerciales, ante la desatención del conserje, nos llenen los buzones de propaganda infame, y sortearemos el riesgo de un desfalco o de una prevaricación.

Ahora bien, si al hilo de esa circunstancia yo aprovecho para explicarle al marido cornudo que su mujer va contando por ahí sus problemas de erección y pongo un aviso en el tablón de anuncios de la comunidad describiendo lo que piensa la señora de cada uno de los vecinos -el del segundo derecha es un hortera vistiendo, a la del cuarto centro le huele el aliento, al del bajo le ayudan sus padres a pagar el alquiler, la del primero parece lesbiana y el del ático se va de putas los viernes por la noche-, la cosa cambia. Me convierto en un deslenguado incontrolable y arbitrario.

Pero si, ya que he aprendido el método y tengo el hábito, aprovecho más aún para revelarles a cada uno lo que el otro piensa o cuenta de él -el del ático querría acostarse con la del primero, pero no puede porque es lesbiana; la del cuarto centro está convencida de que el del segundo derecha usa tangas; la del primero ha visto al del bajo entrando a uno de los comedores sociales; y el conserje asegura que el presidente viene más de un día apestando a alcohol-, entonces ya no hay remedio: he convertido una causa justa en un entretenimiento de verdulera. Es posible que el presidente despida al conserje, que el del bajo le descerraje la puerta a la del primero para robarle, que el hortera le meta caramelos mentolados a la del cuarto centro en el buzón con una nota sarcástica y que el del ático comience a organizar orgías ruidosas todos los fines de semana.

O sea, una gran obra.

Publicado el 12 de diciembre de 2010 a las 12:30.

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Los disparates

Archivado en: Mercados, Rajoy. Cristóbal Montoro, Gallardón

Los Mercados no confían en España y encarecen su deuda. La verdad es que no me extraña. Todas las encuestas dicen que las próximas elecciones las ganará el PP, de modo que el futuro es negro. Negrísimo. Con el PP en el Gobierno, ¿cómo se va a confiar en España? O, al revés, ¿cómo se va a confiar en un país que muestra sus preferencias por el partido que cavó la zanja de la ruina? Volverán a inventar alguna forma de crecimiento espurio y saldrán del aprieto vendiendo las joyas de la abuela, como hicieron en 1996. Si yo fuera los Mercados y tuviera la sospecha de que Cristóbal Montoro puede ser Ministro de Economía, no me cabría ninguna duda: pediría mucho más por la deuda. De Rajoy, ya ni hablo. No tiene ni siquiera un asesor de adjetivos: todo es "disparatado". Obsérvenlo: lo mismo da un proyecto de ley sobre la deforestación que la Ley de Presupuestos Generales: lo que hace Zapatero es siempre "disparatado".

Gallardón acaba de darnos una lección de cómo acabar con la crisis económica, empleando las recetas del PP. Como tiene una deuda insostenible -pero al parecer no "disparatada"- y no puede pagar, necesita ingresos extra. No quiere subir más los impuestos, después de haberlos subido más que nadie en los últimos tres años. Entonces decide vender acciones de Mercamadrid. Parece, hasta ahora, todo razonable (salvo la deuda). Pero como Gallardón no quiere perder el control de Mercamadrid, ¿a quién se lo vende? A sí mismo. A una empresa del Ayuntamiento. Y se preguntarán ustedes: si el Ayuntamiento tiene tanta deuda y no tiene dinero para pagar a los proveedores, ¿cómo va a comprar las acciones de Mercamadrid? ¿Con qué dinero? Primero lo llamaron delincuencia. Luego, economía especulativa. Y posteriormente, ingeniería financiera. Yo, lamentablemente, no puedo explicárselo bien. Hice un MBA en el Instituto de Empresa, que no está radicado en las Islas Caimán ni en Barbados, que es donde se aprenden esas cosas. Sí puedo decirles que ese modelo es el que nos ha traído hasta donde estamos. Hasta la ruina y la injusticia. ¿Cómo no van a desconfiar los Mercados?

Publicado el 27 de noviembre de 2010 a las 14:00.

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Las canas que se peinan

Archivado en: Acontecimientos capilares, Sánchez Dragó, Felipe González

Esta semana fui a cortarme el pelo y descubrí que detrás de la primera capa, a la altura de las sienes (de la sién izquierda, sobre todo), había un mechón de canas. Mi primer mechón de canas. La barba, que es bastante rala, ya me blanqueaba desde hace tiempo, pero el pelo lo había mantenido recio y oscuro.

La vida, la más verdadera, está trazada con estos ritos de paso, muchos de ellos capilares: la salida del vello púbico, el bozo del bigote, las primeras entradas en la frente, la calvicie. Uno sabe dónde está gracias a ellos. Es verdad que hay calvos de veinticinco años y que algunos ancianos mantienen melenas negras sin teñir, pero más allá de las variaciones genéticas, esos acontecimientos biológicos son como los ruidos del segundero de un reloj: hacen correr el tiempo.

No escribo en este blog desde hace semanas y tengo canas quizá por la misma razón: porque la cabeza me da vueltas en otras esferas y no me quedan energías. He reingresado en la vida laboral, que es como tener una enfermedad crónica. Seguramente si me detectaran una diabetes, una cardiopatía o una artrosis, pasaría tiempo sin ponerme delante del ordenador a desahogarme en un blog. Estaría todo el día leyendo libros médicos, ensayando las formas de inyectarme la insulina o haciendo ejercicios de rehabilitación ósea. La vida laboral es eso, incluso cuando el tipo de enfermedad pertenece, como las venéreas, al género de las deseables.

He pasado estos dos meses haciéndome propósitos diarios de escribir aquí, pero los ratos libres que he tenido los he dedicado a la vida social, a la lectura o a la pereza, que es algo que cada vez reivindico con más empeño. He dejado pasar temas más que apasionantes. El Premio Nobel a Vargas Llosa, cuya última novela es gris y cenicienta, lo que no empaña en absoluto el merecimiento del premio. Las fornicaciones navokobinas de Sánchez Dragó, con quien pasé unos días en Estambul -sin ninguna intimidad, aunque conseguí enterarme de que se tiñe el pelo- mientras arreciaba el escándalo, que me salpicó cómicamente. La entrevista de Millás a Felipe González, cuyos efectos resumen a mi modo de ver muchos de los males de la sociedad en que vivimos: la mentira, la manipulación y la mediocridad de quienes miran. Etcétera.

Eva

En estos dos meses ha ocurrido también algo trascendental: ha nacido mi sobrina Eva. Con mucho pelo, como puede verse en la fotografía. Sigo pensado que dar vida a alguien es la mayor de las crueldades que pueden cometerse, pues la vida, racionalmente contemplada, no es algo apreciable. Y es, además, algo que se acaba. Pero a pesar de eso, quizá no haya nada más conmovedor que sujetar a un bebé entre los brazos.

Estoy algo melancólico por mis canas. Me gustaría que la vida durara más y que no se nos fuera entre los dedos con tanta facilidad. Aunque dicen que a los cadáveres les sigue creciendo el pelo después de muertos. Mientras tanto, a los vivos les sale cada vez más caspa.

Publicado el 20 de noviembre de 2010 a las 15:45.

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Presuntos inocentes

Archivado en: Corrupción, Presunción de inocencia, Camps

Hace algunos días, El País publicó una carta al director en la que el remitente, cuyo nombre no recuerdo, reflexionaba con perspicacia acerca de la presunción de inocencia. Venía a mostrar de qué forma el uso torticero y malintencionado del lenguaje y de las grandes palabras, acuñadas en su momento para defender causas nobles, consigue que el abuso, la desvergüenza y la impunidad campen por sus fueros.

El buen hombre decía que la presunción de inocencia es algo de lo que disfrutamos ciudadanos como él, como yo o -quizá- como usted, lector de este blog. Ciudadanos que no tenemos ninguna cuenta con la justicia y que, de vernos implicados en algún asunto turbio, tendríamos a priori esa presunción de inocentes.

Los que ya hace tiempo tienen cuentas con la justicia y, a falta de juicio y de sentencia, han sido imputados de acuerdo a indicios, a testimonios y a pruebas diversas, no son ya presuntamente inocentes, sino presuntamente culpables. Quizá no jurídicamente, pero los preceptos jurídicos no son preceptos morales ni son las únicas luces que nos guían, por fortuna. Hay que recordar que existe la prisión provisional, las fianzas y distintas medidas cautelares -como la prohibición de salir del país- que se aplican a personas que aún no han sido condenadas y que por lo tanto mantienen, jurídicamente hablando, la presunción de inocencia. ¿Es razonable que esas personas puedan continuar su vida pública como si nada hubiera ocurrido?

Estoy hablando de política, no de otras cosas. Cuando se pide la asunción de responsabilidades políticas no se está pidiendo que a la menor denuncia o a la primera sospecha un diputado, un ministro o un alcalde dimitan. Eso sería tanto como hacerle el juego a los oportunistas o a los periodistas amarillos, que son, unos y otros, cazadorea voraces.

Pero cuando de alguien se han publicado grabaciones telefónicas vergonzosas que dejan a las claras que, delictivos o no jurídicamente hablando, sus comportamientos son turbios e inmorales, que aceptan regalos valiosos, que eligen el color del coche que les van a regalar, que presumen de haber colocado en empleos públicos a la mitad de la provincia, la suerte debería estar echada. Cuando alguien tiene unas cuentas bancarias tan extrañas que sonrojan, o cuando alguien que ha tenido ingresos millonarios declara ante el juez que "no recuerdo si yo tenía un trabajo remunerado porque los temas económicos los llevaba mi marido", lo de menos es cuál sea el veredicto judicial: ese individuo no es presuntamente inocente, sino culpable in pectore -amén de imbécil- y debe actuarse contra él como merece.

Todo esto, evidentemente, vale para cualquiera, sea cual sea su ideología y sea cual sea el partido político en el que milite. Si hay hampones en la izquierda, que vayan a la cárcel los primeros. Que dimitan los primeros. Los del caso Pretoria, los socialistas implicados en el caso Brugal, los alcaldes corruptos de algunas geografías andaluzas. Pero pretender hoy que en todas partes cuecen las mismas habas es ofensivo. Produce risa ver a Cospedal reivindicando la honestidad del PP y la moralidad de sus actos. Nadan en aguas fecales. La podredumbre de la Comunidad Valenciana no es menor que la de la Marbella de Gil: la Terra Mítica de Zaplana, los enredos inacabables de Fabra -con jueces dimitidos o trasladados que nunca acababan la instrucción-, los trasvases de cajas financieras de Costa, que prefiere los acabados de cuero en los coches, la amistad fraternal de Camps con El Bigotes, la basura alicantina a cambio de pisos en distintas escaleras y cruceros en yates, y un inacabable rosario de asuntos que tienen como resultado más evidente un paisaje, el del Levante, destruido y espantador. El aire de cloaca de Madrid no es menos pútrido. Desde el tamayazo, que fue el pistoletazo de salida de quienes tenían claro que la izquierda no debía gobernar en Madrid e hicieron lo necesario (nunca hemos sabido qué, cuánto) para que así fuera, la desvergüenza de los presuntamente inocentes ha sido extraordinaria. Decenas de imputados -tres de ellos diputados autonómicos, antes incluso un consejero áulico-, trasvase de dinero entre el gobierno y el partido a través de una fundación sospechosa y uso de los recursos públicos para servicios privados.

Los resultados judiciales nos dan igual. En el famoso caso Naseiro se absolvió a una probada pandilla de chorizos porque las escuchas telefónicas, que eran la prueba de cargo principal, fueron conseguidas ilegalmente. De que eran chorizos no quedaba duda, pero era imposible probarlo porque había que fingir procesalmente que no se habían escuchado las conversaciones que todos habíamos escuchado. El caso del espionaje madrileño ha sido sobreseído, y no sé si en la jueza ha habido pereza, parcialidad o profesionalidad, pero me da igual: la evidencia de que ha habido algo más que turbio en las fontanerías de Aguirre es innegable.

Ninguno de ellos es presuntamente inocente. Ya no. Son presuntamente culpables. Y, aunque los jueces les absuelvan, yo seguiré pensando que quien ha mantenido esas conversaciones telefónicas que todos hemos podido leer en los periódicos, y que nadie ha desmentido, no sólo no merece ostentar un cargo público: merecería ser un parado sin subsidio. Habrá quien crea todavía que todo es un montaje policial, una conspiración, un engaño. Eso no puedo objetarlo. No puedo discutirlo. Pero creánme: Elvis Presley no está vivo.

Publicado el 19 de septiembre de 2010 a las 15:45.

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El regreso

Archivado en: André Gide, Andrés Neuman, Toy Story 3, Origen, Philip Morris, Aznar, Calabardina, Semana Negra

Las vacaciones son también un estado de ánimo. Y en ese sentido yo he estado y sigo estando de vacaciones, aunque haya pasado la mayor parte del tiempo en Madrid y haya trabajado muchísimo. Por eso abandoné los horarios -más que nunca-, relajé las costumbres y desaparecí de aquí, de este infierno. Por romper las rutinas, que, por lo demás, a mí me encantan.

Anduve por Santillana del Mar a principios de verano, luego fui unos días a la Semana Negra de Gijón, y más tarde a Calabardina, en Murcia, donde abusamos de la hospitalidad de nuestra amiga Marta, de sus padres y de su marido Chema. La semana que viene nos vamos a Praga para cerrar el periplo y clausurar el verano, aunque dure hasta finales de septiembre. Todo ha sido plácido y propicio. En Santillana del Mar, rodeado de escritores, bebí, comí, aprendí cosas y cultivé el cada vez más inesperado placer de Calabardina, en Murcia, vista desde el cabo Copela camaradería o de la amistad. En Gijón (donde el infierno tiene unos diez grados menos, lo que a mí siempre me reconforta mucho en verano) pisé por primera vez esa legendaria verbena literaria llena de crímenes, detectives y sorpresas, conocí la Laboral acompañado por mi amigo Javier Montes, que se retira cada verano a su casa de Asturias a escribir unas obras completas, me traje un proyecto de libro autobiográfico, azuzado por Fernando Marías, y comí muchos huevos fritos con patatas y jamón, lo que tendrá consecuencias en mi colesterol. En Calabardina hice submarinismo por primera vez en mi vida -y no sólo no me ahogué sino que disfruté como un niño-, dormí como un oso en hibernación y comí como un oso al acabar la hibernación, en todas las horas de la vigilia.

En Madrid, aparte de ganar un Mundial de fútbol, de lo que ya di cuenta aquí, vi a amigos en cenas y recenas, conocí a un niño etiope maravilloso que se llama Adino y que acaban de adoptar mis amigos Eloy y Elisa, escribí novelas y artículos desordenadamente, empujé una Plataforma de Creadores que estamos tratando de organizar en España para defender la propiedad intelectual, y aproveché para ver cine y leer desordenadamente, como el diletante que en realidad querría ser.

Cómo viajar sin ver, de Andrés Neuman, es un libro de chispazos que no está edificado sobre la frivolidad o sobre la brillantez visual, sino sobre la perspicacia de la mirada. Para ser escritor -se ha dicho muchas veces- hay que tener un estilo y saber manejar las palabras, pero sobre todo hay que tener una mirada personal del mundo; es decir, hay que tener algo que contar. Por eso algunos escritores virtuosos, deslumbrantes, nunca triunfan o si lo hacen pasan enseguida de moda. Andrés Neuman no es de esos: tiene unas gafas que son sólo suyas, y a través de ellas miramos.

José Manuel Fajardo, a quien conocí en Santillana y volví a ver en Gijón, es un personaje tan entrañable, tan inteligente y tan divertido, que ni siquiera su excelente escritura resiste la comparación. Mi nombre es Jamaica, que publicó recientemente Seix Barral, es una novela ambiciosa, desconcertante y desasosegante.

Leí por fin dos libros que tenía atascados en los estantes desde hace mucho.André Gide Los falsificadores de moneda, de André Gide, que además de encandilarme desde el principio me hizo persar con burla en lo que a menudo llamamos ‘moderno' y ‘nuevo' en literatura: la ignorancia, ya se sabe, suele ser osada. Amor perdurable, de Ian MacEwan, es una pequeña obra maestra. Con MacEwan yo tengo una relación extraña. Su obra quizá más aclamada, Expiación, a mí me pareció un tostón insufrible y un ejercicio de imbecilidad, porque estaba toda ella apoyada en un malentendido necio de los personajes. Chesil Beach, su última novela, me fascinó, pero tuve pereza en algunas de sus páginas, a pesar de su brevedad. Amor perdurable, en cambio, es prodigiosa. Nada que vez con la película que se hizo bajo su inspiración: hay novelas que, reducidas a la mera anécdota, se quedan desnudas e inservibles.

En el cine he visto, entre otras cosas, las dos películas del verano: Toy Story y Origen. El día y la noche. La luz y la oscuridad. La inteligencia y el empacho. La brillantez y la pedantería. He estado revisando las anotaciones de mi dietario y confirmo que la mayoría de las películas que más me han impresionado en los últimos años son de animación. Me preguntó por qué, pero no encuentro respuesta. ¿En las películas con actores no les queda presupuesto para pagar a un guionista? ¿No quieren que la historia ensombrezca la filmación? Porque evidentemente lo que se hace en animación se podría haber hecho con actores. Nolan lo demuestra en Origen: hoy en día se puede hacer todo, y con la mayor belleza. Los efectos visuales son cada vez más deslumbrantes, no sólo por la pericia técnica, por el naturalismo de los detalles, sino también por la belleza: la imagen doblada de París o la fantasmal y minimalista ciudad soñada por Di Caprio y su esposa, al final de la película, son de una belleza exquisita, a la altura de la mejor imaginería plástica. Toy StoryPero la historia es tan rutinariamente pedante, tan llena de trampas y de cosas incomprensibles, tan huecamente metafísica y tan servil con las exigencias comerciales -muchos disparos, persecuciones, efectos especiales...- que atormenta. Todo lo que Toy Story tiene de conmovedor, lo tiene Origen de exasperante. Todo lo que hay en Toy Story de la Historia de la Cultura, con mayúsculas, lo hay en Origen de la Historia del Videojuego, también con mayúsculas. Y el bagaje no admite comparaciones.

Más escandaloso es lo que ha ocurrido con Philip Morris, I love you, la película en la que el insufrible Jim Carrey se enamora de Ewan McGregor y hace todo lo posible para vivir con él. La película, amable, bien articulada, tierna y narrativamente ágil, da mil vueltas a la mayoría de las películas en su capacidad ‘comercial', es decir, en sus posibilidades de hacer taquilla. En Estados Unidos, sin embargo, no la han estrenado, o lo han hecho casi clandestinamente, ¡por ser de temática gay! No seré yo quien diga que no hay homofobia ya en el mundo, pero no consigo entender que después de estrenar con éxito -por citar sólo las más conocidas y las más premiadas- Brockback Mountain y Milk, que sí eran películas problemáticas, indigestas para cabezas biempensantes, políticas en su sentido amplio, nos vengamos ahora con remilgos en esta peliculita. Llevo muy mal la homofobia, pero llevo mucho peor la incoherencia y el desnortamiento.

Por lo demás, y aunque con la misma pereza veraniega, he seguido leyendo los periódicos y deleitándome con ellos. Gracias a eso he sabido, por ejemplo, que el hecho de que el Secretario General de un partido político -es decir, el que lo dirige- proponga a un candidato para uno de los puestos de ese partido es un ejercicio antidemocrático, un golpe de mano intolerable y una canallada de la peor especie. He sabido también, a raíz de la prohibición de los toros en Cataluña, que prohibir es malo, malísimo, aunque toda nuestra convivencia social esté basada en prohibiciones, desde la de mearle en el felpudo al vecino de al lado hasta la de conducir por la izquierda (por la derecha, si es en Gran Bretaña), pasando por la de vender productos en mal estado, fornicar con niños de doce años o irte sin pagar de los restaurantes.

A pesar de toda la inquietud que me puedan haber generado estas noticias estoy muy tranquilo, porque sé que si alguna vez tengo un problema serio vendrá Aznar en mi auxilio, como ha hecho estos días en Melilla. Ha sido llegar él y solucionarse todo. Ya lo decía el otro día uno de esos foristas que, a falta de psiquiátricos, merodean por los periódicos digitales: "Gracias Aznar, es el unico que tiene bemoles para ir a Melilla, debes volver al gobierno y expulsar a los antiespañoles, a los nacionalistas, a los moros y tambien a los antitaurinos Esta crisis se soluciona como todas con una guerra, hay que limpiar el suelo en especial en putalunya,veremos como hace 70 años huir a los politicos por las alcantarillas, deporte autoctono en esta region y a los gossos (policia con espardenya) cambiar de profesion pues todos son licenciados en algo..." Sin duda es un retrato de Aznar muy preciso, pero no deja de desconcertarme la piedad con que el forero trata a los mossos (no gossos, como escribe) d'esquadra, que entre tanto apocalipsis, con miles de muertos, con la mitad del país exiliado, con los políticos huyendo por las cloacas, podrían al menos cambiar de trabajo con dignidad, habida cuenta de su cualificación académica.

Es indudable que en el infierno -que son los otros- también hay clases sociales.

Publicado el 21 de agosto de 2010 a las 18:30.

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El estado de ánimo

Archivado en: España, Selección Nacional, Mundial, Casillas, Iniesta

Celebración 

Esta noche, en las calles de Madrid, hasta los gamberros eran simpáticos y educados (aunque seguro que alguno, macerado por el alcohol, habrá sobrepasado los límites de lo razonable). La felicidad es, como su propio nombre indica, un estado de ánimo, y en el fondo da casi ígual cómo se consiga. Hay veces que basta mirar a gente feliz para ser feliz. Hoy España es un país en estado de gracia. Por el fútbol, pero también porque nos hacía falta un respiro.

La Gran Vía estaba llena de vuvuzelas, de gente bienaventurada y de jóvenes sin camiseta, lo que, en ciertos casos, es un beneficio añadido a la Copa del Mundo. Personas o manadas, da igual. También es bueno rebuznar algunos ratos, la intensidad de la vida cansa. Dejarse arrastrar por el sinsentido, por las vísceras, por los ritmos de la tribu. Música, cuerpos medio desnudos y la idea -sin duda falsa- de que cada uno de nosotros hemos logrado algo hoy, de que estaba nuestro esfuerzo allí. Qué gran tontería. Ninguno de los que paseábamos hoy por la Gran Vía dando brincos hemos dado ningún pase de gol ni hemos hecho ninguna parada. Pero da igual. La felicidad consiste en sentirlo, no en haberlo hecho.

Pulpo

                       Mi amigo Carlos y yo con el pulpo Paul en la Gran Vía

Estos días escucharemos muchas veces decir que España ganó porque lo merecía, pero no es verdad que siempre ganen los que lo merecen. Escucharemos decir que el Fútbol, con mayúsculas, nos debía esta victoria, pero no es verdad que las deudas se paguen siempre. Alegrémonos, por lo tanto, de haberlo visto. De haber estado aquí.

El fútbol, como la literatura, la ópera, la universidad o la actividad sindical, es mucho más de lo que se disputa entre las líneas del campo. Como en los dramas de Shakespeare, todo lo humano lo conforma. Hoy ha habido dos imágenes que -soy un sentimental- me han conmovido. La primera, el recuerdo de Iniesta dedicando el gol a un compañero que murió hace un año y del que nadie nos acordábamos ya. La segunda, el beso de Iker Casillas a Sara Carbonero en directo, entre lágrimas, perdiendo la compostura justo cuando había que perderla, como sólo saben hacerlo las personas grandes. Si tanto nos quejamos continuamente de los ejemplos terribles que dan día tras día Jorge Javier Vázquez, Belén Esteban y los horteras de Gran Hermano, entre otros, deberíamos estar jubilosos de que los héroes de hoy sean muchachos como éstos. Gobernados además por un señor, Del Bosque, que sabe callar siempre que debe y que parecería, por su flema y su humildad, traído de otro planeta.  

La economía y la política, aunque su nombre no lo indiquen, son también estados de ánimo, como la felicidad, y quizá durante un tiempo se enderecen las cosas gracias a este absurdo juego en el que once muchachos en pantalón corto tratan de meter una pelota en la portería de los otros once con los que compiten. Si es así, bendito fútbol. Si no, también bendito, al menos esta noche.

Publicado el 12 de julio de 2010 a las 03:30.

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De Aristóteles a Villa, a pase de Xavi

Archivado en: Selección Española, Fútbol, Mundial, Puyol

La aficiónEn estos últimos días -o semanas- estoy desmadejando mi personalidad a propósito del fútbol. Ya he escrito varias veces antes sobre ello, sobre el virus mortal que inocula el fútbol en las sociedades en las que vivimos. Las aberraciones racistas u homófobas que se oyen en los estadios, la virtualidad con que viven sus vidas cientos de miles de personas a las que lo único que importa es la marcha de su equipo, el mesianismo o el fanatismo que se cuece en ese caldo, el infantilismo que rezuma toda la parafernalia futbolística... Esta semana Rosa Montero publicaba en El País un artículo titulado "El gen de la horda" que resume toda esa miseria casi biológica que hay en nuestro comportamiento de hinchas. Lo que hemos visto estas semanas -y lo que veremos el domingo- lo ejemplifica todo punto por punto: congregaciones de gente en un número que no se consigue reunir para ninguna otra causa, por justa que sea, sobredosis informativas, altercados violentos protagonizados por los exaltados, llantos depresivos de los perdedores, etcétera.

Este es el anverso, que conozco bien y sobre el que he meditado a menudo. Ahora viene el reverso. Resulta que soy feliz cuando gana el Atlético de Madrid -pocas veces, lo sé- o la Selección Nacional Española -tampoco muchas más, hasta los últimos tiempos-. Resulta que cuando Puyol se levanta en carrera y cabecea con rabia para mandar el balón al fondo de la portería se me saltan las lágrimas y empiezo a dar saltos y a gritar como un energúmeno. Resulta que me cambia el humor. O que vivo con una cierta tensión los prolegómenos de la final del domingo, como si fuera algo realmente importante para mí: el fallo de un premio literario, la admisión en un puesto de trabajo, el resultados de unas pruebas médicas.

Trato de calibrarlo todo y de poner en ello racionalidad. ¿Qué me importa a mí que once individuos a los que no conozco de nada -me digo- ganen a otros once? ¿Va a cambiar en algo mi vida objetivamente? ¿Tendré más dinero, me querrán más mis amigos, encontraré un buen trabajo, será el mundo más justo, aumentará el número de mis lectores? Es una pregunta anticipadamente retórica, porque sé que la respuesta es invariablemente negativa. El paso siguiente es preguntarse cómo es posible entonces que tantas personas inteligentes (no hablo de mí, por supuesto, porque luego algunas monjas lectoras me acusan de soberbia, que es uno de los peores pecados capitales y vas derecho al infierno si lo cometes) se dejen arrastrar a esa sinrazón desbocada. Durante este Mundial he estado en un encuentro de escritores en el que se cambiaron algunos horarios para poder ver el España-Honduras. He compartido luego veladas con licenciados de todas las ramas, con filólogos, historiadores, jueces, médicos, profesores, comunistas, socialdemócratas, homosexuales, heterosexuales, andaluces, belgas y hasta con algún cura. Lectores de Wittgenstein o narradores de última generación que a la hora de la verdad agarraban una cerveza helada, como en la caricatura, y se sentaban frente al televisor a ver el partido con sudores fríos y con las venas de las sienes hinchadas por la congestión.

¿Es un gen? Seguramente debe de ser algo así. Una impronta primaria, una huella atávica, una tara ancestral. Igual que el amor o que el sexo, si lo miramos bien, sin apasionamiento, sin filosofías baratas. ¿Alguien puede explicar razonablemente el amor, incluso recurriendo a la poesía? ¿Y el sexo? Dos individuos  -o más, no quiero ser pazguato- desnudos revolcándose e intercambiando secreciones, respirando agitadamente, haciendo acrobacias imposibles. Eso sin contar todo lo que en muchas ocasiones lo ha precedido: cortejos ridículos, conversaciones insustanciales, requiebros, disimulos... En fin, que si me apuran me parece mucho más sensato sentir felicidad por el gol de Puyol que por un coito, aunque por razones también genéticas tendamos a primar nuestros desahogos sexuales frente a nuestras pasiones futbolísticas, incluído Manolo el del Bombo.

Somos así, qué le vamos a hacer. No sólo tenemos el gen de la horda, sino otros muchos genes de mecánica defectuosa y efectos devastadores. Lloramos por los muertos que sabemos que se van a morir, amamos a los vivos que no nos aman, fornicamos con cuerpos compuestos por células y vivimos el triunfo o el fracaso de once muchachos como si fueran nuestros propios triunfos o fracasos. Quizá pensar que el buen salvaje roussoniano no se comportaría así si hubiera recibido una educación distinta (una educación mejor) es la mayor de las estupideces que se han dicho en la historia de la filosofía y uno de los puntos negros de todo nuestro pensamiento.

Esto no quiera decir, sin embargo, que no haya estos días, a propósito del fútbol, un espectáculo glorioso y poco edificante fuera de los estadios y de las hinchadas. Íñigo Urkullu declarando que en las competiciones deportivas él sólo desea que gane el mejor, sea quien sea; Puigcercòs asegurando que la selección española sería mediocre sin los jugadores catalanes; o La Razón titulando el jueves "España vence unida", son muestras de la estulticia más soberana. Parece que el PIB del ganador del Mundial subirá cinco décimas más de lo que estuviera previsto, gracias al estado de ánimo de sus ciudadanos, al turismo derivado y a la imagen del país que queda en todo el mundo. Es una buena razón para animar el domingo. Es posible también que la selección, si los éxitos continúan, consiga vertebrar el país mejor que las carreteras, los partidos políticos, las series de televisión y la gastronomía, y nos permita dejar de oír esa música cansina y perpetua de los nacionalismos diversos. Es posible que logre por fin quitar ese polvo de historia que tiene la bandera rojigualda y que aún impide a muchos lucirla con normalidad (y no digamos con orgullo). Es posible, en fin, que la Selección haga milagros. Las lágrimas de alegría por sus goles no serían entonces sólo una condena atávica, sino también una bendición ilustrada.

Desconfío de los que viven en la horda y para la horda, siempre lo he hecho. Pero desconfío también de los que abominan mecánicamente de la horda, de los que creen que cualquier cosa multitudinaria (un libro de éxito, una canción de moda, un partido político mayoritario, una final de un Mundial) es por definición nociva. Los primeros son fascistas en potencia. Los segundos son aristócratas melancólicos. No es que sean ni mucho menos lo mismo, pero ninguno de los dos trae nada bueno.

A por ellos.

Publicado el 10 de julio de 2010 a las 03:00.

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Luisgé Martín

Luisgé Martín

Un blog con olor a azufre y a carne quemada. Ciberllamas en las que arderán todos: no habrá ningún títere al que le quede la cabeza sobre los hombros. El convencimiento es claro: el infierno existe y son los otros. Basta con abrir los ojos y mirar el mundo alrededor. Hablaré de libros, de películas, de canciones y de paisajes extranjeros, pero siempre con el tridente desenvainado.

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Biografía: Madrid, 1962. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Gerencia de Empresas. Autor de los libros de relatos Los oscuros (1990) y El alma del erizo (2002), la colección de cartas Amante del sexo busca pareja morbosa (2002) y las novelas La dulce ira (1995), La muerte de Tadzio (2000), ganadora del Premio Ramón Gómez de la Serna, Los amores confiados (2005) y Las manos cortadas (2009, publicada, como la mayor parte de su obra, por Alfaguara). Ganador del Premio del Tren 2009 "Antonio Machado" de Cuento, que convoca la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, con el cuento Los años más felices.

 

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