Las vacaciones son también un estado de ánimo. Y en ese sentido yo he estado y sigo estando de vacaciones, aunque haya pasado la mayor parte del tiempo en Madrid y haya trabajado muchísimo. Por eso abandoné los horarios -más que nunca-, relajé las costumbres y desaparecí de aquí, de este infierno. Por romper las rutinas, que, por lo demás, a mí me encantan.
Anduve por Santillana del Mar a principios de verano, luego fui unos días a la Semana Negra de Gijón, y más tarde a Calabardina, en Murcia, donde abusamos de la hospitalidad de nuestra amiga Marta, de sus padres y de su marido Chema. La semana que viene nos vamos a Praga para cerrar el periplo y clausurar el verano, aunque dure hasta finales de septiembre. Todo ha sido plácido y propicio. En Santillana del Mar, rodeado de escritores, bebí, comí, aprendí cosas y cultivé el cada vez más inesperado placer de la camaradería o de la amistad. En Gijón (donde el infierno tiene unos diez grados menos, lo que a mí siempre me reconforta mucho en verano) pisé por primera vez esa legendaria verbena literaria llena de crímenes, detectives y sorpresas, conocí la Laboral acompañado por mi amigo Javier Montes, que se retira cada verano a su casa de Asturias a escribir unas obras completas, me traje un proyecto de libro autobiográfico, azuzado por Fernando Marías, y comí muchos huevos fritos con patatas y jamón, lo que tendrá consecuencias en mi colesterol. En Calabardina hice submarinismo por primera vez en mi vida -y no sólo no me ahogué sino que disfruté como un niño-, dormí como un oso en hibernación y comí como un oso al acabar la hibernación, en todas las horas de la vigilia.
En Madrid, aparte de ganar un Mundial de fútbol, de lo que ya di cuenta aquí, vi a amigos en cenas y recenas, conocí a un niño etiope maravilloso que se llama Adino y que acaban de adoptar mis amigos Eloy y Elisa, escribí novelas y artículos desordenadamente, empujé una Plataforma de Creadores que estamos tratando de organizar en España para defender la propiedad intelectual, y aproveché para ver cine y leer desordenadamente, como el diletante que en realidad querría ser.
Cómo viajar sin ver, de Andrés Neuman, es un libro de chispazos que no está edificado sobre la frivolidad o sobre la brillantez visual, sino sobre la perspicacia de la mirada. Para ser escritor -se ha dicho muchas veces- hay que tener un estilo y saber manejar las palabras, pero sobre todo hay que tener una mirada personal del mundo; es decir, hay que tener algo que contar. Por eso algunos escritores virtuosos, deslumbrantes, nunca triunfan o si lo hacen pasan enseguida de moda. Andrés Neuman no es de esos: tiene unas gafas que son sólo suyas, y a través de ellas miramos.
José Manuel Fajardo, a quien conocí en Santillana y volví a ver en Gijón, es un personaje tan entrañable, tan inteligente y tan divertido, que ni siquiera su excelente escritura resiste la comparación. Mi nombre es Jamaica, que publicó recientemente Seix Barral, es una novela ambiciosa, desconcertante y desasosegante.
Leí por fin dos libros que tenía atascados en los estantes desde hace mucho. Los falsificadores de moneda, de André Gide, que además de encandilarme desde el principio me hizo persar con burla en lo que a menudo llamamos ‘moderno' y ‘nuevo' en literatura: la ignorancia, ya se sabe, suele ser osada. Amor perdurable, de Ian MacEwan, es una pequeña obra maestra. Con MacEwan yo tengo una relación extraña. Su obra quizá más aclamada, Expiación, a mí me pareció un tostón insufrible y un ejercicio de imbecilidad, porque estaba toda ella apoyada en un malentendido necio de los personajes. Chesil Beach, su última novela, me fascinó, pero tuve pereza en algunas de sus páginas, a pesar de su brevedad. Amor perdurable, en cambio, es prodigiosa. Nada que vez con la película que se hizo bajo su inspiración: hay novelas que, reducidas a la mera anécdota, se quedan desnudas e inservibles.
En el cine he visto, entre otras cosas, las dos películas del verano: Toy Story y Origen. El día y la noche. La luz y la oscuridad. La inteligencia y el empacho. La brillantez y la pedantería. He estado revisando las anotaciones de mi dietario y confirmo que la mayoría de las películas que más me han impresionado en los últimos años son de animación. Me preguntó por qué, pero no encuentro respuesta. ¿En las películas con actores no les queda presupuesto para pagar a un guionista? ¿No quieren que la historia ensombrezca la filmación? Porque evidentemente lo que se hace en animación se podría haber hecho con actores. Nolan lo demuestra en Origen: hoy en día se puede hacer todo, y con la mayor belleza. Los efectos visuales son cada vez más deslumbrantes, no sólo por la pericia técnica, por el naturalismo de los detalles, sino también por la belleza: la imagen doblada de París o la fantasmal y minimalista ciudad soñada por Di Caprio y su esposa, al final de la película, son de una belleza exquisita, a la altura de la mejor imaginería plástica. Pero la historia es tan rutinariamente pedante, tan llena de trampas y de cosas incomprensibles, tan huecamente metafísica y tan servil con las exigencias comerciales -muchos disparos, persecuciones, efectos especiales...- que atormenta. Todo lo que Toy Story tiene de conmovedor, lo tiene Origen de exasperante. Todo lo que hay en Toy Story de la Historia de la Cultura, con mayúsculas, lo hay en Origen de la Historia del Videojuego, también con mayúsculas. Y el bagaje no admite comparaciones.
Más escandaloso es lo que ha ocurrido con Philip Morris, I love you, la película en la que el insufrible Jim Carrey se enamora de Ewan McGregor y hace todo lo posible para vivir con él. La película, amable, bien articulada, tierna y narrativamente ágil, da mil vueltas a la mayoría de las películas en su capacidad ‘comercial', es decir, en sus posibilidades de hacer taquilla. En Estados Unidos, sin embargo, no la han estrenado, o lo han hecho casi clandestinamente, ¡por ser de temática gay! No seré yo quien diga que no hay homofobia ya en el mundo, pero no consigo entender que después de estrenar con éxito -por citar sólo las más conocidas y las más premiadas- Brockback Mountain y Milk, que sí eran películas problemáticas, indigestas para cabezas biempensantes, políticas en su sentido amplio, nos vengamos ahora con remilgos en esta peliculita. Llevo muy mal la homofobia, pero llevo mucho peor la incoherencia y el desnortamiento.
Por lo demás, y aunque con la misma pereza veraniega, he seguido leyendo los periódicos y deleitándome con ellos. Gracias a eso he sabido, por ejemplo, que el hecho de que el Secretario General de un partido político -es decir, el que lo dirige- proponga a un candidato para uno de los puestos de ese partido es un ejercicio antidemocrático, un golpe de mano intolerable y una canallada de la peor especie. He sabido también, a raíz de la prohibición de los toros en Cataluña, que prohibir es malo, malísimo, aunque toda nuestra convivencia social esté basada en prohibiciones, desde la de mearle en el felpudo al vecino de al lado hasta la de conducir por la izquierda (por la derecha, si es en Gran Bretaña), pasando por la de vender productos en mal estado, fornicar con niños de doce años o irte sin pagar de los restaurantes.
A pesar de toda la inquietud que me puedan haber generado estas noticias estoy muy tranquilo, porque sé que si alguna vez tengo un problema serio vendrá Aznar en mi auxilio, como ha hecho estos días en Melilla. Ha sido llegar él y solucionarse todo. Ya lo decía el otro día uno de esos foristas que, a falta de psiquiátricos, merodean por los periódicos digitales: "Gracias Aznar, es el unico que tiene bemoles para ir a Melilla, debes volver al gobierno y expulsar a los antiespañoles, a los nacionalistas, a los moros y tambien a los antitaurinos Esta crisis se soluciona como todas con una guerra, hay que limpiar el suelo en especial en putalunya,veremos como hace 70 años huir a los politicos por las alcantarillas, deporte autoctono en esta region y a los gossos (policia con espardenya) cambiar de profesion pues todos son licenciados en algo..." Sin duda es un retrato de Aznar muy preciso, pero no deja de desconcertarme la piedad con que el forero trata a los mossos (no gossos, como escribe) d'esquadra, que entre tanto apocalipsis, con miles de muertos, con la mitad del país exiliado, con los políticos huyendo por las cloacas, podrían al menos cambiar de trabajo con dignidad, habida cuenta de su cualificación académica.
Es indudable que en el infierno -que son los otros- también hay clases sociales.
Publicado el 21 de agosto de 2010 a las 18:30.