Sin gayumbos ni historias
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El lunes por la tarde, al salir de la sede madrileña de Gente (Atocha 16, plaza Jacinto Benavente), tiré hacia Sol. Apresurado, sorteé una cola de personas al principio de Carretas que se adentraba en un comercio. Liquidaban ropa interior. Si me hubiera parado, si hubiera guardado cola y charlado durante la espera con la gente que estaba allí, si me hubiera comprado unos marianos y le hubiera hecho tres o cuatro preguntas al dependiente, estas líneas habrían resultado mucho más interesantes, ¿no?
Hace un par de semanas, a mediodía, subí a un autobús urbano frente a la Cibeles. Aunque saqué el teléfono, para consultar el correo y Twitter (soy un adicto, ya), pronto dejé de prestar atención al tecnocacharro: una señora —¿cómo denominarla? Era sesentona, quizá ya abuela, pero la mayoría de esa edad te fulminan si osas llamarlas viejas, ancianas o de la tercera edad— estaba cosiendo; inmune a los bocinazos, las idas y venidas de pasajeros, había creado un oasis de sosiego mientras el bus subía por la Castellana. Con parsimonia, a la altura de Nuevos Ministerios si la memoria no me falla, guardó sus aperos en un costurero y en una bolsa de plástico, se incorporó y se marchó. Me quedé con las ganas de bajar, desenfundar la cámara de vídeo e improvisar una entrevista. ¿Qué habría contado?
Las ruedas de prensa, las presentaciones oficiales y las declaraciones de los políticos suelen ser perjudiciales para la salud... de los medios y/o de los periodistas. Inoculan (ejemplo de palabra poco cool) hábitos perezosos y acomodaticios.
Las buenas historias, ay, están o surgen en cualquier lugar. Vale, también donde abundan los micrófonos y corbatas, pero casi siempre interesan más (o al menos me interesan más a mí) las que ocurren o se encuentran en lugares ajenos a los circuitos informativos convencionales. Aquí, en nuestras ciudades, en nuestras calles, y por supuesto en los lugares más recónditos.
Podríamos añadir que las mejores historias podemos extraerlas de nuestros recuerdos, de nuestro interior, pero estas líneas no va encaminadas al ámbito literario. Es un tópico mencionar a Proust y su magdalena, aunque no está de más citar a Delibes: "El periodismo es una literatura apresurada".
Hay que mirar. Y detenerse. No lo hice y me quedé sin gayumbos y, quizá, sin dos buenas historias.
Publicado el 31 de marzo de 2010 a las 12:15.