El Remolino.
8:25 de la mañana.
Como todos los días, todo el mundo corriendo.
Café a tutiplén, bocatas para el almuerzo, secadores de pelo, revisión de mochilas para no encontrar luego los "deberes de sociales" encima del piano, lávate los dientes, ¿te has peinado? Si, mama. Pero ¿cómo que te has peinado? ¿Tu te has visto la cabeza por detrás? Efectivamente. Debe ser cosa de familia, porque a mi madre ya le pasaba, pero el caso es que todos nos peinamos solo la parte delantera de la cabeza, como si la parte trasera no existiera, o no hubiera pelo. Mujer, déjalo, se pasa un poco la mano y ya está. ¡¡Ras!! ¡¡Ras!! Hala, a correr.
Un rato después, dibujando una viñeta sobre un oso que ha mordido a un cazador en el Pirineo leridano (alegando "defensa propia", imagino), me viene a la cabeza -no me preguntéis por qué, porque a mi estas cosas también me intrigan- una historia, de las muchas y muy buenas, que contaba en sus memorias Luis Buñuel (del que poco después leo que se cumplen 25 años de su muerte. Caray, la cosa se pone cada vez más inquietante...).
El caso es que andaba él, creo que por Zaragoza, estudiando una de las 87 carreras que empezó y no terminó y como andaba mal de pasta compartía habitación con otro estudiante, creo que de medicina. Su compañero de habitación era un joven de buena familia, cumplidor y buen estudiante que todas las mañanas madrugaba y se arreglaba como un pincel antes de ir a la facultad. Desde la cama, Buñuel (que para mí que era de madrugar mas bien poquito) lo observaba cada día acicalándose delante del espejo. El tío se afeitaba con cuidado, se vestía, anudaba su corbata a la perfección y finalmente se peinaba... sólo la parte delantera de la cabeza, dejando en la parte de atrás un remolino de pelos tiesos que, además, le hacía parecer idiota.
Así un día tras otro, hasta el punto que Buñuel empezó a obsesionarse y a odiar ferozmente aquel remolino y, por extensión, al tío que lo llevaba en la cabeza, deseando día tras día saltar sobre aquel desalmado, agarrarlo por el cuello y peinarle la parte trasera de la cabeza como dios manda. Afortunadamente, la pereza de tener que levantarse de la cama para ejecutar el ataque salvó la vida de aquel indeseable capilar en más de una ocasión, pero lo cierto es que antes de terminar el curso, Buñuel abandonó a su compañero y un buen alojamiento, incapaz de soportar aquel horror ni un día más.
Y cómo sería la cosa, para que el tío la incluyese la en sus memorias, tropecientos años después...
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Publicado el 29 de octubre de 2008 a las 13:15.