Haití
Archivado en: Haití, Puerto Príncipe, terremoto, catástrofe, ayuda humanitaria
Escribo estas líneas mientras contemplo las imágenes y videos que recogen los devastadores efectos del terremoto que ha sacudido la capital de Haití, Puerto Príncipe, y las escenas son sobrecogedoras. Allí viven cerca de dos millones de personas. Se habla de más de cien mil muertos, según el Primer Ministro, y miles de heridos. Cadáveres apilados en calles y carreteras, cuerpos semienterrados y sepultados entre los escombros de los edificios. Gente que vaga por las calles con la mirada perdida, gritando, llorando, desesperada sin saber dónde ir porque no hay dónde ir. Pánico. Caos. Hospitales, escuelas, hoteles, hasta el Palacio Presidencial, la Catedral y el complejo de Naciones Unidas se han venido abajo; imaginamos cómo habrán quedado las modestas viviendas de la población, chabolas en muchos casos de latón y madera.
Aquí, en el primer mundo, en los países avanzados, la contemplación de estas imágenes provoca para la gran mayoría de la población poco más que un comentario de lástima, de pena, de dolor. Quince minutos en el telediario de las tres de la tarde en La 1 de TVE y veinte en el de las nueve de la noche. Una tragedia más, un desastre más, otra catástrofe humanitaria. Nos queda muy lejos. Haití, el país más pobre del hemisferio occidental, donde el 80% de la población vive, o sobrevive, en situación de extrema pobreza, con menos de dos dólares al día, necesita ayuda urgente de la comunidad internacional. Ahora, más que nunca, pero también cuando el terremoto deje de dar titulares. Abrimos los ojos cuando la tragedia reclama nuestra atención, pero la miseria y la pobreza permanecen. La colaboración y cooperación deben ser continuas en el tiempo.
Mi solidaridad con este país caribeño. Hace años conocí a un haitiano, el único que conozco. No tenía nada, sólo el día por delante cuando despertaba; me ofreció su compañía, su sonrisa, sus palabras y me confió la historia de su corta vida, de su ‘perra' vida que decimos por aquí, sin que yo pudiera hacer nada más por él que escucharle y darle unos dólares.
Publicado el 13 de enero de 2010 a las 21:15.