Archivado en: Jim McGarcía, Trapecistas, María, Clint Eastwood
Ha pasado una semana ya. Semana uno d.P. Una semana de asco, de vómitos, policía e insomnio. El recuerdo de Paco es como esa famosa tortura china de las gotas de agua. Es imposible que me vaya a matar, pero me taladra la cabeza cada segundo. Pasarme una semana entera sin pensar en gilipolleces es más de lo que puedo soportar. Ojalá existiera un proceso de reseteado cerebral, una especie de botón de esos que si lo mantienes pulsado durante tres segundos consigue que se te olvide toda la mierda almacenada. Obviamente no estoy equipado con ese botón y las gotas continúan atronándome.
María sigue aquí, pegada a mí como una lapa. Soporta mis malas contestaciones, mis lloreras, mis manías que se han disparado hasta cotas inexploradas en tiempos mejores. Hace una semana estaba preocupado. Ojalá lo estuviera ahora, pues preocupación es igual a esperanza, y ahora he constatado que para Paco ya no hay más esperanza que la del cemento armado. Estoy empezando a odiar a María. Me sacan de quicio sus "¿estás bien?" y sus "se te pasará". En este momento, las mujeres se me aparecen como trapecistas del olvido. Parece estar más preocupada por mí que por Paco. ¿Por qué? No me conoces de nada tía. Si no estuvieras tan jodidamente sola, ni siquiera querrías conocerme. Si yo no estuviera tan solo, ni siquiera te abriría la puerta de casa. Cállate y déjame con las gotas. Si crees que se me va a pasar, vete y déjame que se me pase. O déjame que me muera, pero no me hables. Por favor, no me preguntes por nada. Sólo quiero leer el cómic de "De la Tierra a la Luna". Quiero evadirme. Quiero que el fin del mundo me coja en la cama. Quiero que mi cama aparezca en la Luna y me ahogue de verdad, no con esta especie de suspiros intermitentes y ridículos. Si al menos pudiera controlarlos, si tan sólo fuera capaz de hilarlos en bloques de siete en siete, puede que las preguntas de María empezaran a resultarme menos estúpidas.
A Paco lo descuartizaron. Lo sé porque tuve que reconocer su cabeza, y los bultos que le seguían bajo una sábana inesperadamente blanca no parecían tener orden ni concierto. ¿Cómo has podido acabar así amigo? ¿En qué momento pudo la pasta a las gafas de pasta? Qué gracioso Jim... me mondo contigo. Ese ruso cabrón tuvo algo que ver seguro. Tu novio dice... ¡ja! Pero Paco, ¿cómo por traficar con Viagra ajena has acabado como un puzzle? Pensaba que mi trabajo era lo más turbio que se podía hacer con esas pastillas (fuera de la cama o de una sauna sin vapor, claro).
El policía era un tipo de lo más siniestro. En las películas los forenses responden a un perfil de madurito resultón, siempre iluminados por una estelar luz azul que aporta matices de ingenio a sus cabelleras canosas. El que yo conocí era un carnicero con guantes de látex bajo un luminoso de charcutería. Se suele decir del cerdo que se aprovecha todo de él. Del cerdo de mi amigo, ni la cabeza quedó aprovechable. Apenas su recuerdo es mínimamente provechoso.
Me robaba las cajas de Biagra que guardo en casa. Se las apañaba para recoger los paquetes con fecha de caducidad próxima y que yo mismo suelo desechar. Él no. Según lo que me contó el otro policía (el mismo que me rompió la mesa), Paco la vendía en bares nocturnos, con todas las posibilidades que se pueden manejar al hablar de bares nocturnos. Qué fácil sería decir casas de putas. Qué poco policiales resultan algunos policías españoles. El uniforme, desde luego, no ayuda nada.
Yo estoy ahora imputado por posesión y venta ilegal de fármacos. Me puede caer un paquete como un piano por eso. Por suerte la lealtad y el trabajo no son conceptos que necesariamente tengan que ir asociados, así que en un bendito momento de lucidez, mi cerebro parió una idea perversa como en el nacimiento de un anticristo. El baboso de mi jefe recibió de parte de Jim McGarcía una recomendación de primera mano para ingresar en prisión sin posibilidad de fianza. Puede que eso me salve durante un tiempo. Espero que el tiempo n ecesario para poder recomponerme de lo de Paco e intentar encontrar al cafre que lo troceó. Espero que ese desgraciado haya leído "De la Tierra a la Luna" y esté considerando seriamente la opción de un apartamento con vistas al Mar de la Tranquilidad.
- Jim, ¿estás bien?
- Sí María estoy bien. ¿Puedes irte un ratito? - Esto ya es lo que me faltaba. María interrumpiendo uno de mis momentos Clint Eastwood. Cuando todo está perdido, Clint siempre viene a socorrerme. Se apodera de mí y durante un espacio indefinido de tiempo me permite soñar con que soy alguien con un par de cojones. Me sirvió en el colegio para reírme de los futbolistas que me atosigaban. Me sirvió en la universidad para imaginar las muertes lentas y dolorosas de los profesores que me suspendían, y me sirve ahora que la venganza imaginaria es la única salida para un par de vidas destrozadas.
- Vale Jim, ya me voy. Llámame si necesitas algo, ¿vale? Por favor, déjame volver mañana. Creo que en este momento no es bueno que estés solo. Intento ayudar, ¿vale?
- Vale. Adiós.
Mientras el suelo cruje con los pasos de María, siento que la alegría inicial se diluye en una salsa de congoja. Con las pisadas vuelven las gotas a caer sobre mi coco y con el ruido de la puerta vuelve el llanto. La diferencia es que ahora ya no es sólo pena por Paco, también lloro por mí mismo. Lloro callado, como Clint en Los puentes de Madison. Como si fuera el más duro entre los duros. Como si el egoísmo fuera más eterno que la muerte.
Como si vengarme fuera ya lo único que importara.
Como si, comparado conmigo, Clint Eastwood fuera una bendición para el hijo de puta que aún no sabe la que se le viene encima.
Publicado el 8 de mayo de 2009 a las 01:15.