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Blog de Jim McGarcía

Bocados de Biagra

Metadona y Kryptonita

Archivado en: Jim Mcgarcía, Kryptonita, Metadona, Jefe, Biagra

Me encuentro fenomenal. Las muertes cercanas son menos dolorosas con la barriga llena, y esta es una lección vital que espero que me quede grabada para siempre. Hay un límite de escabeche que un humano puede ingerir, y por el tono anaranjado de la encimera de la cocina, me temo que ya empezaba a acercarme demasiado a la sobredosis. Sólo espero que no se trate de una sustancia adictiva y no tenga que verme a mí mismo desnudo, sollozante y balanceándome frente a María intentando que me chute un poco de escabeche en vena. Por un momento, llegué a imaginarme colocándome con aceite de oliva virgen extra, la metadona de las conservas, la Kryptonita del pescado fresco. Para resumir un poco, la situación es la siguiente:

- María se ha mudado a mi casa movida por la compasión. Poderoso sentimiento este. Sin duda, es mucho más fiable que el amor.

- Ella tiene un sueldo bastante digno como secretaria de un jerifalte de una multinacional. Un curro que, bien visto, puede resultar incluso motivador sexualmente hablando. Lo mejor es que ese sueldo (y algunos ahorrillos que asegura que tiene, aunque de esto no estoy muy seguro y puede que sea sólo un argumento más para llevarme a la cama) nos permitirá sobrevivir dignamente durante un par de meses. Por el momento, no tendremos que compartir las jeringuillas de escabeche, lo que es todo un consuelo. Además, estoy cumpliendo con el sueño del varón español medio: me pagan por follar.

- La policía sigue presionándome para que cante con amenazas de todo tipo. La verdad es que si tuviera algo más que cantar, lo haría, pero ni sé que decir sobre mi jefe ni pienso pringar más la memoria de Paco entregándoles la lista. Nunca tengo nada demasiado claro, pero que el asunto de Paco es cosa mía lo tengo cristalino. Nadie jode a Clint sin que Clint les joda primero. En este caso, Clint tendrá que joderles después.

- He acabado con "Los tres mosqueteros". Me ha parecido un coñazo inhumano. El único personaje con el que podría (o me gustaría) identificarme es Aramis, un tipo que, aunque tiene nombre de mujer, liga mogollón y se le da bien la espada, valga la redundancia. Como siempre, hay un aspecto negativo en Aramis: es un cura. Qué bien se lo montan los tíos.

Ahora estoy con El conde de Montecristo. Lo he elegido con toda la intención, pues parece ser que habla de la venganza perfecta y yo necesito cantidad de ideas en este sentido. Sé que ésta es una planificación de lo más lamentable, sobre todo teniendo en cuenta que en la vida real del S. XXI (hay que ver qué raro se ve este siglo escrito en números romanos) dista mucho de la del siglo... el que sea, y que los planes que tengo son suficientemente serios como para recoger inspiración de un cómic, pero bueno, todo ayuda. Hay un detalle que me preocupa en lo que se refiere al conde: el tipo tenía pasta, yo no. María sí tiene, pero no la suficiente como para vivir y vengarme al mismo tiempo. Quizás esta idea que tengo en la cabeza, desposeída en este momento de Clint Eastwood por culpa del John Goodman que ahora se ha adueñado de mi estómago, no sea más que una fiebre pasajera, una reacción natural a la pérdida, a una crisis existencial, a tanto dolor, al sufrimiento de mi único amigo, a... No, tengo que vengarme. Está decidido. Es sólo que necesito un poco de frialdad en sesos y pelotas para afrontar esta tarea. En unos días, cuando haya normalizado mi situación nutricional, podré, por fin, comenzar con el asunto. La fecha y el lugar del inicio están claros: la semana que viene visitaré el piano bar. Hay por ahí un descuartizador feliz que ignora el poco tiempo que le queda para sonreír.

Hacer este tipo de croquis enumerativos es de gran ayuda para mí. En mis reuniones conmigo mismo, me gusta tener claro el orden del día. Me levanto, elaboro el planning, inserto un par de rutinas numéricas por el medio, tres comiditas y a dormir con la sensación del trabajo bien hecho.

Tirititii tirititiiiii tiriti ti tiiiiiiiiiiiiiii. El móvil. Antes de contestar pienso que es muy curioso que nadie me llame nunca al móvil, ahora que no trabajo. Con el tiempo libre, no necesariamente aumenta la vida social de las personas.

- ¿Sí?

- ¿Jim? Hola soy Marc (mi jefe). Te llamo desde la cárcel (¡ups!). Oye chaval, tienes que ayudarme. Supongo que ya sabrás que estoy de mierda hasta el cuello (ya lo estabas antes, lo que pasa es que la tapabas con los cuellos de tus estúpidas camisas). Necesito que me hagas un favor (vale, descartado que sepa que el chivato soy yo). La policía me está apretando las tuercas para sacarme dónde está la mercancía.

- ¡Qué me dices! (vale Jim, tranquilo, no tientes a la suerte).

- Como lo oyes. Vete a mi casa, ya sabes dónde es. La cubanita que me he echado estará allí seguro, preguntándose dónde coño me he metido. Dile que estoy bien, y dile que tengo un par de chicos vigilando la casa, ella lo entenderá (vaya, resulta increíble que vaya a ser capaz de descifrar ese código. Puto genio...).

- Vale: casa, cubanita, chicos (el plan promete).

- Hay algo más. Sólo puedo confiar en ti. Sube a mi despacho y coge una llave dorada del primer cajón de la mesa de caoba (el muy imbécil sólo tiene una mesa en el despacho, pero como a todos los de su calaña, le encanta fardar). Es la llave del almacén. Tienes que ir a la calle xxxxxx, está en el polígono industrial xxxxxxxxx. Necesito que cojas todo de forma discreta y que lo destruyas, ¿me oyes? Dile a tu compañero de piso que te eche una mano (eso ha dolido). Sabes que pago bien (¿ah sí?). Ya sé que no siempre he sido un jefe ideal, pero te eché un cable cuando lo necesitabas. Siempre he sido un buen amigo (pero qué poca vergüenza). Hazlo Jim, y no tendrás que preocuparte por nada. Por cierto, como se te ocurra sacar la colita de paseo con Gladys, te la corto. Tengo que colgar. Volveré a llamarte la semana que viene.

- Adiós Marc. Cuidate mucho y recuerda que el jabón resbala.

¡Bingo! Así se las ponían a Alfonso XII. ¿Cómo puede pensar ese imbécil que le tengo el cariño suficiente como para no dejarle con el culo al aire? ¿Cómo no se da cuenta de que si está donde está es porque yo le he delatado? ¿Cómo puede pensar que la tal Gladys no está ahora mismo saltando desnuda sobre los pajaritos de sus dos chicos? Está claro que si las cucarachas sobreviven, no es precisamente gracias a su inteligencia superior.

Con pastillitas azules en mis manos, me río yo de la kryptonita. Cuidado Madrid: Jim McGarcía vuelve al negocio.

Publicado el 29 de mayo de 2009 a las 20:00.

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Jim McGarcía

Jim McGarcía

Me llamo Jim McGarcía. No es un nombre fácil. Intuyo que no ha sido una infancia fácil. Lo cierto es que aún no sé cómo ha sido mi niñez pero ¿quién con un nombre así puede haber tenido una infancia fácil?

Sé que vendo Biagra por Internet. Sé que soy raro porque los demás no son como yo. Y aunque no lo sé, tengo el presentimiento de que la voy a cagar.

Me verás por aquí los viernes.

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