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Blog de Jim McGarcía

Bocados de Biagra

Mensajes de amor

Archivado en: Jim McGarcía, Mensajes de amor, Trabajo, Recuerdos

Mensajes de amor, así es como el medio hombre que me paga define nuestro trabajo. Nunca me había encontrado tal desajuste entre lírica y realidad. Lo que en realidad hacemos es inundar el mundo de correos spam de Viagra. Perdón, de Biagra. ¿Por qué con B? Muy fácil; lo escribimos con B para evitar los farragosos filtros de correo electrónico. Los muy cabrones se las saben todas para joder a la gente honrada. Después de todo, ¿a quién le hace daño un poquito de publicidad de la pastillita de la alegría?

Mi contribución al invento es la llamada "parte creativa". Me estrujo diariamente los sesos que me quedan para parir los nombres más estúpidos e inverosímiles del mundo: Rolando Turpin, Micaela Stevenson, Refugio Blackman y, por supuesto, a modo de auto homenaje, Jim McGarcía. Después lo aderezo con un par de párrafos de contenido sexual, suficientemente hirientes como para que el pobre diablo que aún lee estos correos se sienta el mayor inútil de la historia del sexo contemporáneo,  desde aquel tío que tuvo un gatillazo con Sharon Stone (en pleno apogeo), desnuda en la cama junto a él. ¿Recordáis su nombre? Por supuesto que no. Tampoco Sharon lo recuerda, y esta es precisamente la idea que quiero transmitir a mi público. No necesito que nadie me confirme que tengo un trabajo de mierda.

Mi jefe, cómo no, es el ser más asqueroso del mundo. ¿Sabéis esa leyenda urbana que dice que sólo las cucarachas sobrevivirían a un ataque nuclear? Pues bien, mi superior (manda huevos) es la prueba definitiva de que, más allá de mermeladas, perros, armarios y desgarros anales de cantantes madrileño-gaditanos, algunas de estas leyendas son ciertas. Él es la clase de cucaracha que sobreviviría al más duro invierno nuclear gracias a sus mutaciones: ojos de cucaracha, cuello ausente, pelo de cucaracha, aceitoso y escaso, barbilla ausente, traje de cucaracha, como de charol negro. Es como si la Metamorfosis de Kafka (nótese que soy un tipo leído) tuviera lugar en la ceremonia de los premios Príncipe de Asturias, y Rafa Nadal desapareciera bajo su traje de charol y en su lugar se mostrara esta cucaracha resabiada ante el estupor de los gaiteros y los gritos de las descendientes de La Regenta (éste no lo leí, pero como es de Oviedo...). Así es mi jefe, una mezcla repulsiva entre ausencias y cucarachas. Dicho esto, y dejando aparte su negocio ilegal, su aspecto vomitivo (otra vez) y su incapacidad absoluta de acabar las frases en algo que no sea un ¿sabes?,  es buen tío y me paga mis sudados novecientos euros todos los meses. No digo sudados porque trabaje mucho, si no porque me los paga en negro, recién salidos del bolsillo situado bajo su sobaco izquierdo (mi jefe no tiene axilas, sólo sobacos).

En estas miserias me manejo, me manejan, de lunes a viernes. Es incomprensible que aún haya por ahí algún que otro desgraciado que me pregunta por qué soy supersticioso. Dicen los entendidos que repito las mismas rutinas constantemente para tener una falsa sensación de control sobre las cosas. No digo yo que esto no sea así, pero la verdad es que si doy los pasos adecuados todo termina por funcionar. Esto es: si llamo directamente a alguien por teléfono, lo normal es que no contesten. Sin embargo, cuando antes de llamar escribo siete veces su número al revés en un papel, siempre atienden mi llamada. Si froto tres veces un décimo de lotería por la nuca de un ciego, o me corre a palos o saco el reintegro. No soy supersticioso porque crea que el mundo desaparecerá si me salto mis rutinas. Soy supersticioso porque su eficacia es demoledora. Podría decirse que soy la representación práctica de que la superchería es una ciencia infravalorada. También podría decirse que tengo un trastorno obsesivo-compulsivo, lo cual es más exacto pero pierde en aceptabilidad social.

En cuanto a Paco, que al fin y al cabo es de lo que he venido a hablar, no puedo negar que empiezo a albergar cierta preocupación por él. La preocupación, un sentimiento curioso éste.

Paco es amigo mío, amigo de verdad. Nos conocimos hará cuatro o cinco años, cuando yo estaba en mi último año de carrera y con un proyecto de vida más o menos viable. Sólo tenía que acabar aquel puñetero año... y de pronto Estados Unidos empezó a invadir países, y los terroristas a poner bombas, y las leyes de educación universitaria a ser reformadas, y los borregos como Paco y yo a ocupar edificios en señal de protesta. Así me encontré con mi penosa bienvenida a la inconsciencia social, personal y política. Suspendí todo por no presentarme. Fumé, follé y bebí como nunca, y aparte de a Paco, no obtuve nada más que suspensos, un conato de barriga todavía disimulable y trenes perdidos. Unos meses después, ya convertido en el psicópata que soy ahora, leí una oferta de trabajo en una farola "Necesitamos empleado con mente creativa y conocimientos informáticos. 900 euros mensuales". El resto ya es historia.

Paco es ahora, además de mi amigo,  mi compañero de piso intermitente. En honor a la verdad, no sé demasiado sobre él. Paga la mitad del alquiler y los gastos, duerme en casa dos o tres veces por semana y no se le conoce novia (ya sabemos por qué), ni novio (sobre esto desconozco el motivo). Trabaja aquí y allá, aunque la mayor parte de las noches se le puede encontrar poniendo copas en un bar del centro.

Paco es uno de los pocos madrileños que son de Madrid. Dejó los estudios al acabar COU porque quería empezar a trabajar y a divertirse. No sé si ha trabajado mucho desde entonces, pero desde luego nos hemos divertido. La primera vez que coincidimos en el famoso encierro no pudo caerme peor. Modernillo gafapasta de verborrea incontenible. Que si "vamos a hacer un par de pintadas", que si "al final siempre pagamos los mismos", que si "nos van a quitar las becas". Empezó a gustarme cuando supe que no había recibido una beca en su vida, y que en realidad sólo estaba allí para beber gratis y sentirse parte de algo. Aquel "algo" no era más que un macrobotellón con pretensiones, y en eso a Paco no hay quien le gane. No conozco a su familia, aunque sé que alguna tiene. Una hermana que vive en Francia, una madre ingresada en una clínica psiquiátrica y poco más (de hecho, nada más). A los dos nos unía tener padres de esos a los que les gusta tanto fumar que cuando van a comprar un paquete de tabaco se quedan a fumarse el estanco entero, lo cual inevitablemente nos convirtió en hijos de la misma especie. Uña y carne Paquito.

Ahora me entero de que es gay y de que a una noticia como esa hay que reaccionar de una forma que yo desconozco. El tipo se va a sabe dios dónde, desconecta el móvil y me deja con mis manías y mis facturas. Ojalá el muy cabrón me hubiera confesado su homosexualidad a principios de mes y no a finales. Como el tío no aparezca pronto voy a tener que ofrecerle mi corazón a María, de la que por cierto también llevo días sin saber nada, y adjuntarle un juego de llaves enganchadas a la mitad de los recibos y al 100% de las tareas domésticas. Mañana es sábado. Voy a ir al bar de Paco y quizás se solucione todo allí. Le llevaré unas flores que olvidará en plena cogorza, me perdonará, volverá a casa, y yo rescataré el ramo para intentar volver a tirarme a María. Sé de pocas cosas, pero de "mensajes de amor" sé un rato largo.

Y saber que a las tías (tengan blog de fútbol o no) les gustan las flores es un elemento básico de cualquier relación. La otra máxima es que una erección prolongada nunca sobra.

Os lo digo yo, que vivo de eso.

 

Publicado el 10 de abril de 2009 a las 10:15.

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Jim McGarcía

Jim McGarcía

Me llamo Jim McGarcía. No es un nombre fácil. Intuyo que no ha sido una infancia fácil. Lo cierto es que aún no sé cómo ha sido mi niñez pero ¿quién con un nombre así puede haber tenido una infancia fácil?

Sé que vendo Biagra por Internet. Sé que soy raro porque los demás no son como yo. Y aunque no lo sé, tengo el presentimiento de que la voy a cagar.

Me verás por aquí los viernes.

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