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Ahí vamos, otra vez en la moto. ¿Saben ese chiste de "van dos en una moto y se cae el del medio"? Pues al final le he encontrado el sentido al asunto. En la moto vamos Walter y yo, y en el medio, el apestoso y semilíquido cadáver de Mourenza metido en una bolsa porta-trajes. Al menos, el paquete va bien asegurado entre Walter y yo, y parece complicado que se pueda caer.
Dadas las circunstancias, Walter y yo hemos tomado la decisión de dejar de pelearnos contra nuestros aliados naturales en esta historia: los rusos. Ahora mismo manejo dos posibilidades: o los rusos han matado a Mourenza en una disparatada huída hacia adelante, o están tan perdidos como nosotros. Si bien el haber encontrado en su casa el teléfono de Mourenza tras la foto de mi padre (que ya había contratado al ruso para que matara a Paco en primera instancia) debería llevarme a pensar que Aleksandr mata más que habla, en nuestras primeras conversaciones el ruso se mostró como un tipo sensible, y sé (o quiero saber) que nuestros catastróficos desencuentros sólo se han producido porque me apellido igual que el principal sospechoso de todo el asunto. En cualquier caso, Walter y yo tenemos un par de pistolas y no menos de 2,6 bíceps masculinos. Tal y como yo lo veo tenemos todas las de ganar: ¿Que se avienen a mantener una conversación? Fenomenal. ¿Que no? pues hacemos una llamada anónima a los preocupados compañeros de Mourenza mientras les endilgamos el cadáver.
Lo que está claro es que el ruso sabe algo sobre mi padre que yo ignoro, y en este momento cualquier pista es determinante. Todos mis puntos de conexión con la investigación están ahora mismo en punto muerto, y aunque debo reconocer que un encuentro con los rusos no me apetece nada, los últimos acontecimientos y calles sin salida no me dejan otra opción.
- Espera, Walter frena. ¡Frena!
Ñiiiiiiiiiieeeeeeeeeeeekkk.
- ¿Por qué? La casa de los rusos está ahí delante Jim.
- Efectivamente. ¿y no has pensado que quizás un motero satánico en una montura tan poco sigilosa podría llamar la atención de los vecinos? Por no hablar del muerto que usamos como airbag. Y eso si los rusos no nos están esperando en la puerta con lanzas de dos metros.
- No querrás que deje la moto fuera de mi vista...
- Pues sí, eso es lo que quiero. Acércala a ese portal.
- Oye Jim, tío que es mi moto. De verdad que estoy contigo a tope, pero la moto... Ni hablar, me la llevo conmigo. Tú no te agobies, que no va a pasar nada con lanzas. Además, si tenemos que escapar no quiero tener que hacerlo corriendo. ¿Pesas bastante, sabes?
- ¿Por qué presupones que no puedo correr solo?
- No quiero ofenderte Jim, pero desde que te conozco te he visto más tiempo tumbado que de pie. La estadística juega en tu contra, y como no te voy a dejar tirado, prefiero que sea la moto la que cargue contigo. Hey, pero eres muy listo. A lo mejor es que tu cerebro da órdenes demasiado rápido para tus piernas. O puede que...
- Vale Walter, déjalo estar. Vamos con la moto.
Puto Walter. Mierda de gimnasia... En fin, que ahí vamos, rompiendo tímpanos desde el tubo de escape. Qué cojones, Walter tiene razón. Basta de acción miserable, escondiéndome en las esquinas como un ninja. Un ninja sin ningún conocimiento de cosas de ninja. Una niña, en definitiva. ¿Qué haría Clint ahora? Fácil: Clint haría un caballito con la moto para tirar la puerta de los rusos abajo. Después sacaría la pistola y... vale, ya estamos aquí.
En la casa no se ven luces desde fuera. Es uno de esos garajes de Madrid a los que les ponen un portal y se los alquilan a modernos con inquietudes artísticas. A modernos y a asesinos, claro. La puerta está abierta, señal de que los rusos no han llamado a un cerrajero desde esta mañana. Gente confiada. Mejor no fiarse.
- Walter, tú primero. Con un poquito de suerte estarán durmiendo.
- Quieres decir dormidos.
- Quiero decir "no despiertos".
Crrraaaaack.
- Mierda Jim, ¿qué cojones haces?
- Perdón, he pisado una lata. Dios, somos los peores ninjas de la historia.
- Habla por ti. Y por favor, deja de caminar de puntillas. Me pones nervioso.
- Perdona Walter.
- Vamos a dejar el cuerpo aquí, en la moto. Si dentro no hay nadie, lo metemos en la casa y esperamos a que lleguen. Si están dentro, les damos dos ostias y después metemos el cuerpo. ¿Está claro?
- Sí, está claro. Yo te sigo ¿vale?
Cuando Walter aparta la puerta de nuestro camino con todo el cuidado del mundo, nos encontramos con que la casa está casi completamente a oscuras. Al fondo, en la habitación, puede verse la luz entre los bordes de la puerta. Mientras nos acercamos, Walter comprueba cada resquicio hasta llegar al dormitorio. Nada. Empezamos a oír las voces. Son tres, uno de ellos no ruso y no mujer. Algo no va bien. Agarro el brazo de Walter mientras él agarra la manilla.
Al entrar, después de mucho ruido, algunas caídas y el agujero de una bala en la puerta, me doy cuenta de que Walter es el mejor ninja de la historia. El balance es de dos rusos previamente atados, mi pariente en primer grado inmovilizado y desarmado en el suelo, y dos buenos trabajos para un cerrajero.
Qué poco me apetece esto...
- ¡Suéltame gordo cabrón!
- Mira Jim, se queja igual que tú.
Los rusos parecen contentos. Yo sólo siento desprecio (también cierto orgullo por Walter, sí). Desprecio por el pedazo de mierda cosanguínea que tengo delante. Le golpeo en la cabeza con la culata de mi pistola. Mira tú por dónde, sí que me apetecía.
- ¡Joder Jim!
Los rusos se ríen encantados. Por supuesto, se ríen en ruso.
- Callaos la puta boca. Nadie dice aquí que os hayáis salvado de morir.
Se callan.
- Jim.
- ¿Sí Walter?
- Trae el cuerpo.
- ¿Me ayudas?
- Sí claro, vamos juntos. ¿Les dejo también una pistola?
- Tienes razón. Ahora vuelvo.
Al deshacer el camino por el pasillo, noto cómo estoy perdiendo el juicio. Voy a matarle cuando vuelva.
Le voy a pegar un tiro y ni siquiera voy a sentirme mal por ello.
Publicado el 14 de febrero de 2011 a las 22:15.