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Blog de Jim McGarcía

Bocados de Biagra

Acción ninja

Archivado en: Jim McGarcía, Walter Queijo, Ruso, Rusa, Clint Eastwood, Mourenza, McGarcía Senior

Ahí vamos, otra vez en la moto. ¿Saben ese chiste de "van dos en una moto y se cae el del medio"? Pues al final le he encontrado el sentido al asunto. En la moto vamos Walter y yo, y en el medio, el apestoso y semilíquido cadáver de Mourenza metido en una bolsa porta-trajes. Al menos, el paquete va bien asegurado entre Walter y yo, y parece complicado que se pueda  caer.

Dadas las circunstancias, Walter y yo hemos tomado la decisión de dejar de pelearnos contra nuestros aliados naturales en esta historia: los rusos. Ahora mismo manejo dos posibilidades: o los rusos han matado a Mourenza en una disparatada huída hacia adelante, o están tan perdidos como nosotros. Si bien el haber encontrado en su casa el teléfono de Mourenza tras la foto de mi padre (que ya había contratado al ruso para que matara a Paco en primera instancia) debería llevarme a pensar que Aleksandr mata más que habla, en nuestras primeras conversaciones el ruso se mostró como un tipo sensible, y sé (o quiero saber) que nuestros catastróficos desencuentros sólo se han producido porque me apellido igual que el principal sospechoso de todo el asunto.  En cualquier caso, Walter y yo tenemos un par de pistolas y no menos de 2,6 bíceps masculinos. Tal y como yo lo veo tenemos todas las de ganar: ¿Que se avienen a mantener una conversación? Fenomenal. ¿Que no? pues hacemos una llamada anónima a los preocupados compañeros de Mourenza mientras les endilgamos el cadáver.

Lo que está claro es que el ruso sabe algo sobre mi padre que yo ignoro, y en este momento cualquier pista es determinante. Todos mis puntos de conexión con la investigación están ahora mismo en punto muerto, y aunque debo reconocer que un encuentro con los rusos no me apetece nada, los últimos acontecimientos y calles sin salida no me dejan otra opción.

-  Espera, Walter frena. ¡Frena!

Ñiiiiiiiiiieeeeeeeeeeeekkk.

- ¿Por qué? La casa de los rusos está ahí delante Jim.

- Efectivamente. ¿y no has pensado que quizás un motero satánico en una montura tan poco sigilosa podría llamar la atención de los vecinos? Por no hablar del muerto que usamos como airbag. Y eso si los rusos no nos están esperando en la puerta con lanzas de dos metros.

- No querrás que deje la moto fuera de mi vista...

- Pues sí, eso es lo que quiero. Acércala a ese portal.

- Oye Jim, tío que es mi moto. De verdad que estoy contigo a tope, pero la moto... Ni hablar, me la llevo conmigo. Tú no te agobies, que no va a pasar nada con lanzas. Además, si tenemos que escapar no quiero tener que hacerlo corriendo. ¿Pesas bastante, sabes?

- ¿Por qué presupones que no puedo correr solo?

- No quiero ofenderte Jim, pero desde que te conozco te he visto más tiempo tumbado que de pie. La estadística juega en tu contra, y como no te voy a dejar tirado, prefiero que sea la moto la que cargue contigo. Hey, pero eres muy listo. A lo mejor es que tu cerebro da órdenes demasiado rápido para tus piernas. O puede que...

- Vale Walter, déjalo estar. Vamos con la moto.

Puto Walter. Mierda de gimnasia... En fin, que ahí vamos, rompiendo tímpanos desde el tubo de escape. Qué cojones, Walter tiene razón. Basta de acción miserable, escondiéndome en las esquinas como un ninja. Un ninja sin ningún conocimiento de  cosas de ninja. Una niña, en definitiva. ¿Qué haría Clint ahora? Fácil: Clint haría un caballito con la moto para tirar la puerta de los rusos abajo.  Después sacaría la pistola y... vale, ya estamos aquí.

En la casa no se ven luces desde fuera. Es uno de esos garajes de Madrid a los que les ponen un portal y se los alquilan a modernos con inquietudes artísticas. A modernos y a asesinos, claro. La puerta está abierta, señal de que los rusos no han llamado a un cerrajero desde esta mañana. Gente confiada. Mejor no fiarse.

- Walter, tú primero. Con un poquito de suerte estarán durmiendo.

- Quieres decir dormidos.

- Quiero decir "no despiertos".

Crrraaaaack.

- Mierda Jim, ¿qué cojones haces?

- Perdón, he pisado una lata. Dios, somos los peores ninjas de la historia.

- Habla por ti. Y por favor, deja de caminar de puntillas. Me pones nervioso.

- Perdona Walter.

- Vamos a dejar el cuerpo aquí, en la moto. Si dentro no hay nadie, lo metemos en la casa y esperamos a que lleguen. Si están dentro, les damos dos ostias y después metemos el cuerpo. ¿Está claro?

- Sí, está claro. Yo te sigo ¿vale?

Cuando Walter aparta la puerta de nuestro camino con todo el cuidado del mundo, nos encontramos con que la casa está casi completamente a oscuras. Al fondo, en la habitación, puede verse la luz entre los bordes de la puerta.  Mientras nos acercamos, Walter comprueba cada resquicio hasta llegar al dormitorio. Nada. Empezamos a oír las voces. Son tres, uno de ellos no ruso y no mujer. Algo no va bien. Agarro el brazo de Walter mientras él agarra la manilla.

Al entrar, después de mucho ruido, algunas caídas  y el agujero de una bala en la puerta, me doy cuenta de que Walter es el mejor ninja de la historia. El balance es de dos rusos previamente atados, mi pariente en primer grado inmovilizado y desarmado en el suelo, y dos buenos trabajos para un cerrajero.

Qué poco me apetece esto...

- ¡Suéltame gordo cabrón!

-  Mira Jim, se queja igual que tú.

Los rusos parecen contentos. Yo sólo siento desprecio (también cierto orgullo por Walter, sí). Desprecio por el pedazo de mierda cosanguínea que tengo delante. Le golpeo en la cabeza con la culata de mi pistola. Mira tú por dónde, sí que me apetecía.

- ¡Joder Jim!

Los rusos se ríen encantados. Por supuesto, se ríen en ruso.

- Callaos la puta boca. Nadie dice aquí que os hayáis salvado de morir.

Se callan.

- Jim. 

- ¿Sí Walter?

- Trae el cuerpo. 

- ¿Me ayudas?

- Sí claro, vamos juntos. ¿Les dejo también una pistola? 

- Tienes razón. Ahora vuelvo.

Al deshacer el camino por el pasillo, noto cómo estoy perdiendo el juicio. Voy a matarle cuando vuelva.

Le voy a pegar un tiro y ni siquiera voy a sentirme mal por ello.

Publicado el 14 de febrero de 2011 a las 22:15.

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Algo huele a podrido en el polígono industrial

Archivado en: Jim McGarcía; Biagra; Muerto; Mourenza; Walter Queijo; Ruso; Rusa; McGarcía Senior; Paco

En episodios anteriores de Jim McGarcía...

Jim, un chico más guapo e inteligente que la media de su generación, y que trabaja como spammer de Biagra en una empresa de dudosa reputación, emprende una cruzada por encontrar a los asesinos de Paco, su compañero de piso homosexual, contra los que juró venganza (venganza contra los asesinos, no contra los homosexuales).

Haciendo alarde de una valentía sin precedentes, nuestro extraordinario protagonista mete a su jefe en la cárcel con la connivencia del agente Mourenza, corta cualquier atisbo de autoconservación al forzar la ruptura con María (su rollo indefinido y principal fuente de ingresos), y tras un golpe de suerte (y de calor), conoce a Walter Queijo, un motero apasionado de Disney que le guía por carretera hasta el psiquiátrico en el que vive la madre de Paco. Allí descubre a la fuerza que el muerto es, en realidad, su hermano.

Mientras, Boris, el malvado ruso novio de Paco, y su escultural hermana Irina, amenazan el éxito de la aventura de Jim y Walter al presentarse tras varios precedentes violentos en la puerta del psiquiátrico. Allí Walter libera su testosterona contra los hermanos, antes de llevarse a Jim en su moto hacia la casa de los rusos, donde nuestros héroes esperan encontrar información sobre un supuesto McGarcía que, en palabras del ruso, ordenó matar a Paco.

- Sí Jim, ya lo sé. Ya me lo has contado. Mira chaval, creo que deberías ir al médico, al psiquiatra. No puede ser que se te evada la olla de esa manera. Ya sólo te falta hacer pausas para bailar y cantar.

- Ya, bueno Walter. Pero ¿es así o no es así?

- Sí niño, así es como me lo cuentas siempre.

- ¿Y lo de que Paco era mi hermano? ¿También es así?

- Ya sabes lo que dicen. Una mujer sabe que el niño que nace es suyo. En cambio un hombre...

- ¿Te refieres a mi padre?

- No. Me refiero a un hombre tipo, sin entrar en particularidades. Mira, por poner un ejemplo, el caso de Disney. Nunca verás un protagonista con padre y madre. Siempre se cargan, o se han cargado previamente, a uno de los dos o a los dos. Bambi, los sobrinos del pato Donald, el niño de Los rescatadores en Cangurolandia...

- Un momento. ¿Acabas de decir, tú bíceps de acero, la palabra Cangurolandia?

- Sí.

- Vale, vale. Continúa.

- Pinocho, Blancanieves, La Bella Durmiente, La Bella de la Bestia, Tod y Toby, Aladdin, Jasmine, La Bestia de la Bella, La Sirenita...

- Lo pillo: huérfanos en Disney. Lo que pasa Walter, es que el ejemplo que pones no tiene nada que ver con lo que supuestamente ejemplifica. Das nombres de huérfanos ilustres en 2D, pero nosotros estábamos hablando de la posibilidad de que Paco sea mi hermano. 

- Viene a ser lo mismo.

- Lo que tú digas.

...

...

...

- Chaval...

- Sí Walter, viene a ser lo mismo.

- No, en serio. La foto...

Walter me enseña una foto exactamente igual que la que me dio la madre de Paco. Mi padre y su sonrisa estúpida. Tan estúpida como sería esta historia en caso de que una vez más Jim o el narrador del asunto (o sea yo) se desmarcara con alguna tontería del tipo "deja de hacer el imbécil y devuélveme la foto", o "sí Walter, ya la hemos visto treinta veces". Pero resulta que la foto no es la misma, ni por asomo, pues en ésta mi padre, además de posar de forma completamente distinta, y cambiar de peso, peinado y color de pelo, es notablemente mayor que en la anterior, y ofrece una textura más propia de la actualidad que de, incluso, el año pasado. Es una foto reciente, y por el aspecto sanote que presenta el viejo, ha debido dejar de fumar hace tiempo (supongo que debido a la distancia kilométrica que separaba el estanco de su casa, y que tantos años le está llevando recorrer). Ahí lo tienen señores, la sonrisa del triunfador, de un Ulises que se quedara follando con las sirenas, si nos ponemos finos.

- Puto cabrón de mierda...

- Venga chaval, no saques conclusiones precipitadas. Seguro que todo esto tiene una explicación más o menos razonable. Tu viejo es también el padre de Paco, y no querrás cagarte en el padre de tu difunto colega, ¿no?

- No, no me cago en su padre. Seguro que era un tipo cojonudo. El mío es el que me parece un hijo de la gran puta.

- ¿También mal con tu abuela?

- Que te jodan Walter.

- Sí, vale... Que te jodan a ti también chaval.

Sólo cuando entablo conversaciones estúpidas como ésta, echo realmente de menos a María. Sus conversaciones estúpidas eran las mejores conversaciones estúpidas del mundo. Quizás fuera la autoconciencia de su propia estupidez lo que más me gustaba de ella. O puede que no fuera nada estúpida y que yo esté en un momento de alta exigencia intelectual en mi vida. Claro que el ver a Walter jugar con una miniatura de la ardilla Chip en momento tan apropiado, debería invitarme a una nueva revisión del caso.

- Qué, ¿vas a darme la foto?

- Sí, claro, toma chaval.

- Detrás tiene un número escrito.

- ¡Cojonudo! Puede que sea una clave de algo.

- Sí Walter, creo que podemos aventurar que es la clave de algo. La clave de algo de nueve dígitos que empieza por 6.

- Bien, apliquemos la lógica deductiva. No puede ser un código postal ni un DNI, ni siquiera un teléfono fijo porque no empieza por 91...

- Sí Walter, creo que ya te sigo. ¿Un teléfono móvil, tal vez?

- Mmmmm... Sí, tal vez.

- ¿Pero que cojones te pasa Walter? Pues claro que es un teléfono móvil. De hecho, me juego mi mierda de sangre corrupta a que es el puto teléfono móvil de mi padre.

- Pues llámale, ¿no?

- Sí, claro, ¿y qué le digo? "Hola papá, soy Jim, uno de los hijos que abandonaste. Sí, el que has dejado vivo. ¿Qué si quiero que tomemos algo? Claro papá, hace mucho tiempo que sueño con esto. Recuperemos el tiempo perdido".

¡BUM!

Walter me acaba de soltar una ostia al estilo ruso, pero en plan sincero. Una interesante manera de pedir su turno de réplica.

-¿Con quien crees que estás hablando, chaval? ¿Te parece divertido todo esto? ¿Te parece que soy alguien que acepte estupideces irónicas sin más? Pues escucha lo que te voy a decir: a la próxima andanada de babosadas, te devuelvo a la cloaca en donde te encontré, en el estado en el que estarías ahora si no te hubiera encontrado. ¿Queda claro?

- Peddón. Lo fiento Wadteb. A vefef me compodto como un ibbéfid.

- Tranquilo chaval. Tienes mucha presión, no pasa nada. Dame un abrazo.

Y Walter me abraza como una gran teta enfundada en algodón negro. Una teta en la que llorar durante años, y amamantarme con pelos heavy rock altamente nutritivos. Maternal, paternal y fraternalmente asqueroso como la sodomía incestuosa que mi difunto hermano Paco ya nunca podrá proporcionarme.

Tras un rato más de alimenticio abrazo, decidimos que en la casa de los rusos no podía haber nada más de interés, objetando, eso sí, la posibilidad que por supuesto aprovechamos de mear profusamente en el cajón de la ropa interior de la rusa.

Una vez fuera, y contando con la precariedad de una planificación económica digna de un lémur, decidimos dirigirnos a la McCueva para descansar un poco y reflexionar sobre el uso del número de teléfono de la foto. Ironías neuróticas aparte, debo pensar en las consecuencias de una más que posible respuesta paterna al otro lado del teléfono, y se me antoja fundamental el encontrar una salida a cualquier posible situación a la que tenga que enfrentarme en la conversación. Paso a paso, parece que todo me lleva en dirección a la tragedia griega, a la ejecución de una venganza tan completa y justificada como no se ha visto en siglos. Envuelto como estoy en este tipo de pensamientos, no puedo dejar correr el hecho de que, aún con la tensión acumulada en las mandíbulas, siga mordiéndome la lengua cada vez que me sueltan un derechazo. Mierda de cara que tengo.

 

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Ya de noche, hogar dulce hogar. Bendito polígono de olor a palomitas de culo de iguana. Con el motor de la moto apagado, nos movemos saltando de pierna derecha a izquierda hasta llegar al lugar buscado.

- Esta es la McCueva Walter. Este garaje de ciclomotor es mi casa.

- No te puedes quejar, ¿eh?

- No Walter, no me puedo quejar.

 

Al abrir la verja, el olor nos golpea en la nariz como los anillos de la rusa en las pelotas.

 

- ¿Pero qué cojones...

- ¿Ese muerto es tuyo? ¿Es tuyo Jim? Dime que no es un colega que te dejaste encerrado.

- ¿Es un muerto? Joder Walter, ¿es un muerto?

- Sí Jim, es un muerto. Y eso que brilla en el suelo es una placa de policía.

 

Mourenza.

 

Me cago en mi puta vida.

Publicado el 6 de julio de 2010 a las 19:15.

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Prohibido entrar a la McCueva

Archivado en: Jim McGarcía, McCueva, Mamá, McGarcía senior

Balance de situación: 

- Novias: 0

- Casas: 0

- Trabajos respetables: 0

- Trabajos clandestinos: 0,5

- Almacenes mohosos: 1

- Amigos: -1

- Dignidad: no computa

- Amenazas potenciales de muerte: 2

- Dinero: suficiente para malvivir

- Tabaco: 4 cartones y 17 cigarrillos (nunca dejes a tu novia sin antes comprar tabaco).

- Venganzas: 1 en camino, 0 conseguidas.

- Familiares asesinos: puede que 1

McCueva

Me afano en este tipo de listas porque es lo único que se puede hacer en un almacén de 25 metros cuadrados sin luz. Nada natural, nada artificial, sólo una vela de mierda y todo el contenido que me cabía en el maletero de un taxi. Intento ordenar mi vida, planificar la jugada. Me he metido de lleno en esto, hasta el punto de arruinar cualquier cosa que me une a la sociedad. En realidad, no hay apenas diferencias entre el ruso y yo. De hecho, cualquier diferencia posible entre ambos juega a su favor. Él, al menos, no tiene que hacer sus necesidades en un arenal. Yo sí. De todos modos, estoy intentando ponerme de acuerdo con mi cuerpo para que sólo me fuerce a hacer vida de gato una vez al día, y por la noche, claro. El primer día fue horrible, con todo el calor, al lado de una de esas carreteras por las que pasan corbatas y moños a 120 por hora buscando la apacibilidad de su suicidio dorado. Y yo cagando e intentando parecer gitano. Sí, ya sé, un racista cabrón. Es lo que tiene la miseria, que la corrección política se te hace, cómo lo diría... Prescindible, sí, eso es.

Cuando era pequeño, y los gritos de mis padres comenzaban a acotar mi concepto de infancia, soñaba, como todos los demás, en irme a mi sitio. Mi sitio no era mi habitación, que pagaban mis padres y, por lo tanto, era accesible para todos. Mi sitio era un lugar secreto, en donde nadie me encontraba. En él sólo había cuentos y militares/ninjas de plástico. De haber existido, de haber podido evitar toda esa mierda, lo hubiera llamado la McCueva.

Vamos, deja esa mierda Jim, a quién pretendes engañar. En honor a la verdad, y a estos resortes de moral que me taladran de vez en cuando la cabeza, creo que este relato sería incompleto si no dijera que la mía fue una infancia feliz. A pesar de toda esa mierda freudiana, quiero creer que esa vocación de privacidad la hubiera tenido igual en caso de que mi padre se acostara religiosamente con mi madre todas las noches hasta ahora. Al menos, hasta que se murió la vieja.

Mi madre, española de Madrid para más señas, murió a los cincuenta y dos años de la forma más estúpida del mundo. Tenía yo diecisiete años y un móvil recién estrenado, como todos los demás por aquella época. Mi madre tenía una ducha resbaladiza, un grifo mal colocado y una nota en la puerta de la nevera con mi número de móvil. El resto, una constatación de que no tengo más parientes y de que las amistades se resuelven con una ramo de flores y una palmadita en la espalda, de que mi padre definitivamente era un hijo de puta, y el añadido de un seguro de estudios para que yo pudiese acabar una carrera universitaria. Al final, todo apunta a que mi madre, si pensaba en mi futuro como parece que lo hacía, debió haber suscrito la póliza para vagancia. Hubiera sido mucho más útil que cubrir mis estudios.

 

Un momento, la vela se acaba, voy a por otra mientras que hay luz suficiente.

 

Listo. Más barato imposible. Por dónde iba, ah sí, el tema familiar. Mi madre murió, fin de la historia. Era una buena persona, al menos conmigo. Me daba de comer, me vistió hasta que yo quise, se preocupó por mí, y nunca jodió profundamente a nadie. A lo mejor, un día se olvidó de pagar el pan. Hubiera sido gracioso. También es graciosa esa creencia popular de que el tiempo pone a uno donde se merece. Es como la Biblia del agnóstico. Bien, pues a mi madre, el tiempo la puso a morirse desnuda. A Paco, el tiempo optó por descuartizarle, y a mí, el tiempo me ha puesto en un puto horno crematorio. Mucho calor y ninguna ducha, así que pintan bastos.

Después está mi padre, inglés de Manchester. ¿No lo había mencionado?, soy bilingüe. Me manejo de forma igualmente limitada en inglés y en español, lo cual, como se puede  comprobar, me ha garantizado un puestazo en una multinacional. De él recuerdo que era un padre anodino, ni bueno ni malo. Quiero decir con esto, que no era la clase de padre del que uno espera que vaya a mover una montaña o a convertirse en un superhéroe. Sólo estaba bien. Salíamos a pasear, me hablaba de Inglaterra, de la comida, que él adoraba, y de la niebla que hacía todo mucho más interesante. Me decía siempre que yo era muy listo, y que estaba claro que iba a ser alguien importante. Recuerdo sus trajes, o más bien, recuerdo a mi madre planchándolos mientras que yo veía la tele. De su familia, la de mi padre, tampoco sé nada. Creo que tenía algún hermano en Inglaterra, pero no hablaba mucho de él. Puede que ni siquiera tuviera un hermano. Un día se cansó y se fue. Como ya he dicho en alguna ocasión, mi padre también fumaba. Se quedó sin cambio para la máquina del bar de enfrente de casa cuando yo tenía diez u once años. Aunque lo esperamos un tiempo, finalmente concluimos que no había estancos tan lejos. Nunca comí tanto como en los días que esperábamos la vuelta de mi padre. Claro que la espera y los atracones sólo duraron algo más de mes y medio, justo el tiempo que los bancos tardaron en cambiar las domiciliaciones a la cuenta de mi madre.

Ahora, el ruso, ese personaje que por sí mismo disipa cualquier recuerdo, me dice que un McGarcía es el que está detrás de todo esto. Por momentos me pregunto si no seré un personaje de novela barata con desdoblamiento de la personalidad. Hago esto, hago aquello, mato por aquí, extorsiono por allá, y no me acuerdo de nada porque en el fondo soy muy buena persona. Al final, el agente Mourenza tendría una hermana guapísima que investigaría el caso hasta el final, concluyendo que no se me podía culpar de nada, y nos iríamos a una isla desierta, en donde el mismo aire puro limpiara mi conciencia y mis ambiciones asesinas. Una pena que eso no vaya a pasar, pues el ruso me vio a mí y vio al otro supuesto McGarcía sin concluir ningún trastorno psiquiátrico por mi parte.

Hagamos otra lista:

POSIBLES McGARCÍA A INCLUIR EN ESTA HISTORIA

- Mi padre

- Un hermano secreto

- El hermano inglés de mi padre

- Un pariente secreto de mi padre

- Un McGarcía sin parentesco conmigo

- Un suplantador de identidad

- Yo mismo (ésta ya había quedado anulada, pero es que la lista me quedaba un poco coja).

Vale, de ser verdad lo de McGarcía, tiene que ser mi padre. Durante mucho tiempo me he jactado de que "mis" McGarcía eran los únicos McGarcía de España. Aún así, necesito una prueba de alguna clase, y el ruso no va a ser territorio explorable por algún tiempo (cuanto más mejor). Visto lo visto, lo mejor va a ser que vaya a ver a la madre de Paco. De las cosas que dijo el ruso, de todo lo que llevo contado y todas las listas que he hecho, la loca es mi única posibilidad de avanzar. Sé que está en un hospital psiquiátrico en La Coruña, y no debe haber muchos. La gente de costa, cuando tiene un problema mental, se ahoga. Eso aligera mucho el espacio.

Esta semana lo haré. Saldré de este tugurio, pagaré una habitación en un hotel de 3 estrellas para darme una ducha en condiciones, y me iré haciendo autostop hasta el culo de la península. A lo mejor tengo suerte y me mata un pirado cualquiera.

La vela ya se está apagando. El suelo de este sitio es duro y caliente. La McCueva estaba asentada sobre una inmensa cama elástica de colores. Esto es lo que se llama "ser un fracasado".

Echo de menos a María. Echo de menos ser una persona. 

Publicado el 13 de julio de 2009 a las 01:45.

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Jim McGarcía

Jim McGarcía

Me llamo Jim McGarcía. No es un nombre fácil. Intuyo que no ha sido una infancia fácil. Lo cierto es que aún no sé cómo ha sido mi niñez pero ¿quién con un nombre así puede haber tenido una infancia fácil?

Sé que vendo Biagra por Internet. Sé que soy raro porque los demás no son como yo. Y aunque no lo sé, tengo el presentimiento de que la voy a cagar.

Me verás por aquí los viernes.

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