El fondo de armario del capitán Nemo
Archivado en: Jim McGarcía, Capitán Nemo, Ruso
Paco ya está oficialmente desaparecido. Esta semana he hecho acopio de responsabilidad y he ido a poner una denuncia a la comisaría. El policía que me atendió fue sospechosamente amable, e incluso se interesó por mí, preguntándome si lo estaba llevando bien y todo eso, y yo le dije que sí, que sólo quiero que encuentren a Paco porque me debe una mensualidad del alquiler, y él me dijo que eso no encajaba demasiado con mi declaración porque se me veía triste, y yo, haciendo un esfuerzo enorme para evitar que un "y eso a usted qué le importa" saliera de mi boca, le respondí que eso era por la crisis. Quizás el darle mi número de móvil con disponibilidad 24 horas restó un ápice de credibilidad a mi anteriormente tranquila disposición.
Ahora sencillamente estoy esperando alguna noticia. Bueno, esperando y cerrando cada puerta siete veces. Creo que esto me está afectando más a mí que a Paco. Venga Jim, no digas burradas.
Últimamente María pasa cierto tiempo en casa. Quiero decir que duerme conmigo casi todas las noches. No sé muy bien el motivo, pero el otro día me dio la sensación de que estaría bien que lo hiciera, quizás para no tener que acompañarla en pelotas hasta la puerta, pero el caso es que estoy cómodo con ella. Parecen no importarle los chirridos de las puertas cada vez que las abro y las vuelvo a abrir, y así sucesivamente. Dice que le gusta que esté chalado, y creo que a mí me gusta que le guste que esté chalado. Además, follar me sienta bien. Como el famoso Vicks Vaporub, me aclara la garganta y me despeja la nariz, por no hablar del refuerzo de autoestima que supone en los encuentros (ya nada fortuitos) con mi vecino. Procuro que me vea despidiendo a María en el rellano: mirada al vecino, beso en la boca de María, mirada al vecino, izado de paquete con mano izquierda y, de nuevo, mirada al vecino. En mis noches de soledad he visto a demasiadas gordas salir de su casa como para dejar el tema impune. Después le cierro la puerta en la cara siete veces, para dejar claro que no soy un tío con quien deba mantener una conversación, y mucho menos propasarse en el ascensor con la chavala que sale de mi casa. Intuyo que el pobre tipo debe tener pesadillas por las noches. Que se joda.
María y yo hablamos bastante de Paco, y de cómo ella le conoció. Algo ciertamente estúpido en realidad: ella en el bar con sus amigas, él que se ofrece desde la barra para hacerles la foto de turno. Ellas que se ofenden y él que les dice que no va de sexo, que es gay (¡hay que joderse Paco!, yo vivo años contigo y me lo cuentas tarde y mal, y a esta panda de minifalderas se lo dices a la primera de cambio). A ver si va a resultar que en realidad no eres tan gay como piensas.
Hoy María se ha ido temprano y yo me he quedado babándome en su parte de la almohada. Llevo días sin ir a trabajar, supuestamente aquejado de una varicela a la que el zote de mi jefe ha dado toda la credibilidad que cabe en su corto cuello. Lo cojonudo de que te paguen en negro y ser oficialmente un parásito social es que no hay que justificar en modo alguno las faltas de asistencia. Hasta la universidad tenía más control que el negocio de la Biagra. Así, esta varicela que sólo afecta a mis testículos, los cuales me rasco con fruición, me mantiene a todas horas pendiente del devenir del asunto de Paco. Necesito que vuelva, lo necesito de verdad. La esperanza de vida es demasiado larga como para pasarla sin amigos. Puede que si Paco no da noticias en un par de semanas acabe por convertirme en una buena persona.
Las horas muertas las paso leyendo. He repescado una colección de libros para niños que me motiva bastante. Son unos enormes tomos repletos de cómics sobre novelas de Julio Verne, Alejandro Dumas y otros franceses de mal vivir. Lo bueno es que puedes conocer al dedillo el argumento de 20.000 leguas de viaje submarino (por poner un ejemplo), con sólo ojear unas veinte páginas repletas de dibujos. La parte mala es que ya jamás podré imaginar al capitán Nemo sin el estúpido jersey azul celeste de cuello vuelto con el que siempre va vestido en el tebeo. Opino que un personaje como ése debería tener una capa de cuero negro y un ojo de cristal, pero el dibujante prefirió llenar su subacuático armario de sucedáneo de cachemir en tonos pastel. Un tío curioso el tal Nemo. Yo creo que su problema es que follaba poco.
En estas me encuentro cuando llaman a la puerta. Me levanto y en el pasillo tengo el presentimiento de que es Paco. De puta madre, pienso cuando en un ridículo momento de pudor me pongo una camiseta y el pantalón del pijama. No quiero que crea que me alegro tanto de verle que voy a recibirle con el culo en pompa.
Al abrir la puerta, me encuentro con un jadeante gigante ario con bigote que hace que desee que se conforme con una simple violación.
- ¿Jim McGarcía?- me pregunta con la voz entrecortada. Es curioso el asco que me da mi propio nombre cuando estoy a punto de mearme encima.
- No, vive en el piso de al lado- le digo mientras intento recordar el plan de fuga por los balcones que una vez había trazado con Paco. Uno tiene que pensar en esas cosas.
- Sé que eres Jim, déjame entrar. Paco está muerto.
Y así es como mi vida se va definitivamente a tomar por el culo.
Publicado el 24 de abril de 2009 a las 10:15.