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Blog de Jim McGarcía

Bocados de Biagra

Acción ninja

Archivado en: Jim McGarcía, Walter Queijo, Ruso, Rusa, Clint Eastwood, Mourenza, McGarcía Senior

Ahí vamos, otra vez en la moto. ¿Saben ese chiste de "van dos en una moto y se cae el del medio"? Pues al final le he encontrado el sentido al asunto. En la moto vamos Walter y yo, y en el medio, el apestoso y semilíquido cadáver de Mourenza metido en una bolsa porta-trajes. Al menos, el paquete va bien asegurado entre Walter y yo, y parece complicado que se pueda  caer.

Dadas las circunstancias, Walter y yo hemos tomado la decisión de dejar de pelearnos contra nuestros aliados naturales en esta historia: los rusos. Ahora mismo manejo dos posibilidades: o los rusos han matado a Mourenza en una disparatada huída hacia adelante, o están tan perdidos como nosotros. Si bien el haber encontrado en su casa el teléfono de Mourenza tras la foto de mi padre (que ya había contratado al ruso para que matara a Paco en primera instancia) debería llevarme a pensar que Aleksandr mata más que habla, en nuestras primeras conversaciones el ruso se mostró como un tipo sensible, y sé (o quiero saber) que nuestros catastróficos desencuentros sólo se han producido porque me apellido igual que el principal sospechoso de todo el asunto.  En cualquier caso, Walter y yo tenemos un par de pistolas y no menos de 2,6 bíceps masculinos. Tal y como yo lo veo tenemos todas las de ganar: ¿Que se avienen a mantener una conversación? Fenomenal. ¿Que no? pues hacemos una llamada anónima a los preocupados compañeros de Mourenza mientras les endilgamos el cadáver.

Lo que está claro es que el ruso sabe algo sobre mi padre que yo ignoro, y en este momento cualquier pista es determinante. Todos mis puntos de conexión con la investigación están ahora mismo en punto muerto, y aunque debo reconocer que un encuentro con los rusos no me apetece nada, los últimos acontecimientos y calles sin salida no me dejan otra opción.

-  Espera, Walter frena. ¡Frena!

Ñiiiiiiiiiieeeeeeeeeeeekkk.

- ¿Por qué? La casa de los rusos está ahí delante Jim.

- Efectivamente. ¿y no has pensado que quizás un motero satánico en una montura tan poco sigilosa podría llamar la atención de los vecinos? Por no hablar del muerto que usamos como airbag. Y eso si los rusos no nos están esperando en la puerta con lanzas de dos metros.

- No querrás que deje la moto fuera de mi vista...

- Pues sí, eso es lo que quiero. Acércala a ese portal.

- Oye Jim, tío que es mi moto. De verdad que estoy contigo a tope, pero la moto... Ni hablar, me la llevo conmigo. Tú no te agobies, que no va a pasar nada con lanzas. Además, si tenemos que escapar no quiero tener que hacerlo corriendo. ¿Pesas bastante, sabes?

- ¿Por qué presupones que no puedo correr solo?

- No quiero ofenderte Jim, pero desde que te conozco te he visto más tiempo tumbado que de pie. La estadística juega en tu contra, y como no te voy a dejar tirado, prefiero que sea la moto la que cargue contigo. Hey, pero eres muy listo. A lo mejor es que tu cerebro da órdenes demasiado rápido para tus piernas. O puede que...

- Vale Walter, déjalo estar. Vamos con la moto.

Puto Walter. Mierda de gimnasia... En fin, que ahí vamos, rompiendo tímpanos desde el tubo de escape. Qué cojones, Walter tiene razón. Basta de acción miserable, escondiéndome en las esquinas como un ninja. Un ninja sin ningún conocimiento de  cosas de ninja. Una niña, en definitiva. ¿Qué haría Clint ahora? Fácil: Clint haría un caballito con la moto para tirar la puerta de los rusos abajo.  Después sacaría la pistola y... vale, ya estamos aquí.

En la casa no se ven luces desde fuera. Es uno de esos garajes de Madrid a los que les ponen un portal y se los alquilan a modernos con inquietudes artísticas. A modernos y a asesinos, claro. La puerta está abierta, señal de que los rusos no han llamado a un cerrajero desde esta mañana. Gente confiada. Mejor no fiarse.

- Walter, tú primero. Con un poquito de suerte estarán durmiendo.

- Quieres decir dormidos.

- Quiero decir "no despiertos".

Crrraaaaack.

- Mierda Jim, ¿qué cojones haces?

- Perdón, he pisado una lata. Dios, somos los peores ninjas de la historia.

- Habla por ti. Y por favor, deja de caminar de puntillas. Me pones nervioso.

- Perdona Walter.

- Vamos a dejar el cuerpo aquí, en la moto. Si dentro no hay nadie, lo metemos en la casa y esperamos a que lleguen. Si están dentro, les damos dos ostias y después metemos el cuerpo. ¿Está claro?

- Sí, está claro. Yo te sigo ¿vale?

Cuando Walter aparta la puerta de nuestro camino con todo el cuidado del mundo, nos encontramos con que la casa está casi completamente a oscuras. Al fondo, en la habitación, puede verse la luz entre los bordes de la puerta.  Mientras nos acercamos, Walter comprueba cada resquicio hasta llegar al dormitorio. Nada. Empezamos a oír las voces. Son tres, uno de ellos no ruso y no mujer. Algo no va bien. Agarro el brazo de Walter mientras él agarra la manilla.

Al entrar, después de mucho ruido, algunas caídas  y el agujero de una bala en la puerta, me doy cuenta de que Walter es el mejor ninja de la historia. El balance es de dos rusos previamente atados, mi pariente en primer grado inmovilizado y desarmado en el suelo, y dos buenos trabajos para un cerrajero.

Qué poco me apetece esto...

- ¡Suéltame gordo cabrón!

-  Mira Jim, se queja igual que tú.

Los rusos parecen contentos. Yo sólo siento desprecio (también cierto orgullo por Walter, sí). Desprecio por el pedazo de mierda cosanguínea que tengo delante. Le golpeo en la cabeza con la culata de mi pistola. Mira tú por dónde, sí que me apetecía.

- ¡Joder Jim!

Los rusos se ríen encantados. Por supuesto, se ríen en ruso.

- Callaos la puta boca. Nadie dice aquí que os hayáis salvado de morir.

Se callan.

- Jim. 

- ¿Sí Walter?

- Trae el cuerpo. 

- ¿Me ayudas?

- Sí claro, vamos juntos. ¿Les dejo también una pistola? 

- Tienes razón. Ahora vuelvo.

Al deshacer el camino por el pasillo, noto cómo estoy perdiendo el juicio. Voy a matarle cuando vuelva.

Le voy a pegar un tiro y ni siquiera voy a sentirme mal por ello.

Publicado el 14 de febrero de 2011 a las 22:15.

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Voces de ultraverja

Archivado en: Jim McGarcía, Walter Queijo, Mourenza, McCueva, Marc

Y entonces, un buen día, con veintitantos años, te das cuenta de que tienes encima de tu conciencia el cadáver de un policía. Todo iría relativamente bien si no fuera porque este policía y su cadáver (más lo primero que lo segundo), están relacionados directamente contigo. Aunque hay quien, antes de preocuparse, se pondría a echar cuentas para saber si ha tributado impuestos suficientes en su vida como para haberse ganado el derecho de disponer libremente del cadáver que él mismo ha pagado, en mi caso este procedimiento es implanteable. Adelante, llámame comunista.

 

Para no cambiar el protocolo de actuación en casos desesperados, y dado que Walter aún no ha terminado con su primera fase de deposición sobre antiguas divinidades de la cultura occidental, creo que voy a tomarme unos minutos para reflexionar.

El agente Mourenza, hasta donde yo sabía, era un tipo más o menos honesto. Un policía normal, de trato normal. Arrugado en cara y camisa, con callo de escribir con lápiz y zapatos sucios. Antes de que el calor y la muerte le hicieran perder tersura e higiene, aparentaba unos indeterminados cuarenta años, bastante bien llevados supongo (creo que esto indica que más bien tendría 45). Conmigo se portó bien, guiado por su propio beneficio, pero bien al fin y al cabo. Entre los dos metimos a Marc, el origen de casi toda la mierda que me envuelve, en la cárcel en la que debió haber ingresado a los cinco años. Esta circunstancia privativa, añadida al hecho de que sólo Marc, Mourenza y yo conocíamos el almacén de estupefacientes eréctiles felizmente rebautizado como la McCueva, hace que me tema que todos los indicios apriorísticos apuntan al mismo sitio. Lástima que a posteriori (o a secundi, que dirían los antiguos latinos paletos), esta teoría rápida no acabe de encajar como respuesta de la pregunta "¿para qué iba Marc a matar a Mourenza?"

Como todos los imbéciles, Marc es un fulano bastante pragmático. Conceptos como rebelión, venganza o amistad, le son completamente desconocidos. Marc sabe de vinos, de restaurantes, de burdeles y de cotilleos de urbanización. Sabe de extorsión, de compraventa de material robado, de tráfico de Biagra y de dinero negro. Y sabe que matar al policía que te ha metido en la cárcel sin ningún tipo de animosidad preexistente no sirve para nada más que para que te metan en un agujero aún más oscuro que en el que él ya estás. Puede que yo sea un problema para Marc, pero el policía no tenía nada que temer por su parte. Si además el único cadáver previamente mencionado en esta historia (y no todas las historias de mi vida tienen un cadáver) venía con toda seguridad de otro sitio, imagino que Mourenza, al igual que yo ahora, estaba metido en algo más turbio que el tráfico de Biagra.

- Walter, hay que mirar en el muerto.

- Joder chaval... ¿Dentro del muerto?

- No, no... En el muerto, en la ropa y eso.

- Y exactamente, ¿por qué hay que hacerlo? Y lo más importante: ¿por qué me toca a mí?

- Te toca porque tú eres el músculo, el tipo duro, el pegamento. ¿No hacéis cosas de esas en los burdeles?

- No chaval, no. En los burdeles se folla. A veces se dan palizas. Pero no miramos en muertos. Ni siquiera hay muertos en los que mirar, joder.

- Pues yo no lo voy a hacer. Y es necesario, de verdad.

-¿No has pensado en llamar a la policía?

- No, no he pensado en llamar a la policía. Vamos Walter, piensa. Si llamo a la policía tendré que dar más explicaciones, y es probable que, mientras no obtengan esas explicaciones que yo desconozco, me vaya a pasar un tiempecito en la cárcel. Es incluso probable que esas vacaciones tenga que pasarlas junto a Marc, la cucaracha que conocía como "jefe".

- ¿Y si les llamas y no vamos?

- Pues vete tú a saber si queda un puñetero sitio en toda la McCueva que no tenga huellas mías. Estar en busca y captura no arreglaría nada. Tal y como están las cosas, ahora que las ganas de venganza (que no han disminuido ni un ápice) ya sólo le sacan un palmo a la curiosidad, no me puedo permitir dejar esto como está. Estamos tan cerca... Sólo tengo que hacer una llamada al número de la foto, quedar con mi padre, sacarle un par de respuestas con tu ayuda, y después coserle a tiros con la pistola que, ¿cómo no?, también está a nombre de Marc.

- Jim esto no está bien. Es posible que ese madero tenga familia y que le esté esperando. Sabes que apoyo todo el tema de la venganza, pero este tío no mató a tu herman... colega.

Vale, me has obligado a pronunciar las palabras mágicas:

- Walter, ese tío era policía, trabajaba para el gobierno. No me fío.

- Yo tampoco me fío joder, ya lo sabes. Putos burócratas de mierda y todo eso... Pero Jim, está muerto... No se lo hace, ¿ves?

- Walter, no vamos a llamar a la policía. Y deja de darle pataditas, que te estás poniendo la bota perdida. Cierra la verja, por favor.

- ¿Vamos a dejarlo aquí?

- Eso es Walter. Sólo serán unas horas. Un par de días a lo sumo. Resuelvo el asunto de Paco y, después, todo por lo legal. Llamamos a la policía y doy todas las explicaciones que hagan falta para calmar tu conciencia. ¿Estás conmigo?

- Sabes que sí chaval. Pero espero que no te equivoques en esto.

Mientras que Walter cierra la verja, y el olor deja de ser algo masticable, me decido al fin a sacar el teléfono. Marco el número de la foto. Con el primer tono, por poco se nos sale el corazón por la boca. Al otro lado de la verja suena Corazón Latino de David Bisbal.

Tuve que repetir este proceso tres veces, con sus respectivas rellamadas y gorgoritos latinos, antes de caer en la cuenta y pedirle a Walter que volviera a abrir la verja.

Está claro que Mourenza, el tío de los politonos, aún tiene un par de cosas que contarnos. Lástima que, seguramente, ninguna de ellas vaya a explicarnos el porqué de su lamentable gusto musical.

Publicado el 14 de julio de 2010 a las 20:45.

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Algo huele a podrido en el polígono industrial

Archivado en: Jim McGarcía; Biagra; Muerto; Mourenza; Walter Queijo; Ruso; Rusa; McGarcía Senior; Paco

En episodios anteriores de Jim McGarcía...

Jim, un chico más guapo e inteligente que la media de su generación, y que trabaja como spammer de Biagra en una empresa de dudosa reputación, emprende una cruzada por encontrar a los asesinos de Paco, su compañero de piso homosexual, contra los que juró venganza (venganza contra los asesinos, no contra los homosexuales).

Haciendo alarde de una valentía sin precedentes, nuestro extraordinario protagonista mete a su jefe en la cárcel con la connivencia del agente Mourenza, corta cualquier atisbo de autoconservación al forzar la ruptura con María (su rollo indefinido y principal fuente de ingresos), y tras un golpe de suerte (y de calor), conoce a Walter Queijo, un motero apasionado de Disney que le guía por carretera hasta el psiquiátrico en el que vive la madre de Paco. Allí descubre a la fuerza que el muerto es, en realidad, su hermano.

Mientras, Boris, el malvado ruso novio de Paco, y su escultural hermana Irina, amenazan el éxito de la aventura de Jim y Walter al presentarse tras varios precedentes violentos en la puerta del psiquiátrico. Allí Walter libera su testosterona contra los hermanos, antes de llevarse a Jim en su moto hacia la casa de los rusos, donde nuestros héroes esperan encontrar información sobre un supuesto McGarcía que, en palabras del ruso, ordenó matar a Paco.

- Sí Jim, ya lo sé. Ya me lo has contado. Mira chaval, creo que deberías ir al médico, al psiquiatra. No puede ser que se te evada la olla de esa manera. Ya sólo te falta hacer pausas para bailar y cantar.

- Ya, bueno Walter. Pero ¿es así o no es así?

- Sí niño, así es como me lo cuentas siempre.

- ¿Y lo de que Paco era mi hermano? ¿También es así?

- Ya sabes lo que dicen. Una mujer sabe que el niño que nace es suyo. En cambio un hombre...

- ¿Te refieres a mi padre?

- No. Me refiero a un hombre tipo, sin entrar en particularidades. Mira, por poner un ejemplo, el caso de Disney. Nunca verás un protagonista con padre y madre. Siempre se cargan, o se han cargado previamente, a uno de los dos o a los dos. Bambi, los sobrinos del pato Donald, el niño de Los rescatadores en Cangurolandia...

- Un momento. ¿Acabas de decir, tú bíceps de acero, la palabra Cangurolandia?

- Sí.

- Vale, vale. Continúa.

- Pinocho, Blancanieves, La Bella Durmiente, La Bella de la Bestia, Tod y Toby, Aladdin, Jasmine, La Bestia de la Bella, La Sirenita...

- Lo pillo: huérfanos en Disney. Lo que pasa Walter, es que el ejemplo que pones no tiene nada que ver con lo que supuestamente ejemplifica. Das nombres de huérfanos ilustres en 2D, pero nosotros estábamos hablando de la posibilidad de que Paco sea mi hermano. 

- Viene a ser lo mismo.

- Lo que tú digas.

...

...

...

- Chaval...

- Sí Walter, viene a ser lo mismo.

- No, en serio. La foto...

Walter me enseña una foto exactamente igual que la que me dio la madre de Paco. Mi padre y su sonrisa estúpida. Tan estúpida como sería esta historia en caso de que una vez más Jim o el narrador del asunto (o sea yo) se desmarcara con alguna tontería del tipo "deja de hacer el imbécil y devuélveme la foto", o "sí Walter, ya la hemos visto treinta veces". Pero resulta que la foto no es la misma, ni por asomo, pues en ésta mi padre, además de posar de forma completamente distinta, y cambiar de peso, peinado y color de pelo, es notablemente mayor que en la anterior, y ofrece una textura más propia de la actualidad que de, incluso, el año pasado. Es una foto reciente, y por el aspecto sanote que presenta el viejo, ha debido dejar de fumar hace tiempo (supongo que debido a la distancia kilométrica que separaba el estanco de su casa, y que tantos años le está llevando recorrer). Ahí lo tienen señores, la sonrisa del triunfador, de un Ulises que se quedara follando con las sirenas, si nos ponemos finos.

- Puto cabrón de mierda...

- Venga chaval, no saques conclusiones precipitadas. Seguro que todo esto tiene una explicación más o menos razonable. Tu viejo es también el padre de Paco, y no querrás cagarte en el padre de tu difunto colega, ¿no?

- No, no me cago en su padre. Seguro que era un tipo cojonudo. El mío es el que me parece un hijo de la gran puta.

- ¿También mal con tu abuela?

- Que te jodan Walter.

- Sí, vale... Que te jodan a ti también chaval.

Sólo cuando entablo conversaciones estúpidas como ésta, echo realmente de menos a María. Sus conversaciones estúpidas eran las mejores conversaciones estúpidas del mundo. Quizás fuera la autoconciencia de su propia estupidez lo que más me gustaba de ella. O puede que no fuera nada estúpida y que yo esté en un momento de alta exigencia intelectual en mi vida. Claro que el ver a Walter jugar con una miniatura de la ardilla Chip en momento tan apropiado, debería invitarme a una nueva revisión del caso.

- Qué, ¿vas a darme la foto?

- Sí, claro, toma chaval.

- Detrás tiene un número escrito.

- ¡Cojonudo! Puede que sea una clave de algo.

- Sí Walter, creo que podemos aventurar que es la clave de algo. La clave de algo de nueve dígitos que empieza por 6.

- Bien, apliquemos la lógica deductiva. No puede ser un código postal ni un DNI, ni siquiera un teléfono fijo porque no empieza por 91...

- Sí Walter, creo que ya te sigo. ¿Un teléfono móvil, tal vez?

- Mmmmm... Sí, tal vez.

- ¿Pero que cojones te pasa Walter? Pues claro que es un teléfono móvil. De hecho, me juego mi mierda de sangre corrupta a que es el puto teléfono móvil de mi padre.

- Pues llámale, ¿no?

- Sí, claro, ¿y qué le digo? "Hola papá, soy Jim, uno de los hijos que abandonaste. Sí, el que has dejado vivo. ¿Qué si quiero que tomemos algo? Claro papá, hace mucho tiempo que sueño con esto. Recuperemos el tiempo perdido".

¡BUM!

Walter me acaba de soltar una ostia al estilo ruso, pero en plan sincero. Una interesante manera de pedir su turno de réplica.

-¿Con quien crees que estás hablando, chaval? ¿Te parece divertido todo esto? ¿Te parece que soy alguien que acepte estupideces irónicas sin más? Pues escucha lo que te voy a decir: a la próxima andanada de babosadas, te devuelvo a la cloaca en donde te encontré, en el estado en el que estarías ahora si no te hubiera encontrado. ¿Queda claro?

- Peddón. Lo fiento Wadteb. A vefef me compodto como un ibbéfid.

- Tranquilo chaval. Tienes mucha presión, no pasa nada. Dame un abrazo.

Y Walter me abraza como una gran teta enfundada en algodón negro. Una teta en la que llorar durante años, y amamantarme con pelos heavy rock altamente nutritivos. Maternal, paternal y fraternalmente asqueroso como la sodomía incestuosa que mi difunto hermano Paco ya nunca podrá proporcionarme.

Tras un rato más de alimenticio abrazo, decidimos que en la casa de los rusos no podía haber nada más de interés, objetando, eso sí, la posibilidad que por supuesto aprovechamos de mear profusamente en el cajón de la ropa interior de la rusa.

Una vez fuera, y contando con la precariedad de una planificación económica digna de un lémur, decidimos dirigirnos a la McCueva para descansar un poco y reflexionar sobre el uso del número de teléfono de la foto. Ironías neuróticas aparte, debo pensar en las consecuencias de una más que posible respuesta paterna al otro lado del teléfono, y se me antoja fundamental el encontrar una salida a cualquier posible situación a la que tenga que enfrentarme en la conversación. Paso a paso, parece que todo me lleva en dirección a la tragedia griega, a la ejecución de una venganza tan completa y justificada como no se ha visto en siglos. Envuelto como estoy en este tipo de pensamientos, no puedo dejar correr el hecho de que, aún con la tensión acumulada en las mandíbulas, siga mordiéndome la lengua cada vez que me sueltan un derechazo. Mierda de cara que tengo.

 

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Ya de noche, hogar dulce hogar. Bendito polígono de olor a palomitas de culo de iguana. Con el motor de la moto apagado, nos movemos saltando de pierna derecha a izquierda hasta llegar al lugar buscado.

- Esta es la McCueva Walter. Este garaje de ciclomotor es mi casa.

- No te puedes quejar, ¿eh?

- No Walter, no me puedo quejar.

 

Al abrir la verja, el olor nos golpea en la nariz como los anillos de la rusa en las pelotas.

 

- ¿Pero qué cojones...

- ¿Ese muerto es tuyo? ¿Es tuyo Jim? Dime que no es un colega que te dejaste encerrado.

- ¿Es un muerto? Joder Walter, ¿es un muerto?

- Sí Jim, es un muerto. Y eso que brilla en el suelo es una placa de policía.

 

Mourenza.

 

Me cago en mi puta vida.

Publicado el 6 de julio de 2010 a las 19:15.

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Los puñetazos no hacen ¡TSH!

Archivado en: Jim McGarcía, Walter Queijo, Ruso, Rusa, Acción

Las escenas de acción suelen estar precedidas por una subida radical del volumen de la música. El piano suena tranquilo, casi una nana, y de pronto ¡CHAN! ¡CHACHACHACHACHAAAAAAN! Empieza lo bueno: Bruce Willis a repartir, Stallone a farfullar y Jennifer Love Hewitt a asustar a los espectadores con sus constantemente visibles tiras del sujetador. Lo mejor del asunto es que en la vida real no se oye la música, pero cuando recuerdas ese tipo de experiencias, siempre hay, como mínimo, un tipo tocando el triángulo. En mi caso, por ejemplo, recuerdo la situación con Gladys interpretada por John Williams y la filarmónica de Londres.

En el momento que me ocupa, y antes de que la reflexión me lleve a comerme una increíble hostia en los morros, me dispongo a esquivar el puño cerrado del ruso, un tipo con músculos hasta en los nudillos. A ver... Sí, bien, esquivada la primera. Un poquito más de tiempo para la reflexión ¿Por dónde iba? Ya, vale: las escenas de acción y la música. Las escenas de acción y el sonido en general. La primera vez que me rompieron la cara, y una vez superado el espantoso dolor de dientes, reparé en que los puñetazos no suenan "TSH" como en las pelis, y que no es tan fácil romper una mesa de madera con la espalda y levantarse como si nada. Varias veces he soñado que lucho con alguien a quien odio muchísimo (los freudianos que se abstengan de sacar conclusiones precipitadas), pero siempre soy tremendamente débil. Pego con una fuerza y un odio extremos, pero el puño llega a la cara de mi oponente como si el aire por el que avanzaba fuera gelatina. Nada, más derrotado que Hulk Hogan. peleando con Rocky.

Vaya, por ahí viene Walter a echarme un cable. Se nota que lo del ruso nos ha cogido por sorpresa a ambos. Menudo animal está hecho el tío.

- ¿Quién? ¿El ruso o Walter?

- Ambos, pero me refería a Walter más concretamente. ¿No ves que ya había alabado antes los músculos del ruso? (Odio que los lectores me interrumpan).

Vale genial, ahora tengo alucinaciones. ¿La esquizofrenia se contagia? Quién sabe... Bueno, estaba pensando en cómo el ruso apareció por sorpresa a la salida del psiquiátrico, mientras yo aún intentaba digerir la idea de que Paco y yo compartiéramos padre. Se lo montaba bien el viejo. A lo mejor el ruso también es mi hermano. A lo mejor todo el mundo es mi hermano, como en una peli de Spike Lee (tranqi Jim, ¿qué tal si te alejas un poquito de la puerta del psiquiátrico?).

Walter se lo está poniendo jodido al ruso. Vamos, que el ruso empieza a parecer un chino de color rojo dándole besos a la frente de Walter. Lo malo, para él, es que lo hace demasiado fuerte. ¡Anda! Ahí viene Irina. Oh Irina, sí, corre hacia mí, corre como el viento. Es precioso ver correr a una mujer con las tetas grandes. En fin, supongo que eso es lo que debía pensar David Hasselhoff cada mañana en Santa Mónica.

¡TSH! (Un nuevo descubrimiento, parece que el secreto consiste en hacerlo suficientemente fuerte).

- ¡Walter! ¡Esta tía me va a matar!

- ¡Ya voy Jim! ¡Intenta soltarte!

Que intente soltarme... Gran consejo Walter, no lo había pensado. ¿Qué tal si se lo pido por favor? Rusa, ¿te importaría dejar de ablandarme los dientes contra el suelo? Disculpa Irina, ¿serías tan amable de razonar esto conmigo?

- ¡Bualteb! A efta tía le fale efpuma pod la boca...

Así de fácil. Walter llega, la levanta por los pelos, y la lanza encima de lo que queda de su hermano, que se levanta como el que aún cree que puede ganar pero todos saben que no puede.

- El cabrón es persistente.

- Te lo advedtí... (sé que este momento lo recordaré a cámara lenta) ¡Cuidado, tiede uda pipa!

Y ahí Walter demostró que lo de Matrix podría pasar. Me cogió, me subió a su espalda, y empezó a correr hacia la moto.

¡BAM!

- ¡Code Bualteb!

- ¡Dispárales Jim joder! ¡Usa tu pistola!

- ¡Fí! ¡Efo!

¡BAM!

¡BIM! (Genial, tengo una pistola que suena ¡BIM!, más material para mis sueños)

¡BAM!

¡BIM! ¡BIM!

- Siéntate chaval. Nos vamos.

Y Walter arrancó la moto y nos fuimos disparados (nunca mejor dicho) rumbo a tierras lejanas y más aventuras.

- ¿Vas a acabar ahora? ¿Y qué pasa con tu padre?

- Shhhhhhh. Estoy intentando seguir, por dios. Claro que no voy a acabar ahora.

- ¿Y por qué antes hablabas mal y ahora hablas bien?

- Porque esto no está pasando. En la realidad yo voy en una moto con la boca destrozada.

- Pero es un poco raro, ¿no?

- Déjame en paz ¿quieres?

Volvamos al lío. ...tierras lejanas y más aventuras.

- ¿A dónde vamos Jim? Joder, esos comunistas no se andan con bromas.

- Vamof a Mabrib. Tedebof que llegab adtef que ellof. Tedebof gue begiftab fu cafa. Feguro gue allí hay algo.

- ¿No te avisé de que no jodieras a los comunistas?

- No.

- Pues no jodas a los comunistas. Si algo tengo claro, es que Walt Disney no era comunista.

Y allá vamos, contra reloj a casa de los rusos. En la moto llegaremos antes y podremos tocar y mirar todo lo que queramos. Ahora ellos saben que no nos andamos con gilipolleces, y ellos saben que Irina me puede físicamente. En un mundo más civilizado, seguro que habría hecho buenas migas con María.

Publicado el 4 de diciembre de 2009 a las 01:15.

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Dolor de dientes

Archivado en: Jim McGarcía, Sonsoles Cuevas, La Coruña, Psiquiátrico, Walter Queijo

Ya estamos aquí. Me imaginaba yo, tonto de mí, emprendiendo un viaje larguísimo, con Walter conduciendo la moto cual Easy rider y yo detrás, desplegando un mapa roñoso que nos indicara el camino. Pero... la triste realidad del asunto es que ir en moto desde Benavente a La Coruña lleva poco más de cuatro horas. ¡Qué asco de mundo civilizado! Salimos de Benavente por la mañana y llegamos a Galicia para comer. Aquí, cómo no, también nos hospedaremos en un burdel en las afueras de la ciudad.

Lo de Walter no tiene nombre. A veces pienso que conoce a todo el mundo, al menos, a todo el submundo de la carretera. Empleados de gasolinera, meretrices, camareros ceñudos y camareras de peinados caducos en bares de esos que son, al mismo tiempo, tiendas de regalos, cafeterías, charcuterías y pensiones. A todos se abraza y todos le invitan. Es como ir con un futbolista lesionado: despierta una mezcla de admiración y compasión en la gente. Después de todo, parece que mi salto a la fama está garantizado a poco que pase unos meses con él.

Por cierto, ahora que me sale este símil futbolístico me viene a la cabeza que, hace no mucho tiempo, yo tenía una novia a la que le gustaba el fútbol. Creo recordar que incluso yo le gustaba. Parece ser que el tal Cristiano, al final, fichó por el Madrid. Anda que no somos curiosas las personas: uno se da cuenta de que quiere mucho a su varonil ex novia el día que se ve a sí mismo emocionado porque un futbolista guaperas empieza a hablar en español. Perra vida...

En La Coruña hace frío ya. Comparado con mi última experiencia en el microondas de Madrid, aquí estamos en el polo (en el más frío de los dos, que nunca sé cuál es). Si hay un sitio en el que la melancolía es socialmente aceptable, ese debe ser este. Paseando por la ciudad con Walter, me doy cuenta de lo limpio que está el suelo (salvo por ese asqueroso tatuaje formado por chicles negros que tienen todas las calles del mundo. Del mundo español, claro). Supongo que esto, lo del suelo limpio, tendrá que ver con lo deprimente que es mirar para el cielo, pues cuando lo hago siento que el asunto de las nubes densas es como vivir constantemente en una casa de techos bajos. Cuando se lo comento a Walter, él dice que no, que eso es porque llueve mucho. Qué rabia. Siempre que me pasan estas cosas me veo a mí mismo como el pariente tonto de la ladilla (a los suspicaces aficionados a los chistes, les diré que desde luego no me estoy refiriendo a ningún integrante de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado). Es una mierda que no te entiendan.

- Bueno Jim, ¿vamos?

Vale, hay que ir a ver a la madre de Paco. Paco, Paco, Paco, Paco, ¡Paco! Estoy hasta los huevos de Paco. El muy cabrón la palmó, pero yo sigo vivo haciendo el panoli por el mundo adelante. Ni casa, ni Cristiano, ni María, ni dinero, ni trabajo, ni Donetes ni calcetines secos. Todo eso se fue con Paco y sus pedacitos. Cuanto más lo pienso, más estúpida me parece la decisión de intentar vengarme. ¿A dónde me va a llevar toda esta mierda? ¿Puede llevarme a algún sitio peor que al que ya me ha llevado? ¿Soy el Capitán América? No, yo quería ser Clint Eastwood, pero me faltan arrugas, principios y decencia como para ser Clint. Él nunca se pondría unas mallas, y desde luego jamás iría con Walter a ninguna parte. Puede que llevara a un orangután a su lado, pero nunca a uno que pudiera haber tenido una relación romántica con Baloo, el puto oso de El libro de la selva.

- Sí Walter, vamos de una puta vez.

El psiquiátrico de turno es lo que todo fan de Bela Lugosi (bueno, casi todos) llamaría "hogar". Lugar boscoso, mar de fondo al fondo, niebla pegajosa y resbaladizo asfalto. Por lo demás, puertas automáticas de cristal, logo de empresa privada chunga serigrafiado en la puerta y mucho verde que parece azul y mucho azul que parece verde en los empleados de tan acogedor espacio. Si no estabas loco al entrar, aquí te garantizan que te vas a quedar como un cencerro. Esto es lo que se puede percibir al otro lado del cristal, mientras que aún puedes leer el logo azul de izquierda a derecha.

- Walter, me da miedo entrar.

- ¿Te acompaño?

- No, gracias tío, no es ese tipo de miedo. Empiezo a estar cansado Walter. Ni siquiera sé si esa mujer sabe quién soy. Ni siquiera tengo claro que sepa quién es Paco. Y en caso de que lo sepa, ¿sabrá que Paco está muerto? ¿Voy a tener que decírselo yo, que ya casi ni me importa?

- Tío, esto es muy complejo. ¿Sabes por qué está toda esa gente ahí dentro?

- ¿Por qué Walter?

- Porque saben demasiado.

- (Dios...). Ahora nos vemos Walter. Espera aquí un ratito.

- Suerte Jim.

- Gracias Walter.

Gotelé. En las paredes tienen gotelé. ¿A quién se le ocurre llenar la pared de un psiquiátrico de pinchitos? Espero que el pintor esté aquí metido.

- Buenos días.

- ¿Sí?

Asco de recepcionista.

- Soy Jim McGarcía. He venido a ver a Sonsoles Cuevas.

- ¡Ah! ¿Sonsoliñas?

- Sí, Sonsoliñas. Sonsoliñas Cueviñas.

- ¿No eres de aquí verdad?

- No, soy del mundo exterior.

- Así no vas a conseguir nada neniño.

- Muchas gracias señora (genial, ahora de pronto soy también un maleducado cortés. No debí empezar a presumir tan pronto de haber tocado fondo. Probablemente sólo haya llegado al Parking -2).

- Pffff.

- No... ¡oiga!, perdone... No se dé la vuelta, por favor. Lo siento mucho, es sólo que estoy muy nervioso. Discúlpeme si lo he pagado con usted (este arranque de sinceridad sería un atisbo de esperanza si no fuera porque estoy imaginándome cantidad de formularios, teléfonos y grapadoras completamente empapados en trocitos de sesos de recepcionista bien pasaditos por gotelé).

- Bueno. No puedes tener esos humos.

- Ya lo sé señora. Mil perdones.

- Como sabes, Sonsoles está interna, un par de pisos más arriba. El celador te acompañará (la señora grita más que habla. Aunque creo que lo hace de buen grado, no me cambiaría por su gato). ¡Martín! ¡MARTÍN! Acompaña al chico a ver a Sonsoliñas. Ya aviso yo a Juan de que vais para arriba.

El tal Martín es de los de verde. Esto significa ser feo, bajito, calvo y con cara de salido. Los satisfechos, altos, guapos y ricos van todos vestidos de azul. Seguro que Walter saldría con una de esas de "como el príncipe azul". Paso a una sala bastante acogedora, con un silloncito marrón, una mesita de centro y un par de sillas como de colegio privado de los 90 a los lados. Elijo la silla.

- Ahora viene Sonsoles. Espera aquí.

Y Sonsoles llega, y me da un abrazo como los que hace años que no me dan. Y se parece un huevo a Paco. Además no va vestida con bata rosa y zapatillas de criadora de gatos, sino que va incluso arreglada. No es muy mayor, puede que tenga unos cincuenta años. Es guapa, pero huele a lo mismo que el Martín verde. Huele a hospital.

- Hola Jim. ¡Qué alegría verte! Tú querías mucho a Paco, ¿verdad? (aunque con esto se soluciona lo de decirle que Paco está muerto, la verdad es que no siento ningún alivio. Quiero vomitar).

- Sí señora. Vivía conmigo. Éramos compañeros de piso. Cuidábamos bastante el uno del otro... Bueno, quiero decir que... No fue por mi culpa y...

- Vale, vale, tranquilo Jim. Yo ya sé que Paco tenía sus cosas. No te preocupes. Me acuerdo que cuando nació el médico me dijo que tenía cara de listo. Sí que era listo, ¿verdad?

- Sí señora. Paco era muy listo.

- Pero no lo suficiente, ¿no? (Hay algo violento en su tono. Habla con una tensión rara en la mandíbula. La locura, como el odio, la envidia o el amor, siempre se aprecian en este tipo de detalles. En el caso de Sonsoles Cuevas, la forma en que el sonido esquiva sus dientes apretados habla claro sobre todo ello),

- Yo... no sé.

Cuando empezó a acercarse a mí, no me pareció más que un pequeño balanceo hasta que estuvo suficientemente cerca como para que pudiera oír el rechinar de sus dientes.

- ¿Sabes quién fue?

- No. ¿Y usted?

- Yo sí... ¿Fue Paco un buen hermano Jim? ¿Fuiste tú un buen hermano para él?

Y esto es lo que obtuve de la madre de Paco. Esto y la escena más desagradable que he visto en mi vida. Peor que ver a Paco troceado, fue ver a su madre intentando trocear el aire mientras un celador intentaba evitar que le mordiera. Mientras se la llevaban entre dos hombrecillos verdes, y entre inútiles dentelladas al aire perdía toda la humanidad que había ganado al no ponerse la bata rosa, reparé en el papelito que dejó sobre la mesa de centro durante su balanceo.

La verdad es que mi padre, como siempre, salía muy contento en la foto.

Publicado el 13 de noviembre de 2009 a las 00:15.

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Mi amigo es un proxeneta de dibujos animados

Archivado en: Jim McGarcía, Walter Queijo, Burdel, Disney

Qué bueno es estar sano. Cuando la fiebre remite y recuperas el sentido del gusto frente a un plato de comida caliente, es inevitable que una risa floja te haga cosquillas en la garganta. Por la ligereza que me embarga, lo definiría como una sensación parecida a la de despertarse un día con diez kilos menos. Yo he perdido ocho durante la convalecencia, pero no es sólo una cuestión de peso. Sólo digo que es parecido.

La vida en un burdel no se diferencia demasiado de lo que debe ser la vida en la casa de una folclórica famosa. Hay baños por todas partes y una sensación de sordidez en el ambiente que lo impregna todo: el desayuno, el telediario y los vasos de agua están bañados de una especie de luz amarillenta. La piel de Homer Simpson tiene mejor aspecto que la leche en que nadan mis crispis. A veces pienso que lo mejor sería meterlos en Whisky directamente. En este burdel todos somos, como mínimo, enfermos renales.

El único al que esto parece no afectarle es Walter. Puede que sea porque es tan grande (grande como un luchador de sumo a régimen, no como el ruso) y fuerte que es como si siempre estuviera a contraluz. Walter hace que las habitaciones sean aún más pequeñas, y que las mujeres se aparezcan sólo como seres diminutos a los que proteger.

La parte mala del asunto (lo de las mujeres que se protegen) es que Walter se dedica precisamente a eso, a pegar palizas a los tipos que sólo saben follar jodiendo a los demás, y a esos otros que no saben aceptar que una puta les diga "contigo no". Walter cobra a las prostitutas por estos servicios, y debo decir que en el tiempo que he pasado consciente en este antro, Walter es todo un profesional. 

Estos días hemos compartido unas cuantas historias personales que nos han acercado mucho. Incluso detrás de los tipos como Walter hay una infancia, una madre, un amor y un pijama de algodón. En su caso, todo esto se fue a la mierda tras divorciarse de lo que él presenta como una arpía, una bruja de las de verruga en la nariz. Según su versión, en la que confío plenamente a falta de más detalles, hubo un momento en el que su vida era perfecta: coche de empresa, corbatas de colores, piso en las afueras, mujer guapa y niña con el pijama de marras (no confundir con la novela La niña del pijama de marras, todo un símbolo de la lucha contra la intolerancia). En pocas palabras, tenía todo lo que necesitaba. Esto fue así hasta que llegó a sus vidas un fulano de abdominales rocosos, raya a un lado y plaza de garaje en la -1 (la suya estaba en la -2. Cosa de jerarquías al parecer), además de chalet en las afueras en lugar de piso. Claro que esto es simplificarlo todo un poco, pero la conclusión dio con Walter fuera de su casa para no violentar al núcleo familiar, y dentro de burdeles y bares en los que su afición por ver el culo de las botellas le privó también del coche de empresa y de las corbatas amarillas. Con lo que sacó de la indemnización se dedicó a viajar por el mundo subido en la moto que siempre había querido tener. Se dejó crecer la barba, afrontó los pagos ocasionados por el divorcio y se agenció colaboraciones con unas cuantas amigas de la época de su bajada a los infiernos con las que poder pagar la pensión de alimentos de su hija. En principio, nada que no pase todos los días a cuarentones de todo el mundo (se trata de elegir entre el deportivo y la amante o esto), pero sólo en principio. Walter no es una persona normal. Ni siquiera es un chalado normal. Estamos hablando de un fulano que no cree en los hospitales, que cuando ve el telediario resopla constantemente como pensando que todo lo que emiten es mentira, que alguien mueve unos hilos que los demás ni vemos. Walter es lo que en los ambientes gafapastiles se conoce como "un conspiranoico". El tipo ve escrito en un papel 2+2= x y vuelve a resoplar. "Sospecho de cualquier cosa que lleve una cruz. No te creas nada Jim" me diría. Sólo es capaz de tomar como absolutas ciertas verdades. En el concepto que voy a introducir a continuación se recogen todas ellas: Walter es el profeta de lo que él llama "el código ético de Walt Disney".

Desde que la vid a le jodió vivo, llegó a la conclusión de que el mundo estaba podrido. Incomprensiblemente, y aunque todos hemos leído Caperucita roja o hemos llorado con Bambi, por las circunstancias que sean (en sus delirios conspiracionales, Walter lo atribuye a un complot de la educación capitalista para fomentar la competitividad entre los ciudadanos), tarde o temprano acabamos comportándonos como el lobo y el cazador respectivamente. Walter ya no. Después de probar las mieles del éxito y del fracaso convencionales, tras vaciar su vida y su cabeza de cualquier cosa que lo relacionara con el mundo real, Walter llegó a la conclusión de que jamás había sido tan feliz como cuando veía las películas de Disney con su hija, antes de que el juez le cargara con una orden de alejamiento por petición de su mujer. "Siempre sabes qué está bien y qué está mal, no hay complicaciones. En el código ético de Walt Disney no hay lobos con piel de cordero. Las cejas dibujadas en diagonal que les colocan a los hijos de puta eliminan cualquier posibilidad de duda. Lo que está bien está bien y lo que está mal acaba perdiendo en la película". Así se pronuncia mi nuevo amigo, y no puedo evitar sentir una atracción poderosa hacia él. En el mundo en el que me muevo actualmente, cuando todo lo que tenía se ha pringado de mierda, cualquier referente moral, por muy absurdo y disparatado que sea, es algo a tener en cuenta. Es lo que más aprecio de él, pero de un modo plenamente comprensible, es también lo que más me acojona.

-          Venga Jim, tenemos que irnos. La madre de tu colega no va a durar para siempre y ya llevas viendo culos gratis más de dos semanas.

-          Ya voy Walter. ¿Está la moto cargada con mis cosas?

-          Tus cosas se quedan aquí. Cógete una muda y nos vamos. Hay que quemar la carretera, chaval.

-          Genial Walter. Por cierto, me gustaría preguntarte una cosa. Espero que no te ofendas.

-          No te disculpes antes de decirlo, pero como la cagues será mejor que lo hagas después.

-          ¿Cómo encajas el ser un proxeneta, o lo que coño seas, con el código ético de Disney?

-          Dejémoslo claro chaval. Tú vas a venir conmigo, ¿no?

-          Sí, pero...

-          Confías en mí, ¿no?

-          Claro Walter, lo que pasa es que...

-          Lo que hago es cobrar por ayudar a las chicas. Y además, en el caso de que fuera un proxeneta, no habría ningún tipo de confrontación moral con mis planteamientos, siempre y cuando no cobre un sobreprecio ni amenace a nadie por conseguir el dinero. ¿Has visto La Sirenita?

-          Sí.

-          ¿Y a qué coño crees que se dedicaba su padre?

Así es Walter Queijo, mi nuevo amigo. Lo mejor de éste es que es indescuartizable. Ya no sé ni cómo coño empezó esto. Que el conejo Tambor nos coja confesados.

Publicado el 25 de septiembre de 2009 a las 00:30.

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Segunda parte: El amanecer de McGarcía

Archivado en: Jim McGarcía, Walter Queijo, Velociraptor, Benavente

A veces las personas normales, se ven enfrentadas a desafíos que les superan.

- Paco está muerto Jim.

A veces los desafíos insuperables se ven retados por personas normales.

- Voy a vengarme Paco, lo juro sobre tu tumba. Los cabrones que te hicieron esto lo pagarán con creces.

Cuando las historias de amor no son sino un complemento secundario para alargar la trama sin aparente resultado...

- María, ¿por qué nunca dices nada interesante?

...es necesario dar al protagonista un compañero que le sirva de réplica.

- ¡Oye! ¿Subes a la moto o qué?

Adrien Brody como Jim McGarcía.

- No soy judío, sólo tengo la nariz grande. (Comentario pendiente de aprobación por el comité antiantisemita).

Paz Vega como María.

- Jim, si supiera hablar te diría lo mucho que te amo.

John Goodman es Walter Queijo.

- Malditos sean, malditos sean todos esos jodidos burócratas.

Y presentando a Jack Black como Paco.

- Soy gay.

Del guionista y director de Bocados de Biagra, llega a nuestras pantallas la madre de todas las secuelas.

- Jim, tu padre es un Velociraptor procedente del futuro.

- ¡¡Noooooooooooo!!

- Examina tus sentimientos Jim, sabes que es verdad. El códice mohoso del mar Báltico lo predijo hace 5.000 años. Sólo el amor puro de María arrojado desde el helicóptero proyectado por Leonardo da Vinci podrá acabar con esta pesadilla.

- Lo sé Walter, sólo necesito diez minutos a solas. Esto se pone feo y debo recapacitar. No sé si soy el héroe que el mundo necesita.

- Los héroes nunca lo saben amigo... Nunca lo saben.

MCGARCÍA: EL RETORNO DE LOS GRANDES CARNÍVOROS.

A partir de septiembre de 2009 en los cines que quedan.

- Te gusta comer, ¿eh? Pues come un poco de plomo... papá. RATATATATATATATATÁ.

RATATATATATATATATÁ. Ratatatatatatatatatattttttaaaaattataatatatá. 

- ¡Walter! ¡Walter ven aquí! Creo que a tu amigo le está dando un ataque epiléptico. ¡Corre!

Rtrtrtrtrtrtrtrtrtrtrtrtrtraaaaaaaaareretrtrrtrtrt. Dinosaurio cabrón, te voy a joder vivo. 

- Mij. Miiiiij. Chaval, despierta. Jennifer trae agua fría y una toalla, ¿quieres?

- Aquí está el agua fría... ¿Se la vas a tirar encima?

¡Choooffff!

- ¿Qué, qué? ¿Quiénes sois?

- Duerme, ¿quieres?

- Aquí tienes la toalla Walter.

- Gracias, estas situaciones me hacen sudar mucho. Dale más paracetamol y que vuelva a dormirse. Es demasiado blandengue como para sobrevivir sin medicamentos.

...

...

- Ya despierta.

- ¿Qué? 

- Has tenido suerte Mij, pensábamos que la ibas a cascar.

- ¿Quiénes sois? ¿Y quién es Mij?

- ¿No te llamas Mij? ¿Cómo te llamas entonces?

- Me llamo Jim, Jim McGarcía. ¿Y tú?

- Soy Walter Queijo, y estas señoritas son unas amigas que te han ayudado a superar la fiebre.

- ¿Y por qué estoy aquí? De hecho, ¿dónde estoy?

- En una casa de citas en Benavente. La llamaría de otra manera, pero no quiero ofender a las señoritas aquí presentes. En cuanto a la primera pregunta, estás aquí porque yo te traje. Te traje porque estabas en una cuneta quitándote los pantalones. No es que me gustes, ni nada de eso. Es sólo que pensé que o te morías de una sobredosis o te morías de otra cosa. Lo que estaba claro es que necesitabas ayuda.

- Pero yo estaba en Madrid. Condujiste 200 Km. hasta aquí. ¿Por qué no me llevaste a un hospital?

- Porque no creo en ellos. 

- ¿Qué? ¿Cómo puedes no creer en los hospitales? Te aseguro que existen, yo he visto unos cuantos.

- Sé que existen, pero creo que están demasiado politizados.

- ... No sé qué contestar a eso. ¿Cuántos días llevo aquí?

- Dos, éste es el tercero. ¿Quién eres Jim?

- ¿Y tú?

- Teniendo en cuenta que tú eres el invitado, creo que deberías ser tú el que dé las primeras explicaciones.

- Está bien. 

Le di a Walter todas las explicaciones oportunas. Le hablé de Paco, de María, de los rusos, y del misterioso McGarcía que me acecha. Le hablé de venganza y él asintió. Dije que iba a La Coruña para ver a la madre de Paco e insistió en acompañarme.

Por cierto, bienvenidos de nuevo a esta voz en off que nos une. Puede que con la llegada de Walter Queijo estos momentos se vean un poco reducidos en pro de los diálogos ágiles e incisivos que seguro que me esperan. De ser así, nadie debe preocuparse. Intentaré seguir hablando bajito siempre que pueda.

Walter ha hablado conmigo también. De hecho, ya sé más sobre él que sobre casi todas las personas que he conocido hasta ahora. Si algo tiene Walter de bueno, es que siempre sé cómo va a comportarse. Llevo dos días de consciencia en un puticlub de Benavente, y creo que podría acostumbrarme a vivir aquí. Curiosamente, entre estas camas plasticosas, he encontrado más compañía y comprensión que en cualquier otro sitio. Las chicas son tan buenas que es una auténtica pena que tenga que rechazar sus ofrecimientos de sexo gratuito. Por muy tirado que esté en el mundo, aún sigo siendo yo, y a Jim McGarcía le da un asco enorme acostarse con prostitutas. Qué se le va a hacer.

Walter tiene una moto increíble. Y es un tipo fascinante. Supongo que debería hacer una de esas descripciones exhaustivas sobre él: físico, pasado, presente y toda esa mierda. Claro que eso va a llegar, pero ahora mismo aún estoy demasiado cansado. Estoy convaleciente (cómo me gusta esta palabra) y creo que ya he contado bastante. En unos días estaré plenamente recuperado para volver a la carretera. Joder, no puedo esperar para ir con Walter, el tío más raro del mundo.

 

Publicado el 6 de septiembre de 2009 a las 20:15.

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El calor y el dinero

Archivado en: Jim McGarcía, Walter Queijo, Autostop, Publicidad

¿Para qué sirve el calor cuando eres pobre? Seguramente sea sólo un eslabón más del sistema, pensado para coser a patadas a todos los que no tenemos un puto duro. Así como a las señoras pijas con trajes de chaqueta de colores pastel les cabrea como nada que haya un día de viento o lluvia cuando salen de la peluquería, a mí lo que me jode es que el calor me coja con todas sus ganas después de haberme dejado parte de mis ahorrillos en pagar una habitación digna en un hotel para darme una ducha. Todo es cuestión de perspectiva y de prioridades. La peor parte de no tener dinero es que tu perspectiva siempre es la de no tener dinero, y tus prioridades nunca son conseguirlo. Me explico: cuando uno quiere conseguir dinero, cuando esa es tu única meta en la vida, obtenerlo es relativamente fácil. Sin embargo, cuando el dinero te parece algo secundario, lo más normal del mundo es que te veas pasando calor en la autopista, con una maleta violeta de las de ir en avión, y un almacén a modo de casa/armario/oficina.

¿Para qué sirve el calor cuando tienes dinero? La lista es inagotable: sirve para irte de vacaciones, para ponerte moreno, para ducharte varias veces al día con agua fresquita, para estar en una terraza mazándote a cervezas, para ver a las chicas con menos ropa de la habitual, para poner el aire acondicionado a tope hasta que los pulmones de tus empleados sangre. Y sobre todo, el calor cuando tienes dinero sirve para ir en coche por la autopista con las ventanillas bajadas y las gafas de sol, riéndote del gilipollas de la maleta violeta que piensa que vas a parar a recogerle. Así lo veo yo desde mi perspectiva. Después hay mogollón de crítico-filósofo-analistas, con libros gordos que te cagas que hablan de lucha de clases, teorías macroeconómicas y del coño de la Bernarda. Mes de julio, autopista próxima a la capital del reino y sensación térmica de 500 grados milígrados. En un mundo decente, podría quitarme la ropa, mandar a la mierda la maleta y el sombrero y subirme al coche de un señor y su familia con un "buenas tardes, mucho calor fuera, ¿eh?". Marx está jodidamente lejos de aquí. 

Se me está yendo la olla. Lo sé porque he empezado a escribir mi nombre al revés juntando plantitas del descampado que bordea la carretera. Aícragcm Mij. Mij es un buen nombre. Suena exótico, potente. Seguramente existan brahmanes llamados Mij. Y entonces Mij recibió a Sandokán en palacio con un afectuoso apretón de manos que mostraba a las cortesanas los musculosos brazos de ambos titanes. Mola.

Un niño acaba de tirarme una lata de Cocacola vacía a la cabeza. Espero que viva muchos años, sea un drogadicto y sus padres se resignen a pasar el resto de sus días en una muerte en vida. 

¿Realmente tengo más opciones de que un coche pare estando vestido? En la carrera estudié algo sobre publicidad. Los anunciantes justificaban la inversión en función del impacto generado entre su público objetivo. Muy bien Jim, explora entre tus conocimientos del pasado. No siempre fuiste un retrasado mental con una maleta.

¿Por dónde iba? Sí, la publicidad:

BRIEFING MENTAL DE JIM MCGARCÍA.

HOY: LA PUBLICIDAD Y EL AUTOSTOP

- Público objetivo: personas entre 18 y 102 años con carné de conducir.

- Objetivo de la campaña: llegar a La Coruña haciendo autostop para encontrarme con la madre de Paco, que está loca.

- Objetivos paralelos (por lo visto, en publicidad todo lleva la palabra objetivo): dejar de pasar calor. Pasar frío. Llegar sano y salvo. En escenarios muy favorables, echar un polvo con una bailarina cachonda que me recoja.

- Necesidades presupuestarias: todas.

- Punto de partida: un tipo con una maleta, vestido de forma normal (quizás demasiado abrigado), espera junto a la autovía A6 Madrid - A Coruña, que un coche pare a recogerle. El tipo empieza a perder la calma y la cabeza: no se encuentra a gusto.

- Posibles soluciones basadas en el análisis previo: proponemos enlazar la sensación agradable de conducir con la del desarrollo sostenible. La sinergia se produce del siguiente modo: si recoges a un autostopista, estás cuidando del medioambiente, pues es posible que el autostopista contenga partes no biodegradables que, una vez podrido y descompuesto el objeto de estudio, amplificaría el efecto contaminante de los coches. Además, sería importante enlazar emocionalmente con la cultura y el folklore gallego, ya que, quizás, alguna de las personas puede dirigirse directamente a nuestro destino, posibilitando la mayor efectividad de la campaña y optimizando los recursos con que contamos. Esto es: bailarina cachonda se dirige sola en su coche hacia La Coruña, de donde es originaria. Jim (Mij) el sujeto del estudio, comienza a bailar una muiñeira junto a la carretera mientras, con una habilidad extrema, se quita el jersey de lana y la camiseta de algodón 100%, y muestra a la conductora su torso sudoroso y sensible con las minorías culturales y lingüísticas de éste nuestro Estado plurinacional. Consecuencia: la bailarina para el coche, acerca a Mij (Jim) hasta el hospital de la madre de Paco y, a las puertas del mismo, exige a Jim que le haga el amor por primera vez en su vida (sí, es virgen), y que, por encima de todo, una vez que eso suceda no vuelva a llamarla jamás, pues sabe que para un hombre de la categoría de Mij un compromiso de esa clase podría suponerle un problema.

- Tío... Oye tío. ¿Estás bien?

- Para vir a xunta min, para vir a xunta min...

- ¡Oye! ¿Subes a la moto o qué? ¿Qué cojones cantas? Oye, no tío, no te quites la ropa. ¿Quieres parar? Joder, tienes la cabeza ardiendo, seguro que tienes fiebre.

- ... 

- Anda, agárrate a mí. Ponte ahí detrás. Por favor estate quiero. ¿Qué? No serás trucha ¿no? ¿Qué dices de una bailarina? Venga joder, cállate. Tú sólo coge la maleta y agárrate a mí. Esos cabrones del gobierno no se preocupan por nada ni por nadie. Títeres, eso es lo que son. ¿Vas bien ahí detrás? La brisa debería bajarte un poco la temperatura. ¿Cómo te llamas muchacho?

- Ehhh... ¿Qué...? ... Ufff  Mij. Soy Mij y voy a La Coruña.

 

- ¿Mij? Joder colega, vaya putada de nombre. Yo te voy a cuidar Mij. Ya estás salvado.

 

Publicado el 31 de julio de 2009 a las 20:15.

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Prohibido entrar a la McCueva

Archivado en: Jim McGarcía, McCueva, Mamá, McGarcía senior

Balance de situación: 

- Novias: 0

- Casas: 0

- Trabajos respetables: 0

- Trabajos clandestinos: 0,5

- Almacenes mohosos: 1

- Amigos: -1

- Dignidad: no computa

- Amenazas potenciales de muerte: 2

- Dinero: suficiente para malvivir

- Tabaco: 4 cartones y 17 cigarrillos (nunca dejes a tu novia sin antes comprar tabaco).

- Venganzas: 1 en camino, 0 conseguidas.

- Familiares asesinos: puede que 1

McCueva

Me afano en este tipo de listas porque es lo único que se puede hacer en un almacén de 25 metros cuadrados sin luz. Nada natural, nada artificial, sólo una vela de mierda y todo el contenido que me cabía en el maletero de un taxi. Intento ordenar mi vida, planificar la jugada. Me he metido de lleno en esto, hasta el punto de arruinar cualquier cosa que me une a la sociedad. En realidad, no hay apenas diferencias entre el ruso y yo. De hecho, cualquier diferencia posible entre ambos juega a su favor. Él, al menos, no tiene que hacer sus necesidades en un arenal. Yo sí. De todos modos, estoy intentando ponerme de acuerdo con mi cuerpo para que sólo me fuerce a hacer vida de gato una vez al día, y por la noche, claro. El primer día fue horrible, con todo el calor, al lado de una de esas carreteras por las que pasan corbatas y moños a 120 por hora buscando la apacibilidad de su suicidio dorado. Y yo cagando e intentando parecer gitano. Sí, ya sé, un racista cabrón. Es lo que tiene la miseria, que la corrección política se te hace, cómo lo diría... Prescindible, sí, eso es.

Cuando era pequeño, y los gritos de mis padres comenzaban a acotar mi concepto de infancia, soñaba, como todos los demás, en irme a mi sitio. Mi sitio no era mi habitación, que pagaban mis padres y, por lo tanto, era accesible para todos. Mi sitio era un lugar secreto, en donde nadie me encontraba. En él sólo había cuentos y militares/ninjas de plástico. De haber existido, de haber podido evitar toda esa mierda, lo hubiera llamado la McCueva.

Vamos, deja esa mierda Jim, a quién pretendes engañar. En honor a la verdad, y a estos resortes de moral que me taladran de vez en cuando la cabeza, creo que este relato sería incompleto si no dijera que la mía fue una infancia feliz. A pesar de toda esa mierda freudiana, quiero creer que esa vocación de privacidad la hubiera tenido igual en caso de que mi padre se acostara religiosamente con mi madre todas las noches hasta ahora. Al menos, hasta que se murió la vieja.

Mi madre, española de Madrid para más señas, murió a los cincuenta y dos años de la forma más estúpida del mundo. Tenía yo diecisiete años y un móvil recién estrenado, como todos los demás por aquella época. Mi madre tenía una ducha resbaladiza, un grifo mal colocado y una nota en la puerta de la nevera con mi número de móvil. El resto, una constatación de que no tengo más parientes y de que las amistades se resuelven con una ramo de flores y una palmadita en la espalda, de que mi padre definitivamente era un hijo de puta, y el añadido de un seguro de estudios para que yo pudiese acabar una carrera universitaria. Al final, todo apunta a que mi madre, si pensaba en mi futuro como parece que lo hacía, debió haber suscrito la póliza para vagancia. Hubiera sido mucho más útil que cubrir mis estudios.

 

Un momento, la vela se acaba, voy a por otra mientras que hay luz suficiente.

 

Listo. Más barato imposible. Por dónde iba, ah sí, el tema familiar. Mi madre murió, fin de la historia. Era una buena persona, al menos conmigo. Me daba de comer, me vistió hasta que yo quise, se preocupó por mí, y nunca jodió profundamente a nadie. A lo mejor, un día se olvidó de pagar el pan. Hubiera sido gracioso. También es graciosa esa creencia popular de que el tiempo pone a uno donde se merece. Es como la Biblia del agnóstico. Bien, pues a mi madre, el tiempo la puso a morirse desnuda. A Paco, el tiempo optó por descuartizarle, y a mí, el tiempo me ha puesto en un puto horno crematorio. Mucho calor y ninguna ducha, así que pintan bastos.

Después está mi padre, inglés de Manchester. ¿No lo había mencionado?, soy bilingüe. Me manejo de forma igualmente limitada en inglés y en español, lo cual, como se puede  comprobar, me ha garantizado un puestazo en una multinacional. De él recuerdo que era un padre anodino, ni bueno ni malo. Quiero decir con esto, que no era la clase de padre del que uno espera que vaya a mover una montaña o a convertirse en un superhéroe. Sólo estaba bien. Salíamos a pasear, me hablaba de Inglaterra, de la comida, que él adoraba, y de la niebla que hacía todo mucho más interesante. Me decía siempre que yo era muy listo, y que estaba claro que iba a ser alguien importante. Recuerdo sus trajes, o más bien, recuerdo a mi madre planchándolos mientras que yo veía la tele. De su familia, la de mi padre, tampoco sé nada. Creo que tenía algún hermano en Inglaterra, pero no hablaba mucho de él. Puede que ni siquiera tuviera un hermano. Un día se cansó y se fue. Como ya he dicho en alguna ocasión, mi padre también fumaba. Se quedó sin cambio para la máquina del bar de enfrente de casa cuando yo tenía diez u once años. Aunque lo esperamos un tiempo, finalmente concluimos que no había estancos tan lejos. Nunca comí tanto como en los días que esperábamos la vuelta de mi padre. Claro que la espera y los atracones sólo duraron algo más de mes y medio, justo el tiempo que los bancos tardaron en cambiar las domiciliaciones a la cuenta de mi madre.

Ahora, el ruso, ese personaje que por sí mismo disipa cualquier recuerdo, me dice que un McGarcía es el que está detrás de todo esto. Por momentos me pregunto si no seré un personaje de novela barata con desdoblamiento de la personalidad. Hago esto, hago aquello, mato por aquí, extorsiono por allá, y no me acuerdo de nada porque en el fondo soy muy buena persona. Al final, el agente Mourenza tendría una hermana guapísima que investigaría el caso hasta el final, concluyendo que no se me podía culpar de nada, y nos iríamos a una isla desierta, en donde el mismo aire puro limpiara mi conciencia y mis ambiciones asesinas. Una pena que eso no vaya a pasar, pues el ruso me vio a mí y vio al otro supuesto McGarcía sin concluir ningún trastorno psiquiátrico por mi parte.

Hagamos otra lista:

POSIBLES McGARCÍA A INCLUIR EN ESTA HISTORIA

- Mi padre

- Un hermano secreto

- El hermano inglés de mi padre

- Un pariente secreto de mi padre

- Un McGarcía sin parentesco conmigo

- Un suplantador de identidad

- Yo mismo (ésta ya había quedado anulada, pero es que la lista me quedaba un poco coja).

Vale, de ser verdad lo de McGarcía, tiene que ser mi padre. Durante mucho tiempo me he jactado de que "mis" McGarcía eran los únicos McGarcía de España. Aún así, necesito una prueba de alguna clase, y el ruso no va a ser territorio explorable por algún tiempo (cuanto más mejor). Visto lo visto, lo mejor va a ser que vaya a ver a la madre de Paco. De las cosas que dijo el ruso, de todo lo que llevo contado y todas las listas que he hecho, la loca es mi única posibilidad de avanzar. Sé que está en un hospital psiquiátrico en La Coruña, y no debe haber muchos. La gente de costa, cuando tiene un problema mental, se ahoga. Eso aligera mucho el espacio.

Esta semana lo haré. Saldré de este tugurio, pagaré una habitación en un hotel de 3 estrellas para darme una ducha en condiciones, y me iré haciendo autostop hasta el culo de la península. A lo mejor tengo suerte y me mata un pirado cualquiera.

La vela ya se está apagando. El suelo de este sitio es duro y caliente. La McCueva estaba asentada sobre una inmensa cama elástica de colores. Esto es lo que se llama "ser un fracasado".

Echo de menos a María. Echo de menos ser una persona. 

Publicado el 13 de julio de 2009 a las 01:45.

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McGarcía a través del espejo

Archivado en: Jim McGarcía, Teletransportación, María

- ¡Jim! ¿Quieres salir de una puta vez?

- YA VOYYYyyyyyyyiiiiii...

Suspiro esa Y hasta que se me acaba el aire en los pulmones. Estoy ocupado mirándome en el espejo del baño, generando una imagen mental de mi cara por si no la vuelvo a ver en este estado. Estás jodido Jim. Ahora sí que estás jodido. No sólo te van a matar, no. Te van a cortar los huevos Jim. Mírate ahí, en el espejo. ¿Qué te ha pasado chico?, ¿ha sido un tren por encima? Mira qué asco de ojos. Empiezas a tener la cara de color gris. ¿Qué vas a hacer?

Al cabo de un buen rato recupero la consciencia. Sigo mirándome al espejo, y sigo gris. Me asombra la facilidad con la que uno se puede salir de su cuerpo cuando está frente al espejo. La teletransportación existe de verdad, y la puerta de entrada se encuentra justo en el espejo del baño. Para usarla es suficiente permanecer cinco minutos mirando al reflejo de nuestra pupila (sólo una de las dos, ya que aunque no soy tuerto ni estrábico, es absolutamente imposible mirarse los dos ojos a la vez. Supongo que eso conllevaría una implosión espaciotemporal que acabaría con el mundo tal y como lo conocemos. Sería como buscar Google en Google). Hay que bucear en ese reflejo negro y brillante y hallar el destello de la luz del baño en él. A continuación, si es que uno no está ya viajando por, qué se yo, un desfiladero en Katmandú, sencillamente hay que profundizar un poquito más en ese puntito de luz y vernos reflejados por ella. El reflejo del reflejo del reflejo en la pupila reflejada, eso es todo. A partir de ahí, más te vale tener nociones básicas de budismo e ir vestido con un trapo naranja. Debo de llevar sólo una hora metido en el cuarto de baño, pero acabo de tirarle de la perilla a una cabra a más de 8.000 kilómetros de distancia. Ojalá que el chivo de los cojones no se me reencarne en el próximo Dalai Lama y tenga la costumbre de mirarse al espejo del baño con ánimo de venganza.

Venganza. Sólo a mí se me puede ocurrir semejante estupidez. Me he puesto en peligro de un modo real, ¿y todo por qué?, por un ingrato del que no sabía nada. ¿Qué es lo que me lleva a buscar al asesino de Paco? ¿Por qué me creo más fuerte y listo que él y el ruso juntos? Yo no sé nada de ese mundo. Sólo he visto demasiadas películas de crímenes y ahora me van a matar a mí también, por gilipollas. Ya puedo verlo: El asesinato de Jim McGarcía: la película. Con la suerte que tengo seguro que ni siquiera llega a los cines. Seguro que mi papel se lo dan a Gabino Diego. A lo mejor es una TV movie más que programar después de comer para que la gente vomite. Competiré desde Antena 3 contra Este chico es un demonio, en TVE 1, y contra Este muerto está muy vivo en Tele 5. Perra vida. Perra muerte.

El otro día me jugué el físico hasta límites insospechados. Qué poquito me faltó para que la rusa me hiciera lonchas. Un cuchillo jamonero, ni más ni menos. Hay que reconocer que los hermanitos se tienen bien trabajada la puesta en escena, con toda esa tensión emocional no resuelta. Qué gravedad, qué aplomo. Si Irina fuera de Móstoles, ese tipo de cosas se le darían peor. Tengo clarísimo que los pantalones no volverá a verlos en su puñetera vida. Mi culo sudoroso ha estado pegado a tus ositos. ¿Cómo te sienta eso, eh? Lo peor del asunto, es que cada vez que vuelvo a poner la vista en ese pijama, no puedo evitar ponerme a tono. Desde un punto de vista sexual, claro. Tiene mal carácter, pero qué buena está la tía.

- Jim, como no salgas ya voy a llamar a la policía. 

- Dales un saludo de mi parte. Te he dicho que ya voy, no te pongas pesada. Estoy afeitándome.

Vale, ahora además tengo que afeitarme. Puede parecer muy fácil esto de "Jim, si quieres estar solo para pensar, sólo tienes que decírselo. Ella lo entenderá". Pero no me da la gana. Ya sé cómo es lo de estar solo. Ya sé adónde me lleva eso. Autocompasión, falta de higiene personal, latas de conservas y ni un puto duro. No puedo vender Biagra en estas circunstancias, así que dependo completamente de María. Además, después de un fin de semana encerrados en casa, ahora tengo que decirle a la pobre que nos tenemos que ir de aquí. Los rusos saben dónde vivo, y María me importa lo suficiente como para no desear que la maten. Ahí lo tienes Jim, la piedra angular de toda relación sana: no querer que maten a tu pareja. Supongo que eso es más de lo que tienen muchos, por patético que esto resulte. 

Voy a abrir el agua caliente, eso aplacará a María y mantendrá en tensión su esfínter durante unos minutos más.

No, tengo que dejarla. No puedo exponerla a todo esto, es lo mínimo que le debo. Tiene una casa, amigas, y una vida normal llena de rutina esperándole ahí fuera. La envidia me corroe, con lo que me gustaba a mí la rutina... En cuanto a mi futuro, bueno... Puede que el no tener casa me ayude a evitar la depresión. Por raro que parezca, prefiero la indigencia total a la parcial. Es lo que dicen los viejos, "cuando yo era joven tenía muchas menos cosas y era más feliz". Me voy a mudar al almacén de Biagra de Marc. Es el último sitio en el que se les ocurrirá buscarme. Los rusos desconocen su existencia, María me cree demasiado sibarita para algo así, y los esbirros de Marc no pensarán que soy tan imbécil como para volver al lugar del crimen. Lo mejor de la desesperación y las crisis personales, de no tener nada que perder, es que se ahorra mucho. Me da igual ser infeliz aquí que en un almacén.

Me he vuelto a ir a sabe dios dónde. El vaho que sale del lavabo ha dejado el espejo del baño completamente empañado, y va siendo hora de que me afeite por última vez antes de darme al ascetismo. Recuerda esta imagen de ti, Jim. Puede que pase mucho tiempo antes de que vuelvas a verte así. Ponte una camisa blanca y dile a María que..

- Tienes que irte. Lo siento mucho.

- Jim, ¿qué te pasa? Llevas mucho tiempo raro. ¿Es por mí?, ¿es que he hecho algo mal? (esto es lo que más me jode de María, esa capacidad de llevarlo todo a su terreno).

- No, el que he hecho algo mal soy yo. Ya sabes que a Paco lo mataron, y tengo miedo de que eso pueda pasarme a mí o a ti. Tengo muchos problemas en este momento de mi vida. Eres un lujo que no me puedo permitir.

- ¿Perdona? Tú eres el lujo que yo no me puedo permitir. Llevo tragando mierda contigo desde que te conozco, y aún no sé muy bien por qué. Matan a tu compañero de piso, te tiran piedras en la casa de tu jefe, llenas un coche con medicamentos robados, y el otro día llegas a casa medio desnudo, con pantalones de niño pequeño y una pistola en la mano. Jim, tengo miedo. Te tengo miedo. No quiero saber ni en qué mierda andas metido. Estoy harta, ¿y encima soy un lujo? Claro que lo soy, retrasado. Soy un lujo que no vas a volver a tocar en tu vida. 

Está claro que no acerté con la táctica. Cuando acaba de hacer su maleta y sale de casa para siempre, me doy cuenta de cuánto la voy a echar de menos, de cuánto valen realmente las cosas más sencillas de la vida. Hay mucho de cursi en todo eso, de obviedad tras obviedad. La felicidad no consiste en ser feliz todo el rato, sino en acostumbrarse a ser infeliz. Yo era infeliz con María y ella conmigo, pero éramos infelices acompañados. 

Se va con un ADIÓS que suena cierto, con esa actitud, mezcla de orgullo y tristeza, que tan bien saben mostrar algunas mujeres.

Estoy tan vacío por dentro que hasta el aire me empacha.  "Cúidate" es lo único que acierto a susurrar para acompañar al "BLAM" de la puerta al cerrarse. Me viene a la cabeza esa frase de El club de la lucha: "Sólo cuando has tocado fondo, puedes empezar a pensar con claridad". A ver si es verdad.

Vale, es hora de empaquetar cosas y desaparecer de aquí para siempre. Para volver a tener una vida medio normal, tengo que resolver lo de Paco. Ya no es sólo por él,  necesito arreglar esto por mí. A partir de ahora, mi objetivo en la vida es que la próxima vez que lo deje con alguien no sea por que puedan matarla. Será todo un paso, sobre todo si no me matan a mí primero

Me voy al almacén con algo de ropa, ya llamaré desde allí para que la empresa de mudanzas me traiga el resto.

Es el momento de hacer un repaso al árbol genealógico de los McGarcía.

 

Publicado el 3 de julio de 2009 a las 23:45.

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Jim McGarcía

Jim McGarcía

Me llamo Jim McGarcía. No es un nombre fácil. Intuyo que no ha sido una infancia fácil. Lo cierto es que aún no sé cómo ha sido mi niñez pero ¿quién con un nombre así puede haber tenido una infancia fácil?

Sé que vendo Biagra por Internet. Sé que soy raro porque los demás no son como yo. Y aunque no lo sé, tengo el presentimiento de que la voy a cagar.

Me verás por aquí los viernes.

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