Bienvenido al mundo real
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Qué difícil es pensar con resaca. Me despierto desnudo, en una cama vacía. Las paredes son tan ocres como tópicas. Son las paredes perfectas para amanecer resacoso. Me siento como un recién nacido cuya madre se haya pasado con las copas. ¿Nacemos con resaca? Imposible recordarlo, pero después de que nos aplasten el cráneo contra las paredes vaginales de nuestra madre, creo que lo mejor sería que naciéramos borrachos. Puedo imaginarme a los bebés encerrados en las incubadoras diciendo entre sollozos a sus compañeros de fatigas: “sí tío… qué desagradable. Nuestras propias madres, ¿puedes creértelo? Joder, si al menos tuviera una maldita copa… Tranquilo muchacho, cálmate. Algún día, seremos capaces de olvidar esta mierda…). Puto dolor de cabeza.
Alguien va a entrar en la habitación. La puerta se abre y, en efecto, es el ruso. El muy hijoputa me trae el desayuno a la cama. Mientras se acerca con una sonrisita de torturador vietnamita, me esfuerzo por aislar el dolor de cabeza y buscar daños en otros puntos conflictivos. Como es natural, empiezo por focalizar mi atención en el recto. Todo bien por aquí. Y como las buenas noticias nunca vienen solas, aún conservo diez deditos en los pies y otros tantos en las manos. Sólo espero que ese zumo de naranja que me trae no sea el preámbulo de un cachete en el culo a modo de bienvenida al mundo.
- ¿Cómo estás Jim? ¿Te duele la cabeza?
- Apenas. Algo imperceptible, nada que me haga olvidar la clase de cabronazo que eres. ¿Podrías decirme el motivo por el que estoy desnudo delante de ti en este antro?
- Porque me encanta tu culito respingón.
- … - Vaya, no tengo nada que alegar a eso sin quedar como un gilipollas. – Vale, está bien. Sé que no te atraigo físicamente, por el motivo que sea, y no creas que no me alegra saber eso, pero ¿por qué estoy desnudo?
- Estás en casa de Irina Soloviova, la mujer que te besó ayer. Es guapa ¿verdad? No, qué digo… Está muy buena, ¿no? Te drogamos, te trajimos aquí. Te quitamos los pantalones y los calzoncillos porque te measte encima, un efecto de la droga. Te quitamos la camisa porque era imprescindible saber si eras un topo de la policía. Te acostamos en la cama porque nos parecía demasiado grosero dejarte tirado en el suelo.
De pronto, empecé a llorar. ¿Por qué cojones estoy desnudo en una habitación que no conozco, con este bestia? ¿Por qué un tipo del que estoy seguro de que tiene calaveras tatuadas en zonas en las que en mi cuerpo ni siquiera crece vello, me trae un zumo de naranja? ¿A qué se debe que hasta ayer yo llevara una pistola en el bolsillo? ¡Yo! El mierda de Jim McGarcía, un tipo que, si no fuera el más imprudente del mundo sería claro favorito para el título al más cobarde? No quiero tener problemas, quiero quedarme en mi casa, tranquilo. Sin rusos, sin paredes de motel veneciano, donde lo más parecido a una mujer fatal es María. ¿En qué momento de mi vida tutear a la policía empezó a hacerme sentir bien?
¡Plas! Bofetón del ruso.
¡Plas, plas! Uno del derecho y otro del revés. Cada vez lloro más y más alto.
¡Umpf! Ya no lloro porque el intestino delgado está a punto de salírseme por la nariz. El nieto musculado de Rasputín acaba de pegarme un puñetazo en la boca del estómago. No había tenido esta sensación desde los días en que jugaba al fútbol en gimnasia. Ya entonces no entendía por qué cuando me daban en la barriga me dolían los huevos y cuando me daban en los huevos me dolía la barriga
- ¿Ves lo que me obligas a hacer? ¿Quiere hacer el favor de comportarte como un hombre? Estamos de mierda hasta el cuello, y no es momento de debilidades. ¿Me entiendes?
Mis futuros hijos, todavía agazapados en algún rincón de mis pelotas, me aconsejaron a gritos contestar que sí, que le entiendo. Aunque no consigo que ningún sonido comprensible salga de mi boca, me esfuerzo por asentir con devoción mariana. No quiero en ningún caso que mi falta de aire se pueda interpretar como un gesto de orgullo. En estos momentos de mi vida, creo que es mejor dejar el orgullo para las partidas de Trivial.
- Vale, ponte algo de ropa encima y acompáñame. Hay pijamas de Irina en el armario. Puede que no sean muy varoniles, pero tampoco lo son unos pantalones meados, ¿no te parece?
- Muy ingenioso Aleksandr (vuelve Clint, por lo que más quieras). Por favor, sal un momento mientras que me visto. Lo que acabas de ver es sólo un bajón por toda la tensión emocional que estoy pasando. Ahora mismo salgo.
- Tranquilo, ya te he visto desnudo y estás incluso peor de lo que se te adivina con la ropa puesta. No deberías tardar más de un minuto en estar fuera conmigo, y ya deberías saber que no te lo digo para cronometrarte. En un minuto pienso volver a entrar a hostias.
- No te preocupes. Tardaré menos de un minuto.
Con el sonido de la puerta al cerrarse, me levanto, me acerco corriendo al armario y cojo unos pantalones de algodón con ositos de colores. Sin saber por qué, pienso que Irina debe tener padres en alguna parte. Siempre es sorprendente tener esa clase de pensamientos sobre una tía buena y misteriosa. Si me hubieran preguntado antes, contestaría que Irina no sólo nació con resaca sino que vino acompañada de una talla cien de sujetador.
Vale Jim, piensa rápido. Plan de fuga en treinta segundos. La ventana, claro, es la única opción. Esta mierda de piso, claro, está en un bajo. La ventana, claro, tiene verjas. Nadie en la calle. Peatonal, para más inri. Curiosamente, siempre pasan menos peatones por las calles peatonales que por las otras.
En fin, cerdos al matadero. Carrerita hasta la puerta, y a ver qué pasa.
- Ven Jim, buena decisión la tuya, y no me refiero sólo a los pantalones. Irina está preparando café en la cocina. Es el momento de que sepas la verdad.
Publicado el 22 de junio de 2009 a las 23:00.