De polizón en un piano a la deriva
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Las cosas se están precipitando últimamente. El agente Mourenza, todo chulería y bofetaditas hace un par de semanas, es ahora uno de mis mejores amigos. El "alijo" de Biagra le ha venido estupendamente para quedar bien delante de sus jefes, y a mí me ha traído la absolución total. Si de algo tengo que responder, será de traición, pero eso tocará cuando estire la pata, y no creo que San Pedro sea un juez mucho más estricto que Mourenza y sus acólitos. Lo único que exigí a cambio de la delación fue que privaran a Marc del acceso al teléfono. Una cosa es que yo sea un cabrón y otra muy distinta es que me guste que me llamen para recordármelo. Según parece, el propio Mourenza se encargará de explicar a Marc cómo me cogieron con las manos en la masa mientras abría las cajas en el polígono industrial. Dudo mucho que Marc tenga tiempo para explicar que, en realidad, en el almacén había veinte cajas más de las que encontró la policía.
Una vez solucionados mis problemas con la justicia, es el momento de comenzar a hacer justicia, pero en otro sentido. Ahora me toca a mí extender la democracia por los intestinos de los que me dejaron nadando en mierda. No tengo ninguna gran pista como para resolver el asunto rápidamente. Lo que sí tengo es una pistola cargada que me favorece muchísimo frente al espejo, una lista de los clientes prohibidos de Paco y una entrada para un piano bar. A todas luces, un planazo para ayudarme a digerir tanta felicidad repentina.
De camino al lugar del concierto, pienso que en un fin de semana a partir de la medianoche, nadie camina solo por el centro de Madrid, y si alguien lo hace, desde luego pasa desapercibido. La marabunta ruge con entusiasmo y no hay lugar para soledades. Es una sensación agradable la de caminar con una pistola en el bolsillo. De entre la gente que pasea sola, invisible, yo soy el único en el que te fijarías. Todos los que se cruzan conmigo parecen tener la misma sensación de estremecimiento en los pelillos de la nuca. Me gustaría llamarlo confianza, serenidad, pero en realidad es autoafirmación asesina. Puede que las personas, como los animales, huelan el peligro o el miedo. También puede ser que haya acertado con la elección de la camisa.
No hay mayores soledades que las que se ven juntas, como para comparar, y es justo en ese momento cuando el piano empieza a sonar en el Tartán 2. Conocía este sitio desde hace unos años, cuando Paco me trajo aquí por primera vez para enseñarme lo que él llamaba "la máquina del tiempo". Ahora Paco ya no está, y para empezar a obtener respuestas no me queda más remedio que utilizar la entrada para el concierto que me dejó como legado. Por muy mierda de legado que sea éste, no puedo evitar un impulso de violencia cuando el portero rompe la entrada en mis narices. "¿Vas a pasar o qué?" me pregunta atusándose el pinganillo en la oreja. Realmente, hay un motivo para que hasta ahora nunca haya tenido pistola o dinero. Tengo impulsos sociópatas demasiado claros como para que la justicia cósmica me recompesara con semejante poder. En cualquier caso, me parece excesivo perforarle el entrecejo al fulano por ser un poco impaciente. Tranquilo Clint, ya habrá tiempo. Tranquilo Jim, se te está yendo la cabeza. Si en lugar de pistola llevaras un tanque, hasta el aire te parecería indigno de tu grandeza. Ya sabéis lo que dicen, cuando uno habla todo el rato consigo mismo como si fuera otra persona, es mejor que lo encierren en un psiquiátrico. Vale, vamos allá.
La entrada al Tartán 2 se ve presidida por una explosión de sonido enmoquetado. Aunque los dorados de la barra, los pomos, los pasamanos y las mesas relucen sin pudor, hay en el ambiente una concentración de humo y polvo que embota la vista y anuncia sorpresas. Moños platino sobre pieles cuarteadas. Camisas de manga corta y canas mezcladas con caspa sobre los hombros de los apuestos pretendientes. Un bar de viejos que conservan la esperanza o que la perdieron hace tiempo. Cualquiera de más de cincuenta que aún maneje ese concepto, tiene que pasarse por aquí en algún momento. Un barco a la deriva, sin más velamen que el del sexo adulto, sin otro capitán que los escotes recompuestos con maquillaje, trabajo y pañuelos de papel. Qué mejor sitio que este para vender Biagra. Paco se lo montaba de cojones.
Poco a poco, entre la maleza, comienzo a distinguir caras más jóvenes. Todas demasiado sonrientes como para pertenecer a clientes habituales. Vienen a reírse del espectáculo. Ninguno está solo, y tienen cara de no haber echado un euro a una tragaperras en su puñetera vida. La verdad es que la situación tiene cierta gracia, como un anuncio de la vuelta al cole protagonizado por piernas varicosas. Ya, a mí tampoco me hace gracia.
Después de pedir un Martini al camarero (nunca había pedido algo así en un bar, pero es que aquí te lo ponen con aceituna y me parece que acompaña perfectamente al retrato de sofisticación que quiero proyectar), me acerco a la zona del piano, ligeramente apartada de la zona de alterne. Camino sabiendo que algo malo va a pasar hoy. Con las primeras notas que percibo con claridad, mientras el humo se disipa para revelar una especie de cabaret sobre un piano, los nombres de Paco o de María empiezan a perder su importancia. La noche promete.
Sobre el piano, una mujer de unos treinta y cinco años desgasta su voz ante las miradas babeantes de los jóvenes cuarentones que aún se ven con oportunidades. En ocasiones, la vida se parece demasiado al cine como para permanecer indiferente frente a los acontecimientos, y esta es una de esas veces. No se puede apartar la vista de una mujer guapa que canta sobre un piano. Cómo somos los tíos, con una voz susurrante y un vestido rojo, somos incluso capaces de dejar de mirar para la tele. De olvidar que la tele existe. De enamorarnos sin cruzar media palabra. Como digo, en ocasiones la vida se parece demasiado al cine.
Hasta que veo a Aleksandr, no me doy cuenta de que está cantando en ruso. Lo peor es que, aunque veo al ruso gay a unos pocos metros, prefiero quedarme escuchando a la cantante intentando averiguar lo que significan las palabras que pronuncia como si no fueran rusas. Como si Stalin mandara a la gente a Siberia cantando bossa nova. Embobado como estoy, no me extraña que sea el ruso quien se haya acercado a mí, me haya doblado un brazo como si fuera un muñeco articulado, y me haya empujado al baño. Otra vez la violación planea sobre mi cabeza. Al menos, en esta ocasión hay una voz agradable de fondo que me permitirá evadirme con mayor facilidad.
- Hola Jim.
- Hola ruso. ¿Vas a matarme?
- Me lo voy a pensar. ¿Estás solo o vienes con tu amigo el policía?
- Oye, suéltame el brazo, por favor, me duele mucho y cuando algo me duele no puedo pensar con claridad. Estoy solo. Más solo que tú.
- Yo estoy solo - me dice al soltarme el brazo.
- Ya, bueno. Ya te dije que si me haces daño no puedo pensar con claridad. ¿Quién es la chica?
- ¿Cómo puede ser eso lo primero que me preguntas? Los heterosexuales sois una panda de maricones.
- Vale, asumo la crítica. ¿Cómo estás? - No me fío nada de este cabrón. Es posible que sea él quien mató a Paco. No sé nada acerca de la reacción de celos que puede tener un fulano cuyos bíceps son como pollos asados.
- No muy bien. Llevo algunas semanas saliendo sólo de noche. Tus amigos los policías me tienen bastante acojonado. Yo no maté a Paco, Jim. Tú lo sabes, ¿verdad? Yo quería a Paco. Lo echo muchísimo de menos. No te creas nada de lo que te digan esos mierdas de los policías.
- Por la poli no te preocupes. Ya tienen diversión durante un tiempo. Lo he arreglado todo.
- ¿Te refieres a la chapuza con el proveedor? ¿Lo de tu jefe? Si crees que esa tontería de la Biagra es lo que persigue la pasma estás muy equivocado (bueno, va siendo hora de que asuma que con o sin teléfono, Marc sabe de sobra que el que le ha jodido he sido yo).
- ¿Ah no lisillo? ¿Y entonces qué busca la policía?
En ese momento, la rusa del vestido rojo entra en el baño de tíos. Sin mediar palabra me agarra de la nuca y me besa de una forma que no había probado antes. Uno cree que lo sabe todo y de pronto ¡pam!, la vida te vuelve a sorprender. ¡Joder! Si no fuera porque seguro que se enfadaba, me encantaría que María me viera en este momento. Soy un fenómeno del sexo, sólo necesito una motivación apropiada. Me tiemblan las piernas. Demasiado. Pero estoy tan bien...
Estoy tan bien que no me doy cuenta de que el regustillo ácido de la lengua de la rusa contiene algo más que deseo y alcohol. Claro que eso se hace notorio cuando me desplomo semiinconsciente en el suelo. Con lo bien que me veía yo con la pistola, y ahora resulta que me van a sacar del bar sobre el hombro de un ruso, como un bebé eslavo recién llegado del infierno.
Necesito ayuda.
Publicado el 12 de junio de 2009 a las 20:30.