La situación con Gladys
Archivado en: Jim McGarcía, Gladys, Biagra, Policía
Marc vive en uno de esos adosados de las afueras de Madrid, en una urbanización de colorines de las que tienen proyecto de metro y jardines pequeños como alfombrillas del baño. A la gente que vive aquí deben de instalarle la sonrisa los propios mozos de la mudanza. Vivo en el campo, piensan atrapados en su utilitario durante kilómetros de atascos. Sonríen para no tener que pensar. Tras esta breve pausa de pensamientos libertarios, reparo en que María me mira con expresión de "¿te vas a bajar del coche o qué?". Es cierto, ya hemos llegado: Chez Marc (no es que sea gilipollas, es que él le llama así). Nadie por aquí, nadie por allá.
- Espérame en la entrada de la urbanización, no sé si esto puede ser peligroso.
- ¿Cómo que peligroso? - me pregunta María en su línea de personaje plano. -¿Es que no venimos a visitar a un amigo tuyo? Mira Jim, tengo un límite, y tú ya estás tan lejos de él que aún no te puedes creer que siga aguantándote.
- Hazme caso, por favor. Marc tiene un perro enorme y creo que no hay nadie en casa. Cojo una cosa y salgo, pero tú espérame en la...
- En la entrada de la urbanización, sí, ya te había oído. Bueno, pues te espero fuera leyendo el Marca (eso María, tú regodéate en tus miserias). Date prisa o me voy sola y te quedas aquí.
En un gesto absurdo, levanto la cabeza antes de acercarme para llamar a la puerta. Un adosado no es Notre Dame, pero en este momento me siento igual de sobrecogido. La madreselva que actúa a modo de seto en la verja que rodea el metro cuadrado de jardín, me recuerda a algo malo pero no sabría decir a qué. Venga Jim, échale huevos, échale huevos, échale...
Meeeeeeeeeeec
Vale, se los he echado. Ya está, he pulsado el timbre.
- ¿Sí?
- ¿Gladys?
- ¿Sí?
- Hola Gladys, soy Jim, trabajo con Marc. Me ha pedido que venga a buscar una cosa para él.
- Hola Jim, pasa.
La puerta del jardín se abre y la de la casa también, pero no veo a nadie en la puerta. Odio esos gestos de descortesía. ¿Qué coño le costará recibirme en la puerta? Entro a la casa, cuya decoración prefiero no mentar aquí para no herir sensibilidades, y la voz de Gladys me recibe con un gritito de...
- En el saloooón.
El salón. Menuda puñetera mierda. La palabra salón se inventó para dar una sensación acogedora, no para llenarlo de muebles negros sin cojines, ponerle un suelo de mármol blanco y colocar una televisión de plasma rodeada por cuatro budas. Contrólate Jim. Dijiste que no ibas a hablar de la decoración. Puede, pero no dijiste nada de la decoración de Gladys: celulítico pantalón rosa de chándal, camiseta también rosa con muñeca cabezona al estilo manga y los pies sobre la mesa con unas más que consecuentes uñas pintadas de rojo pasión. Al contrario que los niños de los anuncios, yo sí sé que Gladys es negra. Como para no saberlo.
- Así que tú eres Jim McGarcía (me ahorraré el escribirlo con acento cubano. Tiene acento y punto).
- Sí, soy yo. Toda una leyenda. Voy a subir al despacho de Marc, ¿te importa?
- No, sírvete. Me dijo que vendrías. (Ni me mira. Está viendo uno de esos programas que ponen en la tele por las tardes en los que entrevistan a la gente más vulgar que encuentran. Normal que no quiera acompañarme).
Subo por las escaleras hasta el despacho. Ojalá pudiera ir con los ojos cerrados; esta casa está llena de cosas doradas. Ahí está: la mesa infame, el cajón con la llave dentro, un paquete de Fortuna, una pistola y... ¡Joder! ¡Una pistola! Por supuesto, cojo las tres cosas. Es cierto que uno se siente más importante con un arma en la mano. Debe de ser algo así como los delirios de grandeza, pero mejor.
- ¿Te dijo Marc que le llevaras la pistola a la cárcel?
¡Uf,! qué susto. Es Gladys. Si los gatillos estuvieran tan flojos como en las películas, ahora mismo los pantalones de la encantadora Gladys estarían del mismo color que sus uñas.
- No, la pistola es para guardarla en mi casa. Una cuestión de seguridad.
- Oye Jim (Gladys ronronea como un gato). ¿Crees que Marc saldrá bien de esta? Soy muy joven (ya te molaría), y no quiero quedarme sola tan pronto. Además, hay por ahí un montón de chicos guapos como tú (¿perdona?). No creo que pueda soportarlo.
- Seguro que Marc vuelve pronto- le digo sin mucha convicción. Sin duda se merecen el uno al otro: el preso y la golfa. Es casi folclore. Dentro de no mucho tiempo, en las casas españolas empezarán a poner muñecas con chándal rosa encima de la tele.
- No sé, no estoy segura. Además esos dos tíos no dejan de molestarme. Marc es muy celoso, y estoy en esta casa como en una cárcel. Es él quien está preso, no yo.
- Ya, vale. ¿Y esos tíos dónde están ahora?
- Les he mandado a comprar compresas (todo se hace cada vez más apetecible). Tenemos toda la casa para nosotros.
No, no me toques con el dedo en el brazo. No te acerques a mí. Deja de lamerme la oreja. (Debería probar a decir esto en voz alta, para variar).
- Déjame tía. No me gustas. Quiero decir que tengo novia y eso.
- ¿Cómo? ¿No te apetece follar un poquito?
- No, ni siquiera la puntita. Nada. Siento decírtelo, pero no estás buena.
- ¡AAAAAAAHHHH!- grita la cubana agarrándome del pelo y arañándome la cara. Será hija de puta...
- ¡Suéltame zorrón!
- ¡ÑÑÑÑÑÑAAAAAAAA!
- ¡Que me sueltes joder!
¡BAM! ¡CRASH!
Me cago en... ¿Acabo de pegarle un tiro a Gladys? No, es sólo el cristal de la habitación. ¿Y entonces por qué coño está tirada en el suelo con una teta fuera? Al agacharme sobre ella compruebo que aún respira y que no sangra, al menos en las partes visibles, que son muchas. Debe de haberse desmayado con el susto. Pobrecilla, después de todo, sólo quería un poco de compañía. No puedo culparle por querer acostarse conmigo. Es humana.
Un momento, acaba de llegar un coche.
¡SOCORROOOOOOOOO! Mierda, Gladys se ha repuesto. Tengo que irme de aquí antes de que la patrulla pro-castidad y anti-menstruación me descubra de esta guisa. Mientras le meto a Gladys el paquete de Fortuna en la boca para que deje de gritar, me doy cuenta de que los tipos ya han entrado en la casa. A ver..., detrás de las cortinas no es una opción. No hay cortinas, ni muebles, ni nada. Pues por la ventana Jim. Aprovechando que el cristal está roto por el disparo, pongo en práctica mi plan de fuga por la ventana de la casa de Marc. Insisto, todo el mundo debe tener en todo momento un buen plan de fuga. Salto por la ventana hasta la buganvilla del jardincito. Me tiro abajo y me rompo el culo contra el suelo. Ahí vuelven esos cabrones. Podríamos llegar a un acuerdo, sólo obedezco órdenes de Marc. No he hecho nada que no pueda explicar.
- ¡Matad a ese cabrón! ¡Lo quiero muerto!
Coño Gladys, qué decepción. Con lo que tú y yo hemos sido... Basta Jim, levántate. Pies para qué os quiero. ¡A correr! Sólo espero que María no se haya ido ya. No, ya la veo. ¡Pon el coche en marcha! ¡Nos vamos! Bien, María arranca. ¡Abre la puta ventanilla!
¡BAM!
Por lo poco que puedo ver de la cara de María desde aquí, sé que eso ha sido un disparo. Si al menos pudiera dejar de pensar en no pisar las rayas del suelo... Desde que vi En busca del Arca Perdida, siempre he querido escapar corriendo de los indios. Espero que María no haya dejado una serpiente a los pies del copiloto.
¡Ya!, un saltito, la cabeza contra el Marca que está encima del asiento, y las ruedas crujiendo con mis piernas por fuera del coche.
- ¿Me quieres explicar por qué cojones esos dos y la negra te perseguían tirando piedras?
- ¿Piedras? Joder, menos mal, pensé que eran disparos- le digo acomodándome dentro del coche y ya lejos del peligro.
- ¿Disparos? ¿Cómo que disparos?
- Nada, ya sabes que me flipo (la pistola de Marc aún está caliente en el bolsillo de mi chaqueta, pero eso ella no lo sabe). - Bueno qué, ¿viene o no viene Kaká? -
...
Después de un par de explicaciones de la situación un tanto aligeradas, me encuentro en el polígono industrial entre el coche de María y una verja. Meto la llave en la cerradura como quien ve a los reyes magos y... ahí lo tenemos. Suficiente Biagra como para enchironar a Marc hasta que aprenda a hacer guitarras artesanales de doce cuerdas y le suelten por buen comportamiento.
- Anda María, ayúdame a cargar el coche con todas las cajas que la seguridad vial nos permita, yo tengo que hacer una llamada.
- No soy tu mozo de carga. (Evito establecer comparaciones de las que me pueda arrepentir y me limito a susurrarle al oído mi mejor "por favor ").
- ¿Oiga? ¿Policía? Páseme con el agente Mourenza. Creo que lo que le voy a contar le interesará bastante.
Publicado el 5 de junio de 2009 a las 11:15.