Archivado en: Tren, alta velocidad, Madrid
Hacía tiempo que no viajaba en tren. Desde que para ir a Asturias desde Ávila tengo que desplazarme hasta, opción a) Valladolid y hacer transbordo, y opción b) Segovia y hacer transbordo. La alta velocidad no trajo progreso para todos.
Para ir a Madrid la cosa mejora, lo que tampoco es difícil. No es la panacea, pero al menos no pierdo tiempo en desplazamientos estériles, que antes de la llegada de la alta velocidad ni siquiera existían.
Este fin de semana volví a evadirme en un viaje en tren. Recomendable cura para el estrés y para encontrarse, al menos durante un rato. De 11.21 a 13.09 horas. Como Leonard Cohen en su refugio monacal pero en sencillo. Es como un decorado de película, donde circulan cantidad de personajes de la vida real. El paisaje, cambiante, desde luego que ayuda.
Me gusta dispersarme en el tren. Ser menos terrenal aunque paradójicamente vaya a una despedida de soltera. No sé si habrá cosas más terrenales que ésta. El único pero del trayecto, que me devolvió al hoy, es escuchar conversaciones telefónicas ajenas. Después de varios túneles una sujeto sube la voz como si el problema de que su interlocutor no oiga no fuera la cobertura. Y así me entero de la hospitalización de un familiar y de muchas más historias para no dormir, y que además no me incumben. ¿Hemos dejado de ser anónimos o qué?, me pregunto. Y en pleno raje mental me suena el móvil. Una amiga, de las de la despedida. Cuelgo. Y así un par de veces hasta que decido responder y convertirme en otra sujeto extraña que, aunque habla bajito seguro que otro viajero escucha su conversación. Y seguro que, como yo, alguien maldice por lo bajo, por pertubar esos momentos.
Moraleja 1. Es más fácil de lo que parece caer en lo que criticamos.
Moraleja 2. Los maridajes perfectos no existen. El Ávila-Tren vive desde hace un par de años una crisis conyugal, que de seguir así puede acabar en divorcio, al menos para los abulenses.
Publicado el 5 de octubre de 2009 a las 20:00.