Archivado en: Tiempo, teleoperadores
La primera, el tiempo. Su valor es incalculable e incuestionable. ¿Por todos?
Hace años, en mi tiempo de ocio, raras veces era puntual. Conmigo lo más fácil era que te tocase esperar diez minutos, con suerte, que era lo habitual en mi pandilla. No lo hacía por desprecio. No me importaba esperar cuando quedaba simplemente para salir. No me percataba entonces de que el tiempo no tiene precio.
Hoy, si me toca esperar los minutos se me antojan horas y el cabreo va in crescendo a medida que la musiquita que te ponen para amenizar la espera cambia de sintonía.
Cinco minutos, siete, diez ¿tomadura de pelo? Qué va. Intente dar de baja un servicio telefónico y siéntese a esperar.
Lo vuelvo a intentar. Le cuento a la teleoperadora, que por supuesto es otra, la misma película que a la anterior. "Señorita, esta llamada es gratuita", me espeta. "Cierto, pero mi tiempo no".
Apunte a pie de página: Uno de los lujos que a veces me permito es perder el tiempo. Claro que yo elijo cuándo.
Publicado el 11 de septiembre de 2009 a las 18:45.