Noticias de Ávila

Dos apuntes me vienen a la mente pensando en las próximas elecciones municipales y autonómicas, que están a la vuelta de la esquina: redes sociales y debates. El poder de las redes sociales -Facebook y Twiter principalmente- está fuera de toda duda con gran protagonismo en situaciones como las revueltas de Egipto. La movilización popular que consiguió la llamada a través de Internet, clave en este caso, también se puede extrapolar a la llamada a las urnas. Los partidos políticos deben aprovechar al máximo la nueva “arma mediática” que son las tecnologías de la información y las comunicaciones. Unas tecnologías que los asesores del entonces candidato a la presidencia de Estados Unidos, Barack Obama, comprendieron bien. Coste muy reducido frente a, en este caso, muchas pequeñas donaciones que consiguieron beneficios millonarios con una mínima inversión para una campaña electoral que ya ha pasado a la historia. Hoy en día, a nadie se le escapa que son numerosos los nuevos votantes que se comunican a través de mensajes en la red de redes, de chat ‘virtual’ o se descargan tantos vídeos como es posible de YouTube; jóvenes que es posible informar y cautivar; hacer partícipes de una idea o proyecto. Y con esta reflexión pasamos al punto dos. La salud de la democracia se mide en las urnas pero también a través de los debates públicos de candidatos. En este sentido, la confrontación de ideas, proyectos y programas en un cara a cara, la exposición de argumentos y una moderación acertada son las claves para conseguir que el espectador o radioyente no pulse el botón del mando a distancia para ver el serial de turno, huyendo del aburrimiento que supone escuchar en este tipo de encuentros palabras vacías y descalificaciones gratuitas. Obvio que a algunos candidatos les resulta más ventajoso, o menos arriesgado, participar en un debate. Eso no evita que siga siendo necesario para que el ciudadano pueda ejercer su derecho al voto completamente informado.

Publicado el 14 de febrero de 2011 a las 11:30.

               

Hace unos días me llegó un mail de una amiga informándome de que ha dejado de formar parte del club Facebook, que integran en el mundo 250 millones de usuarios, harta de que sus fotos pululen por la red. Excesiva información, privacidad en entredicho o falta de confianza son sus argumentos.

Podría patentar camisetas con la frase 'Odio a Facebook', porque realmente es aversión desde lo más hondo de su ser lo que siente por las redes sociales.

En parte, no le falta razón. A veces entro en Facebook -más y mejor desde que descubrí la pestaña de privacidad- y veo un universo paralelo en el que viajes, frases célebres y lo mejor de cada uno copan cada entrada. No veo miserias ni vida real. Cada uno se reinventa y cuenta lo que le da la gana -solo faltaba-. Por otro lado, es innegable su utilidad como herramienta para compartir fotos o mantener el contacto con otras personas. Otra cosa es cómo lo utilice cada uno.    

Otra amiga me comentó hace tiempo, perpleja, que se encontró con una ex compañera de facultad cuya invitación había aceptado en Facebook, y, paradojas de la vida, pasó de largo sin saludarla. Parece una moda donde es más 'cool' quien tenga más amigos. 

Por lo que a mi respecta, soy usuaria de esta red, aunque bastante vaga y pasiva, menos recelosa desde que encontré los filtros de privacidad y desactivé o activé, según se mire, la mayoría. Y de adjuntar extraños, ni soñarlo. 

Publicado el 7 de septiembre de 2009 a las 20:30.