Échale la culpa al moro
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Está muy instructiva la campaña catalana. Échale la culpa al rumano, al andaluz, al machupichu, al gitano, al negro, al moro, échale la culpa de la crisis, del paro, de la pérdida de identidad, azuza el miedo, el prejuicio y el rumor, señala a los raros, a los otros, a los sospechosos: los propios te jalearán, cerrarán filas y a nadie se le ocurrirá preguntar qué has hecho tú mientras esto se va al garete. Si en estos años has sido un inepto, si no has hecho nada, si lo has hecho mal: no te preocupes. Hay abundancia de moros, rumanos y negros para que carguen con la crisis, el cabreo y los desahogos. Ahora que estamos jodidos, se van a enterar. Nos vamos a poner firmes de una vez, no les vamos a pasar una, ya está bien.
Ya está bien. Ya está bien de qué.
De que sean tantos, hombre. Y de que tengan ese vicio por reproducirse, de llenarnos el patio de más negritos y moritos y gitanitos, de disolvernos la nación pura a base de copular como conejos.
No indagues mucho. No pierdas el tiempo siendo riguroso: difunde el bulo, el rumor, la leyenda negra. A quién le importan los datos, los hechos, lo que importa es el ambientillo, el miedo, la inseguridad, la necesidad de juntarnos prietos, nosotros, los de siempre, la gente de bien.
Es demagógico recordar que vinieron porque los necesitábamos. Que fundamos nuestra riqueza, el boom, el pelotazo, las vacas gordas, la burbuja, sobre sus hombros baratos, sin derecho a queja y reemplazables. Que entre 1994 y 2007 en España se pasó de 12 a 20 millones de asalariados, que entre esos ocho millones de nuevos currelas la inmensa mayoría eran emigrantes que vinieron a poner ladrillos, lavar platos, recoger tomates y limpiarles el culo a los viejos, todo por cuatro pelas y de sol a sol; una abundantísima y baratísima mano de obra que no podía chistar: ya inventamos las expulsiones, las redadas, los papeles, para que no pudieran organizarse, para que no pudieran reclamar nada, para que aguantaran y aguantaran durante años hasta que les abriéramos la gatera.
Es demagógico recordar por qué se ha permitido la entrada de cinco millones de emigrantes en España. Y por qué expulsamos a unos pocos miles pero mantenemos esa amenaza tan eficaz sobre varios millones, para conservar esa inmensa mano de obra cautiva y temblona, a la que no le queda otra que aceptar las condiciones más cochambrosas.
Pero no, mejor di que son unos aprovechados, que vienen a colapsarnos los servicios médicos, los servicios sociales, los colegios. Porque te darán la razón, porque cualquiera lo ve, en cualquier ambulatorio: las salas de espera están llenas de machupichus. No lo olvides: lo que prende es la leyenda negra, el rumor, el bulo, mucho más que los datos, que los hechos: los inmigrantes van al médico la mitad de veces que los españoles. ¡Anda! Los inmigrantes cotizan más de lo que reciben. ¡Anda, anda! Pues sí: ayudan a sostener mejor nuestros servicios sociales. Y si dejaran de venir, entonces sí que nos iríamos a tomar por saco. Olvídate de pensiones, de hospitales y de colegios: si dentro de 25 años no hay 4,1 millones de emigrantes más que ahora, el chiringuito se nos va a pique. ¡Anda, anda, reanda! No muestres esos datos, no digas que en el fondo necesitamos muchos más moros, negros y machupichus para mantener el hospital y para que puedan operarte la próstata o el cáncer de mama, a ver si entonces a la gente se le va a ocurrir preguntarse por qué se colapsan los hospitales y qué ha hecho tu partido o tu Gobierno en este asunto.
Mejor, dedícate a decidir quiénes somos los buenos y quiénes son los malos. Otorga certificados, que eso gusta mucho. Nosotros, la buena gente, los de toda la vida: qué gustirrín. Y ellos, que bueno, que ya veremos, que si se portan bien, que si son buenos vecinos, entonces les damos un papelito. Que se integren, que se integren. Tienen que estar tres años sin papeles para conseguir papeles, y en ese tiempo no pueden trabajar legalmente y les resulta complicadísimo alquilar un piso, pero oye, que se integren, que hagan lo que hacemos nosotros y que dejen de joder con sus musiquitas y sus rezos y sus idiomas chungos y sus vestidos de colorines y sus carnicerías, que empiecen a comer butifarra, a ir a los toros, a llevar la bufanda del Athletic o lo que toque en su lugar. Bueno, eso es demagogia, es caricatura. Entonces, si en el certificado no les pedimos que coman butifarra ni vayan a los toros ni lleven bufandas futboleras, porque eso sonaría poco serio, ¿qué les exigimos para darles el certificado? Que se integren. Bueno, ya, pero eso qué es. Cumplir la ley. Que si roban o violan, les entrullen. Pues claro, cómo no, faltaría más. Cumplir la ley, como nosotros los de toda la vida, ¿no? Claro. ¿Y qué más, entonces?
No te dejes enredar, que eso son poses de progre, si tanto les gustan los moros que se los metan en su casa, a ver qué dicen entonces.
Nunca hagas amago de pensar por qué vienen, nunca te pongas en su piel -qué expresión tan desagradable, hay que ver qué pieles-. Si alguien te habla del injusto reparto de la riqueza, de que el lujo es la otra cara del saqueo, y que es inevitable que quienes doblan el lomo intenten venir adonde nos tumbamos en la playa, díselo claro: demagogia, sermón trasnochado.
Y nunca rasques más allá de la imagen del emigrante esquemático. Es una complicación descubrir que algunos vienen porque son brillantes, tienen estudios y se lanzan a desarrollar aquí su talento y sus carreras, o porque son perseguidos políticos, porque están enamorados o incluso porque les va la marcha y la aventura, que también hay de eso, vaya si lo hay. Pero mejor los tomamos a todos como pobrecitos de estómago hambriento y meninges secas, no vaya a ser que nos hagan pensar.
Sobre todo eso: no pensar, no pensar.
Tú a lo tuyo: a dejar con disimulo que vengan a sostenernos el chiringuito y a darles caña para que no nos incordien.
Publicado el 23 de noviembre de 2010 a las 15:45.