"Planearon el ataque al campamento minero para conseguir una matanza" (2ª parte)
Archivado en: Bolivia, Gregorio Iriarte
(Viene de ayer: "El infierno en el que vivían los mineros me abrió los ojos").
-...los militares andaban muy enfadados con el asunto.
-Tan enfadados que desataron la masacre de San Juan.
-En 1967 la tensión era enorme. La guerrilla del Che andaba por Bolivia, se sabía que varios mineros de Llallagua se le habían unido, y en una de las huelgas en Siglo XX los dirigentes declararon que iban a donar el salario de un día a los guerrilleros. Fue un gesto muy imprudente. En esos días se había decretado el estado de excepción y la proclama a favor de la guerrilla sirvió al Ejército como justificación para invadir el campamento.
Para ser sinceros, ninguno pensábamos que el peligro fuera tan grande. Pero la CIA y el Ejército tenían una estrategia muy clara: además de atacar a la vanguardia guerrillera, también querían golpear a la retaguardia. Y planearon un asalto a Siglo XX, organizado a conciencia para conseguir una matanza. Escogieron precisamente la víspera de San Juan, una fiesta de mucha tradición, cuando los mineros y sus familias están de celebraciones durante toda la noche, encienden fogatas, beben mucho... Creíamos que si alguna vez entraba el Ejército, lo haría por la carretera, en camiones. Pero vinieron en tren, a la estación de Cancañiri, que está arriba, en la montaña, y llegaron a las cuatro de la madrugada, cuando todo el mundo estaba durmiendo o medio borracho en la calle. Los mandos dieron de beber a los soldados y los lanzaron monte abajo dando gritos, enloquecidos, rabiosos. Entraron al campamento minero disparando las ametralladoras, tiroteando a cualquiera que anduviera por la calle o al primero que encontraban en una casa, sin mirar si era una viejita o un niño. Fue una noche terrorífica. Algunos murieron porque justo en ese momento habían salido al baño, a las letrinas comunes del campamento, y allí mismo los mataron. Un horror.
Entre los muertos, sólo uno era minero del Partido Comunista, el dirigente Rosendo García Maisman. Corrió a defender la emisora La Voz del Minero, mató a un soldado y luego lo mataron a él. Fue el único que murió en su ley. Al día siguiente yo fui a la morgue y conté 26 cadáveres: todos eran campesinos, serenos de la empresa, mujeres, niños... No eran políticos ni dirigentes sindicales ni nada. Y hubo más muertos, quién sabe cuántos, porque muchos desaparecieron mientras huían por la montaña, se los llevó el Ejército o murieron días más tarde por las heridas.
-¿Cómo actuó la radio Pío XII?
-Denunciamos la masacre, claro. Los militares habían destruido La Voz del Minero, así que sólo quedábamos nosotros para contar la verdad. Y también quisieron liquidarnos. Pero se frenaron porque el presidente Barrientos ordenó que nos respetaran y me llamó de nuevo a La Paz. Allí le pedí algunas medidas y él las aceptó: que no expulsaran de Siglo XX a los familiares de los muertos (en cuanto moría un trabajador, la empresa echaba a la viuda y los huérfanos de la vivienda, les prohibía comprar en las pulperías y expulsaba a los hijos de la escuela), que les dieran pensiones a esas familias... A cambio, los militares y la empresa presionaron para echarme de la radio y tuve que marcharme de Llallagua. Así empezó la segunda época de la emisora: los enemigos ya no eran los comunistas, sino las dictaduras y los militares. La Pío XII se convirtió en la radio de los mineros y así ha pasado a la historia.
-¿Qué hizo al dejar la radio?
-En los años 70 viví en La Paz, en una época de dictaduras militares terribles. Me manejé muy bien en la semiclandestinidad. Mi trabajo visible eran los temas sociales: impulsé cooperativas de viviendas, creé escuelas de radio, busqué ayudas para los necesitados... Y a la vez, en secreto, fundé la Asamblea Permanente de Derechos Humanos con el padre Tumiri. Eran los tiempos del general Banzer, una dictadura brutal, corrupta, desastrosa, que participaba en la Operación Cóndor [una organización clandestina formada por la CIA y las dictaduras sudamericanas, que asesinó a miles de opositores en los años 70]. Y luego llegó el golpe de García Meza y su ministro Arce Gómez, que dirigía todo el tráfico de cocaína y que más tarde fue condenado por alzamiento armado, genocidio, delitos contra la libertad de prensa... Con la droga querían financiar una dictadura de treinta o cuarenta años. En aquellos años publiqué varios libros sin firmar, que se distribuyeron de manera clandestina: El delito de ser periodista, La masacre de Todos los Santos, Narcotráfico y política... En este último publiqué la famosa foto de los paramilitares de la ultraderecha. Arce Gómez había fichado al antiguo nazi Klaus Barbie para que organizara en Bolivia un escuadrón con los principales terroristas mundiales de la ultraderecha. Conseguí la foto y la publiqué: salen todos, Barbie, Fiebelkorn, Delle Chiaie, Kuhlman, Kopplin... Se llamaban a sí mismos "Los novios de la muerte" y mataron a políticos de izquierdas, periodistas, sindicalistas... A raíz de mi libro, el programa 60 minutos de Estados Unidos denunció los negocios que el Gobierno boliviano hacía con la cocaína. Arce tuvo que dimitir. Pero mantuvo el poder desde la sombra. Él mismo dio la orden de matar a Luis Espinal, el jesuita que dirigía el semanario Aquí, y que también denunciaba sus negocios; encargó torturar y matar a Marcelo Quiroga Santa Cruz, el escritor y político socialista que fue muy amigo mío, que estuvo escondido en mi casa...
-¿Usted corrió peligro alguna vez?
-Me expulsaron tres veces del país, por ser "amigo de los comunistas", por proteger en mi casa a "enemigos de Bolivia". En una ocasión me metieron preso por apoyar la famosa huelga de hambre de las cuatro mujeres de los mineros, que encendieron una protesta masiva y acabaron derribando al general Banzer. Me encerraron dos días en un armario. A mí no me torturaron, pero a compañeros míos sí. Aquella vez nos soltaron rápido porque cayó Banzer y ganamos la batalla.
(Seguirá).
Publicado el 7 de mayo de 2010 a las 10:15.