"El infierno en el que vivían los mineros me abrió los ojos" (1ª parte)
Archivado en: Bolivia, Gregorio Iriarte
Gregorio Iriarte llegó a Bolivia en 1964 como un peón más de la Guerra Fría. Lo destinaron a Llallagua, el mayor centro minero del país, para dirigir una radio católica y frenar la poderosa expansión del comunismo. Este padre oblato, nacido en Olazagutía (Navarra), no sólo reconcilió a mineros y religiosos, sino que él mismo salvó la vida al líder de los comunistas, acorralado por el Ejército, acompañándole en una fuga con disfraces y documentos falsos. En los siguientes años, Iriarte relató las injusticias que padecían los mineros, denunció las brutalidades cometidas por las dictaduras, se convirtió en uno de los principales luchadores del país por los derechos humanos, escribió libros clandestinos que contribuyeron a derribar gobiernos fundados sobre el narcotráfico...
Sus profundos análisis de la realidad boliviana, plasmados en una veintena de libros, fascinaron a un Evo Morales que iniciaba su carrera a la presidencia y que llevó al sacerdote navarro a dar mil charlas por el país. A los 83 años, Iriarte sigue escribiendo libros y artículos en su austera habitación de Cochabamba, mientras asiste con mirada crítica al proceso de transformación que Morales impulsa en Bolivia.
- Después de su labor evangelizadora en Argentina y Uruguay, en 1964 lo destinaron al campamento minero Siglo XX, en Llallagua, para dirigir la radio Pío XII. ¿Qué panorama encontró en las minas bolivianas?
-Llallagua era un hervidero. Cuando fui a la emisora por primera vez, el edificio estaba rodeado por vigilantes que llevaban armas y dinamita. Había un enfrentamiento muy fuerte con La Voz del Minero, la radio del sindicato comunista, y se atacaban unos a otros, a tiros, a bombazos. Aquello era la pura Guerra Fría, el este contra el oeste, ideología contra ideología, radio contra radio. Casi me da vergüenza contarlo.
El sindicato minero de Llallagua era el más poderoso del país. Y el más radical, el más de izquierdas. Bolivia dependía completamente del estaño y los mayores yacimientos estaban en Llallagua, así que una huelga allá podía ahogar al Gobierno. Los mineros organizaban paros y el Gobierno enviaba al Ejército. Se vivían grandes tensiones.
También descubrí que los mineros sufrían una explotación horrible: morían como moscas por los derrumbes, los gases, las explosiones y sobre todo por la silicosis, que les destrozaba los pulmones porque trabajaban en galerías sin ventilar. Las condiciones laborales eran pésimas, la empresa los alojaba en unas viviendas cochambrosas, apenas tenían médicos, las mujeres y los niños hacían cola desde las cuatro de la mañana para comprar comida en las pulperías [tiendas de comestibles, propiedad de la empresa minera estatal]... Empecé a preguntarme si todo aquello no era una injusticia tremenda, si en la radio Pío XII no estábamos haciendo una interpretación equivocada al ponernos siempre de parte de la empresa y del Gobierno.
-Entonces conoció a Federico Escóbar, el líder comunista de Llallagua.
-Nunca olvidaré el primer encuentro. Unos sindicalistas vinieron a pedirme que bendijera un proyector nuevo en el cine de Siglo XX, un cine regentado por el sindicato. Yo me resistí, al final fui de mala gana, y al entrar me encontré con Escóbar. Al verme, se quitó el sombrero y me dijo: "Padre, usted no quiere bendecir la máquina porque cree que la vamos a usar para poner películas comunistas. Mire: las cosas buenas y santas no necesitan bendición. Si usted cree que esto va a ser para algo malo, precisamente por eso tiene que bendecirlo". Al final bendije el proyector, bebimos unas cervezas y Escóbar me dijo unas cosas que me impresionaron: "Usted no me va a entender, pero yo soy 100% comunista y 100% católico. Lucho contra la injusticia, la explotación, la pobreza...". Bueno, le contesté, en eso también estoy yo. "Ya ha visto cómo trabajan y cómo viven los mineros, entonces dígame: ¿la radio va a estar con ellos o va a seguir apoyando a la empresa? Si está con los mineros, me tendrá a su lado. Si está con la empresa, me tendrá enfrente. Piense una cosa: si ahora viniera Cristo, que es su modelo y el mío, ¿con quién estaría?". Me fui a casa muy impresionado y les dije a mis compañeros oblatos: creo que nos estamos equivocando. Comunistas de verdad serán tres o cuatro, los demás les siguen porque luchan contra la injusticia. Deberíamos hacer lo mismo.
-¿Empezaron a colaborar con Escóbar y los sindicalistas?
-No hubo tiempo para nada porque vino una época muy dura. El general Barrientos dio un golpe de Estado en 1965 y una de sus primeras medidas fue rebajar a la mitad el salario de los mineros. Todas las minas del país se pusieron en huelga. Pero el Ejército organizó una represión tremenda y fueron rindiéndose una a una... menos Siglo XX. Al final, los militares rodearon el campamento y mandaron un mensaje para que lo difundiéramos en la radio: "Si Escóbar no se entrega voluntariamente, entraremos a buscarlo". Él vino a pedirme consejo y le propuse un plan de fuga, porque si no lo iban a matar: al día siguiente, antes de que amaneciera, saldríamos de Siglo XX en un coche. Iríamos tres: un gringuito voluntario que trabajaba con nosotros haría de chófer; yo, vestido de sotana, para impresionar un poco a los soldados; y Escóbar, con traje y corbata, haciéndose pasar por un amigo mío. Le preparamos un documento con nombre falso: Francisco Belzu, comerciante de Llallagua.
Salimos a las cinco de la mañana. Escóbar me dijo: "Padre, recemos tres avemarías, porque el viaje es muy peligroso". Mira, le contesté, justamente los marxistas dicen que el miedo crea a los dioses. "Es posible, pero le aseguro que yo rezo todas las noches, sin miedo". Así que rezamos y arrancamos.
Yo llevaba una cajetilla de tabaco en el bolsillo. Nunca he fumado, pero pensé que en algún momento podía venir bien para ofrecérsela a los soldados y relajar un poco la situación.
Llegamos a las alambradas de los militares, todavía de noche, y me saludó un capitán: "Padre, usted debe colaborar. Dicen que en Siglo XX los mineros están armados, tiene que decirnos cómo se han organizado, dónde están los dirigentes... Voy a llamar al coronel para que usted se lo explique". Le contesté que iba a Oruro a dar una misa y que a la vuelta se lo contaría todo, que no hacía falta despertar al coronel a esas horas. "De acuerdo, pero necesito ver sus documentos, tenemos que controlar los pasos, ya sabe ...". Le dimos los tres carnés y el capitán los acercó a los faros del coche para mirarlos. Miró el mío, luego el del gringuito... y justo entonces me acerqué y puse la caja de tabaco entre sus ojos y el documento falso de Escóbar: "Tome, mi capitán, reparta nomás". Apartó la mirada del carné, tomó los cigarros y empezó a dárselos a los soldados, todos felices. Yo recuperé rápido el documento. Nos levantaron la barrera y seguimos camino.
Dejé a Escóbar en Oruro, donde sus compañeros de partido le consiguieron otro coche para huir a Chile por el desierto, y yo volví con el chófer a Llallagua. De nuevo en la barrera, los militares me preguntaron sobre la organización de los mineros en el campamento, y yo les dije que no se iban a resistir, que no iban a usar armas. Se rieron: "Los comunistas siempre los engañan a ustedes los curas".
Un tiempo después, detuvieron a Escóbar cuando intentaba entrar de nuevo a Bolivia desde Brasil con el documento falso.
-¿Las autoridades sospecharon de su colaboración en la fuga?
-Sí. Ese documento falso me dio muchos problemas. Un día el presidente Barrientos me invitó a su casa, en La Paz. Comimos los dos solos, en un patio, y después de charlar sobre mil asuntos, me preguntó de golpe: "Padre, ¿quién sacó a Escóbar a Chile?". Le dije que yo mismo. "Ya lo sabía. ¿También le hizo usted el documento falso?". Claro, le respondí, porque salvar una vida es más importante que falsificar un carné. Barrientos me dijo que estaba de acuerdo, pero que los militares andaban muy enfadados con el asunto.
(Seguirá mañana: "Planearon el ataque al campamento minero para conseguir una matanza").
Publicado el 6 de mayo de 2010 a las 10:15.