Miguel Delibes, Rey de la Montaña
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En mayo del año pasado estuve unas horas con Miguel Delibes hijo, el biólogo, un hombre sabio, amabilísimo y divertido, que vino a Zumaia a participar en la grabación de la película "Flysch, el susurro de las rocas". Además, aprovechó el viaje para dar una conferencia apasionante en San Sebastián (os recomiendo este resumen: "El ser humano está causando la sexta gran extinción").
Hablamos del estado de salud de su padre, de algunos de sus libros, de la afición ciclista de la familia Delibes. Entonces me atreví a decirle que había leído cuatro o cinco novelas suyas, que Las ratas me había impresionado muchísimo, pero que si había una obra que se me había quedado grabada y me sabía casi de memoria era un librito menor llamado Mi querida bicicleta. A pocos libros les tengo tanto cariño como a éste. Lo leí (y releí y releí) con 12 años y aún hoy me acuerdo con detalle de las aventuras de Delibes cuando aprendió a montar en bici y pasó horas dando vueltas a un patio porque no sabía parar, las excursiones ciclistas que hacía con sus amigos, la carrera del pueblo en la que su hijo Juan ganó con un hierro de bicicleta a unos chulitos federados...
Hay dos historias de ese libro que recuerdo especialmente. La primera: los viajes en bicicleta que Delibes hacía en verano desde Santander hasta Burgos, escalando la Cordillera Cantábrica, para ir a visitar a su novia Ángeles (sí, la señora de rojo sobre fondo gris). Miguel hijo, el biólogo, que con 60 años dio la vuelta a Islandia pedaleando, me contó que algunos familiares planeaban repetir esas expediciones ciclistas de cuando su padre visitaba a su madre en los años 40. No sé si lo habrán hecho.
Y la segunda historia, mi favorita, es aquella en la que Delibes da las claves para convertirse en Rey de la Montaña:
"Todos aspirábamos a ser escaladores y nuestro sueño inexpresado era coronar un día el Tourmalet en primer lugar. Recuerdo que en aquellos años adquirí entre mis amigos cierta fama de escalador. ¿Es que poseía yo, en realidad, algún don para escalar mejor que ellos? Yo siempre he sospechado que subir cuestas en bicicleta es una de las mayores maldiciones que puede soportar un hombre, escalador o no. Pero ante el repecho de Boecillo, con su pronunciado recodo y su empinamiento súbito, en la parte final, yo no me amilanaba, dejaba pasar a mis amigos primero y luego les rebasaba como si nada pedaleando a un ritmo loco, a toda velocidad:
-Claro, es que a Delibes no le cuesta -comentaban ellos.
Yo mantenía la superchería. Sonreía. Tácitamente les daba la razón, porque esa era la carta que me convenía jugar: fingir que no me costaba. Y con un muchacho al que no le costaba subir las cuestas no se podía competir. De modo que de acuerdo con mi manera de pensar, lo aconsejable para llegar a Rey de la Montaña era poner cara de palo, incluso esbozar una sonrisa, mientras la procesión iba por dentro. Aguantar, que no trascendiera al rostro el sufrimiento interior y la fatiga física, era una baza segura para que el competidor desistiera de alcanzarnos. Nada desanima tanto a un corredor como observar que el contrincante realiza con la sonrisa en los labios algo que a él le supone un esfuerzo sobrehumano. Ponerme la máscara fue el secreto de mi éxito como escalador: ni piernas, ni bofes, ni garambainas. A mí me costaba subir el repecho de Boecillo tanto como a José Luis Fando, el gordo de la clase, pero lo disimulaba y mis compañeros, al verse rebasados por un tipo alacre, que no se quejaba, a quien no le dolían los muslos ni se le aceleraba el corazón, se sentían descorazonados y se sentaban en la curva a charlar un rato y descansar, en tanto yo coronaba el cerro en solitario, de un tirón. Pero, al rebasar la cumbre, me tumbaba boca abajo a la sombra de una acacia y sujetaba el corazón contra el suelo para que no se me escapase del pecho. Luego, al llegar a casa, no podía comer, tenía que meterme en cama un ratito hasta que se me pasara el sofoco:
-Claro, es que a Delibes no le cuesta.
Llegué a pensar que mi impostura era la impostura de Trueba, de Ezquerra o del francés Vietto, en el Tour de Francia. El que sabía fastidiarse sin poner cara de fastidio, ese era el Rey de la Montaña".
Publicado el 13 de marzo de 2010 a las 12:15.