"Si parábamos junto a un pozo, los aviones nos ametrallaban"
Archivado en: Sáhara, Dagousha Lamad
Primeras voces para un reportaje sobre la tragedia silenciada de los saharauis.
Dagousha Lamad, 40 años:
"Yo nací en El Aaiún, en El Aaiún de verdad. Tenía 6 años cuando llegó la Marcha Verde. Los marroquíes impusieron el toque de queda, empezaron a rodear la ciudad con alambradas y muchos saharauis huimos. Yo me escapé con mi madre, mi abuela, mis hermanas y un bebé, que era mi primo pequeño. Los hombres se quedaron a luchar.
Caminamos hacia el interior, hacia el desierto, en plena noche. Hacía bastante frío. Nos juntamos muchas familias, una caravana de mujeres, niños y algunas cabras, huyendo sin saber adónde, sólo huyendo. No llevábamos nada: ni comida, ni ropa de abrigo... Un día aparecieron los aviones marroquíes. Pasaban por encima y nos lanzaban bombas, la tierra saltaba en chorros y el suelo temblaba. Las mujeres guardaban a los hijos pequeños dentro de la melfa [el vestido largo de las saharauis] para protegerlos. Los niños llorábamos, las madres gritaban, teníamos mucho miedo. Cuando acababan los bombardeos, quedaban muchos cadáveres. Nos bombardeaban día y noche. Si parábamos junto a un pozo y nos juntábamos mucha gente para intentar beber, venían los aviones y nos ametrallaban.
Caminamos varios días por el desierto, pasando frío por la noche y calor por el día. Los niños pequeños iban montados en cabras o en burros. A veces se morían de hambre y sed. A mí me sangraban los pies, despellejados de tanto andar.
Gracias a Dios, los argelinos vinieron a buscarnos con coches y camiones. A nosotros nos metieron en un coche y viajamos a oscuras, con las luces apagadas, para que no nos descubrieran los aviones.
Nos dejaron en un lugar en medio del desierto, donde instalaron tiendas de lona y se montó un primer campamento. Recuerdo a los que fueron llegando después de nosotros: venían familias con burros que se morían de cansancio, y otros venían en coches tan abarrotados que había mujeres y niños agarrados por la parte de fuera, colgados de las ventanillas y las puertas. Los coches casi no podían avanzar.
En ese campamento estuvimos un mes. Pero de repente nos dijeron que los marroquíes se acercaban y huimos de nuevo. Esta vez no sufrimos ataques. Nos instalamos en el campamento de Rabuni. Y meses más tarde nos llevaron al de Smara, donde vivimos desde entonces. Hace ya 34 años.
Estuvimos un año y medio sin ver a los hombres, que seguían luchando contra los marroquíes. Luego venían de vez en cuando de visita, en los permisos, pero en esos años de guerra las mujeres tuvimos que encargarnos de construir los campamentos. Donde sólo había tiendas, empezamos a levantar casas de adobe. Yo trabajé en la construcción de dos colegios. Escolarizar a los niños era muy importante. Las mujeres hicieron de maestras. Organizaron el reparto de comida. Siguieron construyendo casas. Si en la familia hay hombres, maridos, hermanos, hijos, ellos pueden hacer las tareas más pesadas. Pero al principio no había hombres. Mi marido sufrió heridas muy graves en la cabeza, por la explosión de una bomba, y durante mucho tiempo no podía ni moverse. A un tío mío le amputaron un brazo. Otros tres murieron.
Los primeros años fueron muy duros, pasábamos hambre, no teníamos ningún recurso salvo la ayuda de los argelinos, Dios los bendiga. A partir de los años 90 empezó a llegar ayuda internacional y desde entonces estamos mejor. Nos mandan arroz, lentejas, harina, azúcar, té. Y vienen médicos. A mí un médico español me extirpó un bulto grande que me había salido entre la oreja y la mandíbula.
¿Si tengo esperanzas de volver a El Aaiún?
Es nuestra tierra. Allí tengo hermanos y tíos a los que no he visto desde hace 34 años. Mi mayor sueño en esta vida sería volver a El Aaiún.
Pero no quiero que haya más guerras. Mi marido es militar y está dispuesto a tomar de nuevo las armas contra Marruecos. Los jóvenes también lo dicen. Pero a tres tíos míos los mataron, conozco a madres que han perdido a todos sus hijos en la guerra. Quiero mucho a mi tierra pero no quiero que los hombres mueran otra vez.
A partir de ahora, mi casa será siempre tu casa. Si vuelves otro año o si vienen amigos tuyos, siempre tendréis aquí vuestra casa. Y cuando volvamos al Sáhara de verdad, allá tendréis también una casa. Y os ofreceremos pescado".
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Otras voces: Mohammed Lami Ramdan, 68 años, ciego por las bombas de fósforo lanzadas por el ejército marroquí.
Publicado el 10 de marzo de 2010 a las 10:45.