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Blog de Ander Izagirre

A topa tolondro. Viajes, escapadas y barzoneos

La revolución, y la revolución de la revolución

Archivado en: Periodismo, Jon Lee Anderson, John Carlin, Che Guevara, Nelson Mandela,

Me ha salido muy bien la idea de encadenar estas dos lecturas: Che Guevara, de Jon Lee Anderson (una biografía maratoniana del revolucionario) y El factor humano, de John Carlin (la historia del partido de rugby con el que Nelson Mandela consiguió hermanar a enemigos que se odiaban a muerte).

A la biografía del Che le agradezco, por encima de todo, su trabajadísima objetividad. Decía Arcadi Espada que la objetividad es la capacidad de relatar los hechos al margen de las convicciones. Después de 750 páginas no sé cuáles son las convicciones de Jon Lee Anderson pero sí tengo un relato exhaustivo, detallado y muy riguroso de las peripecias apasionantes del Che, en el que no se afirma, sino que se muestra, el idealismo, la solidaridad y el sacrificio de su vida entera en una lucha contra la injusticia. Esa entrega despierta simpatías profundas, llega a emocionar. Con el mismo detalle y el mismo rigor, Anderson narra la faceta implacable que se le va despertando al Che durante la revolución cubana, que llega a espantar. A lo largo del libro, en los viajes de juventud por Latinoamérica, en la guerra en Cuba, en sus relaciones familiares, en las expediciones al Congo y Bolivia, hay momentos en los que entran ganas de darle un tremendo abrazo al Che y otros en los que vienen ganas de salir corriendo.

Al final, Anderson escribe una síntesis de Guevara. Habla de "la combinación de una pasión romántica y un pensamiento frío y analítico. En esta mezcla paradójica se encuentra probablemente el origen de la estatura cuasi mística que adquirió, pero también la fuente de sus debilidades intrínsecas: la soberbia y la ingenuidad. Aunque singularmente dotado para comprender y elaborar una estrategia a gran escala, parecía incapaz de advertir los pequeños detalles humanos (...). Pero errores aparte, lo que más se recuerda del Che es su ejemplo personal, la encarnación de la fe, la fuerza de voluntad y el sacrificio".

El personaje fascina. Y por eso, en algunos momentos, sus actuaciones violentas parecen comprensibles, excusables, porque ocurren durante su tremenda lucha por la justicia. Como si no hubiera otro remedio.

Pero luego llega Nelson Mandela. Y si el Che era la revolución, Mandela es el hombre que hizo la revolución de la revolución: engendró "un modelo nuevo de revolución, en el que no se eliminaba al enemigo, sino que se le acogía; que, en vez de dividir a la gente, la unía", escribe Carlin.

En realidad, el modelo no es nuevo: se basa en el principio más revolucionario de todos, el que ordena amar al enemigo, que ya se formuló hace dos mil años (Mateo, 5:44). Pero, efectivamente, no sé si en la historia ha habido alguien capaz de llevarlo a cabo, hasta que llegó Mandela.

Mandela no sólo acabó con la opresión de los negros en Sudáfrica (lo cual ya constituye de por sí una tarea colosal) sino que además sedujo a los blancos, les tendió la mano, les ayudó a redimirse y los incorporó a un asombroso y rapidísimo proceso de hermanamiento entre dos grupos que se odiaban a muerte. Aunque los negros eran evidentemente las víctimas del horrible régimen del apartheid, Mandela entendió que los blancos tampoco eran ya capaces de soportarlo.

El factor humano es la narración de cómo Mandela fascinó con su bondad a los guardias de su cárcel primero, y luego, paso a paso, a dirigentes cada vez más altos del sistema asesino que le tuvo preso veintisiete años.

Dice Carlin: "Triunfó porque prefirió ver el bien en personas a las que el 99% de la gente habría considerado imposibles de redimir. Si Naciones Unidas decretó que el apartheid era un crimen contra la humanidad, ¿qué mayores criminales que el ministro de Justicia del apartheid, el jefe de los servicios de inteligencia del apartheid, el jefe militar supremo del apartheid, el jefe de Estado del apartheid? Sin embargo, Mandela apuntó directamente a la semilla oculta que albergaba a sus "ángeles buenos" y supo sacar la bondad que yace en el fondo de todas las personas. No sólo Coetsee, Barnard, Viljoen y P.W.Botha, sino los esbirros del apartheid -los guardias de prisiones, Badenhorst, Reinders- y sus cómplices inconscientes: Pienaar, Wiese, Luyt. Con su empeño en despertar e incitar lo que había de mejor en ellos, y en todos los sudafricanos blancos que vieron el rugby aquel día, les ofreció un regalo de valor incalculable: hizo que pudieran sentirse mejores personas y, en algunos casos, los transformó en héroes.

Su arma secreta era que daba por supuesto no sólo que le iban a caer bien las personas a las que conociera, sino que él les iba a gustar a ellas. Esa enorme seguridad en sí mismo, unida a la sincera confianza que tenía en otros, era una combinación tan irresistible como encantadora.

Era un arma tan poderosa que engendró un nuevo tipo de revolución. En vez de eliminar al enemigo y partir de cero, incorporó al enemigo a un nuevo orden deliberadamente construido sobre los cimientos del viejo. Al concebir su revolución, no sólo como la destrucción del apartheid, sino, a largo plazo, como la unificación y reconciliación de todos los sudafricanos, Mandela rompió el molde histórico".

Publicado el 18 de enero de 2010 a las 09:15.

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Comentarios - 12

1 | Nahum (Web) - 18/1/2010 - 10:30

Jo, pues mira que yo no le pillo la fascinación al Che por ningún sitio...

Y lo de Mandela y lo que citas del evangelio de San Mateo me ha recordado a Ghandi. Por cierto, Eastwood ha dirigido una película basada en el libro de Carlin y aquel torneo de rugby, con Morgan Freeman en el papel de Mandela.

2 | Ander - 18/1/2010 - 13:14

Nahum, el Che descubre en sus viajes de juventud el estado de miseria atroz en el que viven millones de latinoamericanos y decide entregarse en cuerpo y alma (no es una frase hecha) a la lucha contra las peores injusticias. Sin olvidar los errores y las injusticias que él mismo cometió, esa historia de entrega absoluta por los demás me resulta fascinante. Hay episodios inolvidables. (No, no se me ocurriría ponerme una camiseta con su rostro).

3 | El jukebox - 18/1/2010 - 18:47

Para mí que la fascinación que produce el Che radica en que luchó por hacer una revolución y cuando lo consiguió, abandonó el poder para marcharse a pelear y a hacer otras. Creo que eso -además de su fotogenia- le convierten en un caso único.

4 | Miguel (Web) - 18/1/2010 - 20:16

Me encanta todo lo que dices de Jon Lee Anderson, y le animo a Nahum a darle una tregua al Che, al menos en la biografía de Anderson. Lo digo porque estoy leyendo, casi terminando, "El dictador, los demonios y otras crónicas", una colección de sus cartas desde el exterior y algunos perfiles de personajes del ámbito hispano (España y América) riquísima, publicada en Anagrama-crónicas. La capacidad que tiene de poner en su sitio a gente tan dispar como Pinochet, Juan Carlos I, Fidel, Garzón, García Marquez, etc. es asombrosa. Y lo hace trazando líneas y distanciándose, hablando con todos. Sabe dar una de cal y otra de arena, por decirlo con el refrán. No tiene nada que ver con la equidistancia. Y lo hace muy bien, de verdad. Tiene algunas etiquetas un tanto chiché, pero me ha encantado. Alberto, J. L. Anerson es un tipo que se curra sus textos para el New Yorker, no funciona con estereotipos ni recetas fáciles. Merece la pena.

5 | Ander - 18/1/2010 - 21:36

Miguel, tengo ese libro ("El dictador, los demonios y otras crónicas") en la pila de espera de la mesilla. Me ha gustado mucho el trabajo de Anderson y quiero seguirlo. Al menos en la biografía del Che, no es equidistante sino ecuánime.

El Jukebox tiene mucha razón. No recuerdo otro caso en el que el triunfador de una revolución deje su cargo de ministro y se meta luego en unos berenjenales espantosos en el corazón de África o en las selvas bolivianas. A cosas como esas me refiero con lo de fascinante. Y yo escribía todo esto para decir que me quedo con Mandela, claro.

6 | escéptico (Web) - 19/1/2010 - 10:21

La leyenda del Che crece también porque murió joven y ejecutado, a veces parece que es lo que estaba buscando.

Mandela es un personaje extraordinario. Es una víctima que no se refugia en esa condición y actúa con un gran pragmatismo.
Ya sé que no tiene nada que ver, pero a veces pienso en que pasaría si un Mandela hubiera nacido en Beasain. Sospecho que lo trataríamos a patadas. "Jon Mandelabeitia" es un equidistante", diríamos con desprecio.

7 | rebufo (Web) - 19/1/2010 - 12:38

Mandelabeitia... Muy bueno, escéptico.

Una bobada: por una extraña asociación de ideas, he leído Mandelabeitia y he pensado en la extinta ballena vasca y en la defensa contemporánea de las ballenas lejanas.

8 | Ander - 19/1/2010 - 13:00

Escéptico, al leer el libro pensé lo mismo que tú varias veces: Mandelabeitia lo hubiera tenido crudo entre nosotros. Se hubiera hecho socio del Real Unión (por aquello de "ni ere txuribeltz!").

"Ballenas lejanas". Muy buen título, Rebufo, vete escribiendo el resto de la novela. De memoria: Eubalaena glacialis, ballena franca o ballena de los vascos. Ideal para cazar porque era confiada, no nadaba muy rápido y, además, al morir quedaba flotando en vez de hundirse. Un barril de aceite de ballena valía el equivalente de unos 5.000 euros. Y había galeones que volvían de Terranova con mil, dos mil y hasta tres mil barriles. Así le fue a la eubalaena.

9 | mendi - 26/1/2010 - 12:16

No he leído esa biografía, Ander. A ver si me la pasas. Te la cambio por la de Taibo -Ché-.
ok?

10 | eva (Web) - 26/1/2010 - 14:37

Mmm, qué buenas recomendaciones, ahora que estoy sin lecturas...

11 | Raquel (Web) - 08/2/2010 - 10:50

Gracias por tener un gran corazón y un alma infinita. Desde Tenerife, alguién que no te conoce y te quiere regalar la palabra EMPATÍA. Hasta pronto...

12 | Raquel (Web) - 08/2/2010 - 11:20

COCINA DE LA VIDA, es mi blog pero está cargado de mucha tristeza y sin terminar por tanto no te aconsejo que lo visites. Tengo que lograr algunas alegrías y mucha experiencia con la informática para que dicho blog sea realmente lo que debe ser, algo en condiciones. Todo se debe a que me encanta escribir en papel, sentir su olor, tacto ver como la tinta fluye casí al tiempo de mis pensamientos ese ritual me emociona sin embargo el teclado no me causa ninguna sensanción pese a que mis dedos lo tocan constantemente...jeje lo único que no cambia es la sensación de arrancarme pedazos de sentimientos que fluyen cuando de repente me dan ganas de plasmar palabras de salir de esta cotidianidad y meterme en el mágico mundo de los pensamientos...

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