Escribir el Ega
Archivado en: Escapadas, Ega, Lagrán, San Adrián, Escritura
Jueves, 9.30. Lagrán (Álava)
Empezó a llover y apreté el paso, porque ya llevaba un buen rato temblequeando de frío y empapándome los pantalones hasta las rodillas en las laderas de la Sierra de Cantabria. Caminaba cuesta arriba, siguiendo contracorriente los hilillos de agua que se estancaban en charcos aquí y allá, buscando un punto que más o menos se pudiera identificar como el origen del río Ega, como el origen de mi viaje de dos días.
La lluvia ya me empañaba las gafas cuando me di cuenta de que estaba haciendo el tonto. Si quería encontrar el nacimiento del río, en vez de rastrear el suelo debía levantar el cuello: una flota de nubes bajas chocaba contra el murallón calizo de la Sierra de Cantabria, de una manera tan evidente y didáctica como en las ilustraciones de los libros escolares, y descargaba el chaparrón: el Ega estaba naciendo en ese mismo momento y sobre mi propia cabeza.
(Foto: el Ega recién nacido, al paso por los campos de cereal de Navarrete).
Viernes, 16.15. San Adrián (Navarra)
Desde el último puente sobre el Ega (carretera NA-174 entre San Adrián y Azagra), una pista baja por la orilla derecha. Para llegar hasta la desembocadura, hay que abandonar la pista, meterse por una alameda y caminar por una tierra fangosa que poco a poco se va disolviendo entre ríos. Así se llega a la ultimita punta de este territorio mesopotámico: por la derecha viene el Ebro, poderoso, y por la izquierda, el Ega, que duda. Sus aguas ejercen una última resistencia, forman un remolino perezoso que gira y gira en la confluencia, y luego se disuelven Ebro abajo.
Decimos que el Ega termina aquí porque ya no somos capaces de distinguir sus aguas disueltas en el Ebro. Intuimos el Mediterráneo y fantaseamos con un colorante que permitiera seguir el rastro del Ega, pero eso es imposible. Los rastros siempre se disuelven y los viajes siempre se interrumpen, y nos retiramos aliviados porque volvemos a casa pero en el fondo frustrados por la imposibilidad de seguir y saber. A la vuelta intentamos encauzar el viaje y delimitamos una historia.
En el último álamo, en una rama a dos metros del suelo, clavé un papelito con un mensaje. Si nadie lo recoge, la tinta se diluirá con las siguientes lluvias y fluirá también hacia el Mediterráneo.
(Foto: el Ega -izquierda- desemboca en el Ebro).
Publicado el 28 de noviembre de 2009 a las 09:45.