La Paz en ebullición
La Paz está en ebullición. Sólo llevo día y medio aquí, pero nunca había conocido una ciudad tan politizada. Hay elecciones el 6 de diciembre. Discuten por la nueva constitución promulgada por Evo Morales, en la que destaca el reconocimiento oficial de los 36 pueblos indígenas del país. Se nota una brecha muy grande con algunos sectores de la oposición, que de vez en cuando supura por medio de conflictos que amenazan con ser bastante más graves. Dicen que Evo saldrá reelegido con comodidad. Al primer presidente indígena lo pintan de maneras caricaturescas: leo a algunos que lo pintan casi como una reencarnación semidivina del Inca y a otros que lo consideran un peón clave en la estrategia para el rearme atómico de los países islamistas y para así amenazar a Estados Unidos con la ayuda de Rusia. Me parece a mí que tendré que leer, escuchas y observar mucho más.
En La Paz abundan los murales políticos, los cartelones que presumen de los logros y los proyectos del Gobierno, las pintadas (de feministas enfadadas con Evo, de familiares de desaparecidos en las dictaduras que piden desclasificaciones de archivos, de estudiantes combativos), hay mineros huelguistas acampados en pleno centro, hay diarios y semanarios cuyas portadas gritan desde los quioscos y echan mucha leña al fuego, leo a columnistas que escriben con espumarajos rabiosos en vez de con tinta.
Al margen de la política, La Paz es una ciudad viva, estruendosa, caótica, muy seductora para el recién llegado. Los microbuses y las furgonetas de transporte público circulan pegadas a las aceras y los copilotos se asoman por la ventanilla o se cuelgan de las puertas laterales para vocear a pleno pulmón los itinerarios y los precios. Basta con levantar la mano para que frenen en seco y te hagan un hueco en el interior atestado del vehículo. Te llevan a cualquier parte por un peso boliviano (0,10 euros). Pasan camionetas con la caja trasera abierta llena de obreros. El ayuntamiento paga a algunas personas para que se disfracen de cebras y traten de concienciar a los conductores para que respeten los pasos de cebra, pero es imposible poner orden en el tumulto de coches y las oleadas de peatones que cruzan a la brava. En la plaza San Francisco, uno de los cogollos de la ciudad, el vocerío de las furgonetas es tan fuerte que los propios voceadores -los hay por docenas- llevan orejeras para soportar su propio escándalo.
Decía Miguel Sánchez-Ostiz que las plazas y las calles de La Paz, más que lugares de paso, son lugares habitados. En las plazas y en las calles hay vendedores de helados, limpiabotas, puestos de floristas, escribanos que rellenan impresos para quienes deben hacer trámites burocráticos, caldereros, tenduchos de libros esotéricos, mantas con discos piratas, talleres de llaves, vendedores de bollos, salteñas, pollo, jugos y hojas de coca. Y cholas muy viejas que se sientan en la acera, arrebujadas en mantas, y venden tres bufandas o media docena de manzanas.
En la zona de la calle Linares están las chiflerías: las tiendas de brujería que ofrecen amuletos, sahumerios, licores de coca, ayahuascas, estatuillas, plantas medicinales, fetos momificados de llamas, inciensos, paquetes de hierbas, un batiburrillo de olor vegetal y dulzón, de plantas, hojas, cenizas, todo lo necesario para hacer ofrendas a la Pachamama (la madre tierra).
Después de los primeros relumbrones, también se nota enseguida que La Paz es una ciudad muy pobre, desastrada, superviviente. Y eso que apenas entreví desde el taxi del aeropuerto los barrios de chabolas, un gigantesco hormiguero que trepa por las laderas terrosas hasta los 4.100 metros de la megaaglomeración de El Alto, y que parecen a punto de derrumbarse sobre el centro de La Paz.
Sólo son impresiones que he sacado en 40 horas, pero de primeras parece una ciudad equilibrista, en el filo de alguna catástrofe, amenazada por todo tipo de conflictos, pero a la vez tan viva y tan fuerte, tan orgullosa y tan empeñada en salir adelante con dignidad, que espero que todo les vaya saliendo bien.
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Mañana lunes y pasado mañana martes empezarán a abrirse mis caminos bolivianos, o eso espero. Me reuniré con personas del Centro por la Promoción Minera, del Ministerio de Trabajo, de las universidades indígenas, quizá con un antiguo líder minero que ahora es diputado del MAS (el partido de Morales), con un sacerdote navarro que lleva cuarenta años metido hasta el gaznate en los lodazales bolivianos. Espero que cunda.
La semana que viene llegará Dani, luego Josema y Laura, luego Elena. Nos juntaremos todos en alguna parte de Bolivia y seguiremos viaje.
Publicado el 30 de agosto de 2009 a las 14:15.