El estimulante que mató a Tom Simpson
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La subida al Mont Ventoux, mañana sábado, promete emociones fuertes. Las primeras dos plazas del podio parecen aseguradas (Contador y Andy Schleck) pero hay cuatro ciclistas casi empatados en la lucha por la tercera.
Por ahora la posee Armstrong, pero apenas tiene las uñas clavadas en el cajón, porque le siguen tres rivales apretados en sólo 34 segundos de diferencia: Bradley Wiggins, a 11 segundos del tejano (si no se hubiera caído ayer en la crono, ahora sería tercero con cierto margen); Andreas Klöden, a 13 segundos (¿se atreverá a pelearle el podio a su compañero Armstrong? Contador ha dicho que quiere ayudar al alemán, después de dejarle descolgado en La Colombiere, y eso perjudicaría al tejano: ¡menuda salsa se puede montar! entre los tres compañeros de equipo); y Frank Schleck, a 34 segundos (su hermano Andy, con la segunda plaza ya asegurada, hará todo lo posible por meter a Frank en el podio).
Sería tremendo ver a Armstrong en el podio de París.
¿Qué os gustaría que ocurriera? ¿Y qué creeis que va a ocurrir?
Yo no lo tengo nada claro. Pero habrá que mojarse: 1) Armstrong se quedará fuera del podio (a esta opción le doy un 65% de posibilidades); 2) Entrará en el podio... Klöden (50%).
Y yo voy a tener que pagar una palmera de chocolate de la pastelería Oiartzun (porque Armstrong quedará entre los cinco primeros de la general: 70%).
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El paso por el Mont Ventoux siempre trae recuerdos de Tom Simpson, el ciclista que murió sobre la bicicleta en las rampas de esta montaña marciana. Suele hablarse del calor y del dopaje (los controles antidopaje se instauraron en 1968, un año después de la muerte de Simpson). Pero aquel día, por pura casualidad, a las anfetaminas que tomaba el inglés se les añadió un ingrediente fatal. Lo contó el novato Colin Lewis, compañero de equipo y habitación de Simpson:
"En aquel Tour hizo mucho calor, pero el día del Ventoux fue insoportable", recuerda Colin Lewis. "En aquella época no podíamos recibir bebida desde los coches salvo en la zona de avituallamiento, aunque algunos aprovechaban las averías o los pinchazos para que los mecánicos les colaran un bidón fresco a escondidas. Y en la etapa del Ventoux, cuando faltaban muchos kilómetros para el avituallamiento, algunos corredores empezaron a gritar en el pelotón que iban a hacer un café-raid. Es decir, que iban a asaltar un bar". Se trataba de una práctica habitual. Los gregarios se ponían de acuerdo para echar pie a tierra, a veces en bandas de veinte o treinta ciclistas, y rellenaban sus bidones y los de sus jefes en fuentes o arroyos. Pero muchas veces asaltaban bares, restaurantes y hasta algún camión de reparto que pasara por allí. Julio Jiménez explicó al periodista Arribas por qué le faltaba un incisivo: "Me lo rompí intentado abrir una botella de cerveza. ¡Qué impresionante, cómo se asaltaban los bares! Pasaba en todas las carreras, en el Tour, el Giro, la Vuelta", contaba el abulense. "Los gregarios se metían botellas grandes de cristal por todas partes, algunos cargaban hasta con diez o doce. Se llevaban de todo, hasta botellas de champaña. Algunos abrían las cervezas con los dientes, otros golpeaban la chapa contra la potencia del manillar, pero se caían al suelo o se cargaban la pieza. Los más previsores llevaban un abridor colgando de una cadenita del cuello. Y se corría la voz: Fulano lleva abridor".
"En la etapa del Ventoux, el novato Colin Lewis se sumó a la marabunta: "No sabía muy bien qué pasaba. Entré corriendo a un bar de carretera muy amplio y vi que los corredores arramplaban con todo. El dueño gritaba, los camareros echaban a empujones a los ciclistas, y lo más gracioso es que los clientes se pusieron de nuestra parte y algunos agarraban botellas de la barra y nos las daban. Las cocacolas eran los botines más preciados y yo vi una botella encima del frigorífico, así que me subí a una silla y la cogí. Luego me guardé otras tres botellas en los bolsillos traseros del maillot y me metí una más por la nuca, sin saber qué eran. Salí corriendo". Después tocaba perseguir al pelotón, cazarlo y buscar al jefe de filas. "Busqué a Tom en el grupo y le pasé la cocacola", cuenta Lewis. "Se la bebió entera, casi de trago, y luego me preguntó: ‘¿Qué más tienes?'. Metí la mano en el bolsillo y agarré una botella cualquiera: era coñac Remy Martin. Tom la vio, dudó un instante y al final me dijo: ‘Qué demonios, dámela. Estoy un poco flojo, a ver si me pongo a tono". Bebió un trago largo y luego arrojó la botella por los aires a un campo de girasoles".
El mecánico del equipo inglés explicó perfectamente cuál era en realidad el estimulante que mató a Tom Simpson. Lo podéis leer aquí, en el capítulo completo sobre la muerte de Simpson: 40 pedaladas.
Ese capítulo pertenece al libro Plomo en los bolsillos (disponible sólo en info@anderiza.com).
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Si veis que en la etapa de hoy viernes suena la flauta y gana Peter Velits, alegraos por mí.
Publicado el 24 de julio de 2009 a las 11:00.