Buscando el norte (1999)
Hace justo diez años, cuando éramos jovenzuelos y tiernos, Josema y yo salimos en moto desde San Sebastián (paralelo 43) con la idea de llegar a Nordkapp (Noruega, paralelo 71, punto más septentrional de Europa). Nuestro primer viaje en moto había sido unas semanas antes: fuimos a Sangüesa y volvimos. El segundo se estiró un poco más: 11.300 kilómetros por media Europa (por Noruega hasta Nordkapp y regreso por Finlandia y los países bálticos).
En esta foto borrosa estamos a punto de empezar el viaje, el 29 de junio de 1999. En ese momento mi padre me dijo una cosa: "Si estuvieras en edad de prohibírtelo, te lo prohibiría". En el momento me supo mal, me amargó. Pero con el paso de los años cada vez aprecio más aquella frase. Mi padre, que nunca me puso pegas a nada, debía de estar lógicamente preocupado y nervioso ante la idea de que su hijo se fuera a recorrer medio continente en moto. Ahora me doy cuenta: si llegó a decirme esa frase, es que estaría verdaderamente inquieto. Pero aceptó que yo tenía libertad para hacer mis planes, por disparatados o peligrosos que le parecieran. Se guardó la inquietud para sí y no dijo nada más.
Ni mi padre ni mi madre me pusieron media pega en otras ocasiones parecidas: la primera vez que viajé por mi cuenta con una bici y una tienda de campaña sin saber ni dónde íbamos a dormir (también con Josema, con 17 años), ni cuando dejé el trabajo con 24 años para gastarme los ahorros recorriendo los sótanos del mundo. En esos años jovenzuelos tampoco pronunciaron nunca esa frase condescendiente que tanta gente nos decía a Josema y a mí, y que tanta rabia nos daba: "Sí, sí, aprovechad ahora, que dentro de unos años ya no podréis".
Han pasado diez o quince años y hasta el momento hemos podido. Ahora miramos atrás y nos damos cuenta de que hemos podido gracias a unas condiciones privilegiadas: el respeto y la confianza absoluta que nos tuvieron mis padres y los suyos, cuando acabábamos de cumplir 16 años y empezamos a hacer ciertos planes viajeros que debieron de darles ganas de prohibírnoslos. Pero no lo hicieron. Nos dejaron marchar con el saco de dormir, el camping-gas y el paquete de espaguetis, sin ningún reproche. Y en aquellos primeros viajes tan sencillos empezamos a rascar el mundo y aprendimos algunas de las lecciones más valiosas para apañarnos mal que bien en la vida.
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Y, sobre todo, disfrutamos como enanos. Claro, es bastante fácil viajar con un amigo que disfruta con todo, hasta con las caídas.
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(Acampada en una carretera vieja al borde del fiordo de Eid).
(Asomados sobre el fiordo de Geiranger. Se ven dos barcos de crucero blancos a la izquierda de Josema: algo así como encontrarse buques en mitad de los Alpes).
(Con los cuernos de reno en la tundra lapona).
Publicado el 1 de julio de 2009 a las 13:30.