Payasos en el Moncayo
Lo entendimos mal y nos disgustamos un poco: en el monasterio de Veruela no había frailes trapecistas (¿monasterio circense?; no, hombre, no: cis-ter-cien-se, cis-ter-cien-se). Luego caminamos hasta el circo glaciar de San Miguel y tampoco vimos payasos, focas amaestradas ni osos polares bailarines.
(Foto: Antonio y Nerea, muy contentos en el circo glaciar).
Subimos por la izquierda del circo hasta la cumbre del Moncayo (2.316 m.). Desde la cima se abarca un buen cacho del mapa de España: de los Pirineos (al este) a Urbión y la Demanda (al oeste), de las sierras navarras (al norte) a las estribaciones turolenses del Sistema Ibérico (al sur)...
Las vistas tan amplias se deben a la altitud del Moncayo, sí, pero sobre todo a su prominencia: una gran montaña en el centro de una inmensa zona llana. El concepto dio bastante juego y distrajimos los peores repechos de la ascensión con agudas observaciones sobre la importancia de la prominencia en la vida (y la conclusión antoniana de que "el chino ese de la NBA" no es que sea alto, es que queda muy prominente entre los demás chinos. Muy bien visto). Nerea mantuvo el nivel del debate al proponer una reflexión sobre las reacciones de Angelina Jolie ante un hipotético apretón intestinal durante la gala de los Oscar. Yo derivé el tema hacia las maledicencias que pudiera acarrearle el asunto a la pobre actriz ("espera cinco minutos antes de entrar al baño, Jennifer, que acaba de salir Angelita", "¡Angelita, jolín!"). La subida terminó con una crítica gastronómica de Antonio:
-Mi bocadillo de jamón sabe a piña.
(Pasamos el fin de semana en Borja, al pie del Moncayo, invitados por la familia Martínez-Pérez).
Publicado el 23 de junio de 2009 a las 14:30.