Veía boinas por todas partes
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Los vizcaínos inventaron el grito triunfal del alirón. Y lo cuidan con tanto mimo que llevan 25 años sin cantarlo para que no se gaste (al menos en el fútbol de élite masculino). Pues bien, los guipuzcoanos inventamos la palabra vasca para decir "campeón": txapeldun (literalmente: "el que tiene txapela"), y también llevamos 22 años sin cantarlo (al menos en el fútbol de élite masculino). Es más: la palabra txapeldun con el significado de campeón nació en mi familia. Ahí queda eso.
(Foto: Urtain txapeldun).
La historia del alirón es conocida. Ese grito de celebración nació en las minas de Triano, a dos pasos de Bilbao, cuando las compañías inglesas explotaban los grandes filones de la zona: "Si el hierro extraído era muy puro, los mineros cobraban paga extra. Se pasaban la noticia con un canto triunfal: «¡Alirón!, ¡alirón!». Eran las palabras que los ingenieros británicos habían escrito con una tiza en el mineral: all iron. ¡Todo hierro!".(estas líneas pertenecen a La montaña del alirón (pdf), el primer capítulo del libro Cuidadores de mundos).
La palabra txapeldun debe de existir desde que existen las txapelas. Pero el significado de txapeldun como "campeón" sólo tiene unas décadas de historia. Porque la costumbre de poner txapelas a los campeones es reciente: la inventó Patxi Alcorta, el hermano de mi abuela Maritxu.
Mi tío abuelo Patxi. Menudo tío. Menudo historial de apuestas, inventos y empeños. Se dedicaba a vender globos a los niños (en Semana Santa sólo los vendía morados) y durante años se devanó los sesos para inventar un globo cuadrado. Una vez se fue a la playa de La Concha con un burro llamado Armaxapo, lo ató a una cometa gigantesca y trató de pasarlo volando hasta la isla de Santa Clara. El periodista Roberto Pastor le hizo una entrevista sobre aquella apuesta en la que perdió mil pesetas: "Hacía mucho viento -explicaba Patxi- y no es que voló el burro, es que casi me lleva a mí". "¿Y qué hiciste? ¿Soltarlo?". "No. Até". Le encantaban las cometas: un día, ató dos de ellas a unos árboles en el monte Ulía, les puso varias luces y las soltó. Bajó al paseo de la Zurriola y empezó a dar voces y a señalar aquellas luces flotantes, diciendo que era un ovni. En la víspera de Reyes se disfrazaba de astronauta en el paseo de la Concha, recogía las cartas de los niños y las lanzaba al cielo en globos de gas.
Otro día, se acercó a una apuesta de arrastre de piedras con bueyes y anunció que invitaba al campeón a comer en su bar (el ya desaparecido bar Irutxulo, en la calle Puerto, número 9). Cuando al mediodía apareció el casero ganador, Patxi dijo que él no, que la prueba la habían ganado los bueyes. El casero dio media vuelta, apareció al rato con los bueyes y los metió en el bar. Tengo por ahí un par de fotos estupendas de aquel momento (a ver si cuelgo esas y otras): aparece Patxi dando un cubo de vino a los bueyes ganadores, que están apretados entre la barra y la pared. El jaleo vino cuando descubrieron que los bueyes no tienen marcha atrás... En ese mismo bar comían todos los ganadores del Cross Internacional de Lasarte. Y Patxi les pedía que primero sirvieran un rato en la barra: Emil Zatopek, Mariano Haro, Abebe Bikila y Mamo Wolde estuvieron sirviendo vinos a las cuadrillas de poteadores de la Parte Vieja.
Otra idea de Patxi sigue resonando en los domingos donostiarras: se le ocurrió lanzar cohetes desde el campo de Atotxa para que los pescadores supieran cómo iba la Real. Cuando marcaban los de casa, lanzaba dos cohetes. Cuando marcaba el rival, uno. Al principio le ponían una multa por cada cohete. Luego la costumbre se institucionalizó. Y ahora, desde Anoeta, se mantiene ese morse dominical donostiarra.
En ese trato habitual con los deportistas, Patxi decidió que a los campeones había que distinguirlos con un regalo propio de la tierra. "Lo de los trofeos y las copas es cosa de belarrimotzas", decía (belarri motz: oreja corta; es decir, "no vasco"). Y se lanzó a regalar boinas a los deportistas o a personas ilustres que recibieran algún homenaje. Al principio se las bordaban las monjas adoratrices, pero la idea tuvo éxito y pronto tuvo que encargarlas en cantidades industriales. En 1968 se fue a los Juegos Olímpicos de México con un saco de boinas. Se acercó a Tommie Smith y John Carlos, los atletas negros estadounidenses que reivindicaron el Black Power en el podio, y les regaló unas txapelas. También viajó por medio mundo siguiendo al boxeador Urtain y poniéndole boinas cuando ganaba los combates.
La idea tuvo un curioso origen alcohólico y una ventaja evidente. "Lo de las txapelas se me ocurrió en un delirium tremens. Veía boinas por todas partes. Y por eso luego las hice de todos los tamaños, desde txapelas enormes para ponérselas a los deportistas hasta pequeñitas para colgar en el retrovisor de los coches. A los atletas les hace más ilusión una boina que una copa. No hay que andar limpiándolas, como los trofeos. Se sacude y ya está".
Publicado el 16 de mayo de 2009 a las 07:15.